A casi ya más de un año y medio desde que comenzó la pandemia producto del COVID-19 nos preguntamos ¿Qué va a pasar con la educación superior? El coronavirus ha forzado a las universidades en todo el mundo a adaptar sus programas a las posibilidades y necesidades actuales, transformando la educación. Y esto puede ser algo bueno si lo consideramos desde la perspectiva de las personas que asisten a establecimientos de educación superior. Mientras que madres y padres con niñxs defienden el derecho a la educación y la importancia de asistir a centros educativos primarios y medios de manera presencial; nos preguntamos si en el caso de la educación superior, la presencialidad, es un factor fundamental.
La realidad es que en el contexto de pandemia se provocaron grandes cambios que, algunos de ellos, pueden ser considerados ventajosos. Por ejemplo, la posibilidad de asistir a clases sin tener que viajar grandes distancias o, incluso, sin mudarte de ciudad. Esto significó un cambio cualitativo para las personas que además de estudiar, trabajan. Obviamente no estaríamos considerando en esta discusión los impedimentos materiales, como el acceso a internet o los recursos tecnológicos mínimos, para poder participar. Pero si nos proponemos considerar las ventajas que puede traer el acceso a la universidad de forma virtual, es probable que estas desigualdades sean atendidas seriamente.
En efecto, esta situación puede también acarrear cambios en el modo en que se imparte y evalúa el conocimiento. Existe la posibilidad de que enfrentados con los desafíos para dar clases y evaluar de manera virtual, se comiencen a pensar otros modos de evaluación e interacción entre docentes y estudiantes y entre estudiantes mismos. Para comenzar, esto podría ser una oportunidad para que la clase teórica expositiva pierda su centralidad, ya que estas clases podrían ser grabadas con anticipación y usadas año tras año; y así priorizar encuentros de intercambio centrados en el debate y la participación. Otros cambios pueden ser previstos para las instancias de evaluación.
En este contexto, en el cual lxs estudiantes rinden sus exámenes desde sus hogares, los métodos de evaluación no pueden ser los mismos. Esto puede significar una oportunidad para repensar el modo según el cual evaluamos el conocimiento. Y que puede impulsar cambios que se dirijan a priorizar el uso y apropiación de lo aprendido durante la cursada, que podría ser evaluado mediante trabajos prácticos, monografías, exposiciones, artículos, etc.
La presencialidad es fundamental como instancia de socialización, sobre todo en los periodos de crecimiento y desarrollo de lxs niñxs y adolescentes. Pero en el caso de lxs estudiantes universitarios no parece ser un objetivo que tenga que perseguir la educación superior. Esto no quiere decir que no sean necesarios los espacios de socialización en esta etapa de la vida, sino que podría ser cubierto por otras actividades que no necesariamente tienen que estar unidas al proceso por el cual se obtiene un título universitario.