Sobre el amor, la discriminación y cómo superar una ruptura

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Oficialmente, me voy a volver la mujer How To de Every. Lo más increíble de esto es que, la mayoría de veces, no voy a tener la respuesta a la pregunta y eso me llevará a investigar, a leer y a hablar sobre las experiencias de los demás. Así nos damos una idea de “How To”.

Mi primera ruptura amorosa fue a los siete años. Me gustaba un niño (sí, un niño) y me pidió que fuera su novia con una carta escrita en diferentes colores. Le dije que sí, y fuimos novios una semana. Terminamos y seguí mi vida como cualquier otro día. El problema está en que esa fue la única vez que una ruptura amorosa no significó mucho porque, probablemente, fue también la única vez que no me metí en una relación sin casco y de cabeza.

Todas las rupturas amorosas son diferentes y sería extraño para mí hablarles de esas rupturas de relaciones larguísimas, de dos personas que se conocieron en el colegio y duraron toda la universidad juntes, pero después algo salió mal y terminaron. Tampoco podría hablarles de las relaciones que se terminan porque algune se va a vivir al otro lado del continente.

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Yo puedo hablarles de las rupturas amorosas que no causamos nosotres mismes. Puedo hablarles de esas relaciones que no pudieron ser no porque alguna de las partes no quisiera, sino porque socialmente no estaba bien visto. He tenido relaciones fallidas porque existe un miedo que sobrepasa el amor, ese miedo de ser algo que se desconocía o si existía estaba connotado de todos los adjetivos negativos del diccionario.

Entiendo con más conocimiento del que me gustaría, la impotencia y el dolor que causa que tu familia te obligue a dejar de amar a alguien. He estado en ambos lados. He sido la pareja que apoya y entiende (“mira, te presento a María Camila. Una amiga”) y he sido de las personas que sufre porque quiere incluir a su pareja en las dinámicas que normalmente están inmersas las relaciones, pero no puede.

Conozco muy bien las dudas que abarcan a las personas que por primera vez están saliendo o les atrae alguien de su mismo sexo. Es algo desconocido que, muchas veces, preferirían no vivir. ¿Qué soy entonces? ¿Por qué me siento así? ¿Está bien sentirme así? Y de esa forma un sinfín de dudas que embolatan el amor y terminan, en muchos casos, dándole paso a una ruptura amorosa.

Reitero, son relaciones que se terminan no porque nosotres queramos, sino porque el contexto social, cultural y político nos lo impone. En el informe realizado en el 2019 por el Instituto Williams de la Facultad de Derecho de la Universidad de California en Los Ángeles, “Estrés, salud y bienestar de las personas LGBTI en Colombia. Resultados de una encuesta nacional”, se evidencia que lo que más permea a las personas de la comunidad es la discriminación, la violencia y “la exposición al estrés minoritario”.

Para este estudio se entrevistaron a 4.867 miembros de la comunidad LGBTI, convirtiéndose en la encuesta más grande realizada en Colombia. Se evidenció en los resultados que el 55% han tenido pensamientos suicidas a lo largo de toda su vida. El 25% han intentado acabar con su vida al menos una vez. Según el informe, les más afectades son las mujeres bisexuales, que representan el 33% de la encuesta, y las personas transgéneros que son el 31%.

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Tengamos en cuenta que no estamos hablando solo de una violencia física, esta es, como siempre lo he dicho, una violencia estructural, lo que significa que atraviesa todos los factores de la vida de las personas. La directora del Observatorio de Sexo de Temblores ONG, Emilia Márquez, afirma que: “El nivel de estrés que puede generar para muchos miembros de la comunidad salir a la calle porque pueden ser violentados es altísimo”.

Este estrés y miedo son parte de la vida de las personas LGBTI desde muy pequeñas. De hecho, según el informe, el 75% afirmó que fueron víctimas de bullying al menos una vez antes de los 18 años. También aseguraron que los colegios no son espacios seguros debido a su orientación sexual.

 

Dos personas con una bandera LGBT
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Todo esto es para llegar a un punto que tiene que ver con las rupturas amorosas, lo prometo.

La directora de Colombia Diversa, Marcela Sánchez, comentó frente a la encuesta que: “La carencia de datos, debería ser tomada como una nueva forma de discriminación porque sin cifras no hay derechos, no hay posibilidad de que el estado atienda una situación si la desconoce”.

Nosotres asociamos la discriminación a la falta de acceso a los mismos derechos, a las barreras sociales que se nos imponen muchas veces, a la violencia física y verbal, entre otras. Y sí, claro que esto está más que ligado a la homofobia y son los temas que tenemos que trabajar casi que de principio para que los demás factores en la vida de una persona LGBTI puedan fluir.

Sin embargo, en estas grandes encuestas no salen aspectos que pueden verse muy pequeños, pero que, en el día a día, cualquier persona añora. Esto me lleva a la entrevista que hice en Every con Paulina Gaetán (trabajadora social, activista travesti, escritora y antiespecista) sobre su fanzine Preludio Travesti. Paulina dice:

“El preludio es visibilizar nuestro dolor, nuestra angustia, nuestra felicidad, nuestros amores y desamores (porque a nosotras también nos pasa) y que así la gente tome consciencia de que debemos ser más empáticos y tenemos que respetar al otro.
Necesitamos ese abrazo, esa mirada de cariño, de respeto, necesitamos que nos traten bien, que nos dejen trabajar, estudiar, caminar por la calle tranquilas, que nos dejen amar. Estamos cansadas de dar explicaciones.”.

