¿Qué es la heterosexualidad y cuándo se inventó?

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Los estudios feministas, queer y de género han arrojado mucha luz sobre cuestiones como las orientaciones sexuales o la construcción de la feminidad y la masculinidad. Por su parte, los trabajos recientes sobre gays y lesbianas buscan seguir trabajando sobre la construcción histórica de la homosexualidad. Sin embargo, parece que poco se habla sobre la invención de la heterosexualidad. ¿Qué es y cuándo se dio?

Todos los modelos sexoafectivos son construidos

Para empezar, muchas de las ideas que tenemos sobre el amor y la forma de vincularnos han sido construidas socialmente. Por ejemplo, el concepto de familia nuclear y monógama, o nuestra forma de vincularnos en la línea del parejocentrismo o la amatonormatividad.

Hemos dado por sentado un modelo construido socialmente que nace en el siglo XIX y está asociado al capitalismo que no es universal, y que relaciona el amor de pareja con la tarea reproductiva femenina para enmarcarla en el hogar. Se instaura la boda como rito oficial y se perpetúan las normas de exclusividad, fidelidad, convivencia y responsabilidad.

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De este modo, las costumbres sociales se entienden como algo natural y dadas por supuesto. Se conforma así el amor romántico como el estado civil ideal para crear una familia nuclear tradicional.

Con respecto al concepto de heterosexualidad, se trata también de una forma en la que históricamente se han construido las relaciones sociales entre los sexos. Y, al igual que ocurre con los modelos relacionales, también nace en el siglo XIX.

Volviendo a la época victoriana temprana (principios del siglo XIX) y al concepto de “amor verdadero”, el modelo de la heterosexualidad estuvo basado en el control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Como decía Kate Millet, autora de Política sexual:

“El amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas. Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”.

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Pareja heterosexual casándose
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Historia de la heterosexualidad

Como hemos dicho anteriormente, la heterosexualidad en sí misma no es un concepto universal y lineal en la historia de la humanidad. De hecho, a principios del siglo XIX, en plena era victoriana no existía la heterosexualidad en EE.UU. 

Las personas estadounidenses blancas de clase media idealizaban la “verdadera feminidad y masculinidad”. Por su parte, el “verdadero amor” estaba más ligado a la pureza y se alejaba de todo lo relativo a la sensualidad. Imaginario que además se nutría fuertemente de textos literarios y religiosos.

Más tarde, a finales del siglo XIX y principios del XX, vemos cómo aparece un fomento de la heterosexualidad en EEUU. Las primeras culturas estadounidenses, por ejemplo, percibían y organizaban socialmente sus cuerpos. Las relaciones entre sexos eran diferentes a las nuestras. La diversidad sexual en el pasado rompía muchas veces con las categorías estancas de hetero y homo.

Sin embargo, en muchas ocasiones, la academia pone en foco en el estudio de la homosexualidad con base en la construcción histórica de la sexualidad en sí. La historia homosexual aparece muchas veces desde una lectura negativa. Lo que tradicionalmente ha sido categorizado como la otredad, lo contrario a la “norma” heterosexual.

Por su parte, el amor entre personas del mismo sexo ha sido un tema muy analizado históricamente, mientras que la heterosexualidad nunca se ha cuestionado como una variante más. Simplemente se ha dado por hecho que es la “norma natural”. 

Es necesario que, al igual que se ha hecho con la homosexualidad, también se hagan estudios históricos de la heterosexualidad para complementar su contraparte homosexual.

Como curiosidad histórica, el diccionario médico de  Dorland definió la heterosexualidad en 1901 como un “apetito anormal o pervertido hacia el sexo opuesto”. Unos años más tarde, en 1923, el diccionario Merriam Webster la definió de forma parecida, como “pasión sexual morbosa por alguien del sexo opuesto”. Sería en 1934 cuando la heterosexualidad adquirió con el significado que manejamos hoy en día: “manifestación de pasión sexual por alguien del sexo opuesto; sexualidad normal”.

A medida que nos acercamos al siglo XX, una nueva comprensión de la formación histórica de la heterosexualidad y la homosexualidad sugiere que son modos de percepción, comportamiento y ser. Podemos remodelar sus esencias colectivamente según nuestros deseos contemporáneos, poder y visión de la futura economía política del placer.

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¿Se nace heterosexual o se hace?

Los debates y reflexiones en torno a la “creación” de la heterosexualidad (o de cualquier otra orientación sexual) puede poner en duda a quienes nos leen. ¿Soy homosexual / heterosexual / bisexual / asexual de nacimiento, o esto es algo construido? No hay una respuesta fácil para esto, ya que por un lado tendríamos la atracción (sexual, romántica, estética…) que no se puede controlar y es innata y, por otro lado, el deseo, que es construido. Y este es el concepto clave aquí.