Acá llegamos al punto que quería tocar: queremos que nos dejen amar y que se visibilicen nuestros amores y nuestros desamores, porque a nosotres también nos pasa. Así como Marcela Sánchez dice que la falta de datos es “una nueva forma de discriminación”, el no permitirnos amar, como se ha dicho repetidas veces, es una forma de discriminación que, aunque sea más silenciosa que las violencias físicas (por ejemplo), nos fractura a todes.

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La sociedad y la cultura tradicional y cisheteropatriarcal nos apaga lo más profundo que tenemos. Porque pueden llamarme cliché, pero yo veo el amor como la base de todo. Entonces sí, nos arrebatan los derechos y los espacios, nos ponen barreras para acceder a la salud, a la educación y al trabajo. Asimismo, nos apagan porque dentro del contexto en el que su odio se fundamenta en que amamos a alguien de nuestro mismo sexo, ¿por qué no le huíriamos a eso para no sufrir?

La primera vez que me gustó alguien, salimos al recreo cogidas de la mano y al día siguiente me dijo que mejor dejáramos de vernos porque les amigues habían empezado a decir cosas de ella a sus espaldas. Me enamoré perdidamente de una amiga mía en el colegio y ninguna de las dos logró ponerle palabras al sentimiento porque, para ese momento, no nos habían dicho que querer estaba bien. Cuando le conté a mi mamá me dijo que por favor no me metiera con niñas que no sabían que les gustaban las niñas porque los papás iban a pensar que yo las estaba “convirtiendo”.

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Mi primera novia, con quién caminé por primera vez en la calle de la mano armada de valor y disimulando el miedo, me dejó de hablar de un día para otro. Apareció un tiempo después y me dijo que su familia se había enterado de que estaba saliendo con una mujer y no les había agradado la idea. Esto fue hace tanto, pero, aun así, recuerdo que la sentí tan diferente cuando me llamó a decirme eso. Sentí que algo en ella había cambiado y supe que no había sido por decisión propia.

Me enamoré de una niña y cuando le contó a su mamá que estaba con otra mujer la mandaron a hablar con un sacerdote. Estaba saliendo con alguien y su mamá la escuchó hablar con el mejor amigo sobre mí. La confrontó, la hizo sentir muy mal y le prohibió volver a salir conmigo. De ahí en adelante, todos sus regaños estaban permeados por el hecho de que a su hija le gustaba una niña.

Me gustó mucho una niña que me dijo “si tú fueras un hombre, yo ya estaría contigo” y “es difícil porque nunca me lo había planteado, no crecimos con ejemplos para entender esto”.

Mis experiencias no son ni la mitad de preocupantes a las que he llegado a escuchar. Hay personas a las que les pegan por su orientación sexual. Hay otras a las que las echan de sus casas. A algunes, en pleno siglo XXI, los siguen mandando a terapias de conversión.

Su odio, su violencia y su discriminación han hecho que nosotres asociemos el amor como algo negativo. Han hecho que dejemos pasar las experiencias que, a mi parecer, son de las más lindas en la vida. Porque claro que preferimos que no nos peguen en la calle o nos griten cuando nos vean cogides de la mano. Claro que preferimos no estar con alguien si eso implica gritos y discriminaciones en el lugar donde vivimos y claro que preferimos no aceptar que nos gusta alguien de nuestro mismo sexo porque sabemos lo que implica eso.

Entonces, ¿cómo superar este tipo de rupturas amorosas? No tengo ni idea. Les he fallado como How To girl. Lo que sí puedo decirles es que el tiempo mejora todo (otra frase muy cliché de mi parte). Yo dije abiertamente que me gustaban las niñas en el 2015 y todavía hay muchas cosas con las que tengo que lidiar.

La violencia no se acaba. Sigo mirando a ambos lados cuando me voy a dar un beso con alguien en un lugar donde siento que pueden agredirnos. Me da pavor que se me acerquen en la calle a decirme algo hiriente porque la única vez que sucedió me sentí chiquitica, vulnerable. Sigo escuchando historias de personas que luchan con su familia y círculos cercanos para que respeten su forma de amar. Todavía conozco a personas que luchan con elles mismes para aceptarse.

Sin embargo, lo que hago es pensar en dos cosas. Por un lado, pienso en lo mucho que quise a la primera mujer con la que me di un beso, pienso en las cartas que me escribí con mi amiga del colegio y los momentos que compartí con ella, en lo que sentí antes y después de que le prohibieron salir conmigo a la niña que me gustaba, pienso en lo mucho que amé y amo a mi primera pareja estable.

Y, por el otro lado, pienso que es irónico como el odio de las personas recae en nuestra decisión de amar y nuestra lucha se basa en lo mucho que queremos vivir amando.

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