Y el deseo, así como las lecturas eróticas de los géneros, tiene muchas complejidades, al tiempo que lleva incorporado una base sociocultural bastante fuerte. De ahí todas las variables en torno a las normas sexoafectivas que tendemos a pensar que son universales, cuando realmente han sido construidas con base en los diferentes contextos históricos.

El constructo histórico basado en la centralidad de las relaciones sexuales dio pie a un modelo masculino y femenino binario. Los hombres eran siempre masculinos y las mujeres femeninas. Ambos sexos eran binarios y procreadores, pero no específicamente eróticos

El concepto de mujer cisgénero es leído aquí como figura que se aleja de la lujuria y el instinto sexual placentero. Los hombres cisgénero, por su parte, son leídos como seres carnales y con menos control de su lujuria e impulsos sexuales.

Pareja heterosexual abrazándose
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Hasta el siglo XX, el deseo natural legítimo era el deseo de procrear, más que el de una lectura heteroerótica u homoerótica de la otra persona. El cuerpo era el medio principal de producción y reproducción, basado en el imaginario sexual de pene/vagina.

Se consideraba que la energía sexual debía usarse para procrear y no para malgastarla en placeres sensuales. Fue solo a principios del siglo XX que los pensadores comenzaron a separar el deseo sexual de la reproducción.

En este mismo marco, los actos de sodomía que históricamente siempre habían sido castigados estaban muy mal visto. El placer quedaba al margen y el término «invertido» y “desviado” pasaron a ser utilizados con aquellas personas que se “desviaban” de la verdadera feminidad o masculinidad.

La revolución de Kinsey

La escala del investigador Alfred Kinsey ha marcado un antes y un después en la historia de la sexualidad humana y de las orientaciones sexuales. 

Los hombres que tenían un sentido más fluido de su propia heterosexualidad se veían obligados socialmente a reprimir y suprimir sus deseos. Fue Kinsey quien descubrió que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo estaban muy presentes en la cotidianidad. Su estudio reveló que el 37% de los hombres y el 13% de las mujeres tenían al menos una “experiencia homosexual manifiesta” hasta llegar incluso al orgasmo.

Sin embargo, la escala de Kinsey ha sido muy criticada recientemente por leer la orientación sexual como algo lineal. Algo que actualmente desde las teorías queer ha quedado desfasado al introducir el concepto de mapa, espectro o escala de grises. Las cuestiones sexoafectivas no parecen ser lineales, sino que se enmarcan en una escala de grises donde la frecuencia y la intensidad varían en función de cada persona.

Asimismo, hay que poner encima de la mesa que el comportamiento sexual no es equivalente ni a identidad sexual ni a orientación sexual. Muchas personas experimentan su sexualidad de forma mucho más compleja que lo que revelan estos modelos históricos y actualmente más diversos.

Tras los disturbios de Stonewall en 1969, cada vez más jóvenes empezaban a etiquetarse como queer. Actualmente, cada vez son más las personas activistas bisexuales y asexuales que desafían el modelo binario de atracción, recordando que el concepto de sexualidad fija e innata ha de ser revisada en pos de un modelo más fluido, variable y complejo.

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Términos como homosexual y heterosexual parecen ser categorías complementarias, rígidas y predeterminadas. Sin embargo, el paraguas asexual y la bisexualidad por lo general van mucho más allá, abriendo la puerta a lo complejo y lo dinámico.

Por último, parece haber una cierta tendencia a recurrir a personalidades históricas que han estudiado la personalidad y la sexualidad. Es por eso por lo que modelos como el de Kinsey o el triángulo del amor de Sternberg aún están muy presentes. Pero cada vez somos más conscientes de las complejidades en torno al género, así como de las subjetividades propias de cada persona y su forma única de vivir la sexualidad y afectividad.

Pareja heterosexual besándose en la calle
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Conclusiones

Si bien el sexo heterosexual es claramente tan antiguo como la humanidad, ya vemos que el concepto de heterosexualidad como identidad es una invención muy reciente.

El teórico queer David Halperin afirmaba que “el sexo no tiene historia” porque está “basado en el funcionamiento del cuerpo”. La sexualidad, en cambio, al ser precisamente una “producción cultural”, sí tiene una historia.

Según esta afirmación, las personas crean sus propias historias sexuales. Pero no solo dan forma a su vida sexual a su antojo, sino que también crean sus sexualidades dentro de una cierta forma de organización dada por el pasado y modificada por su deseo cambiante, su poder y actividad actual, y su visión de un mundo mejor.

Siempre viene bien recordar que nuestra visión actual de la sexualidad se remonta a finales del siglo XIX, cuando los sexólogos clasificaron a las personas en un sistema binario de heterosexualidad y homosexualidad, en función del comportamiento sexual.

La historia heterosexual puede ayudarnos a entender el papel de los valores en torno a la construcción de nuestro propio placer y el placer de los demás. Es una herramienta para entender cómo nuestros gustos eróticos y nuestra estética de los cuerpos se institucionalizan socialmente a través del individuo y la clase.

Quizás en sus inicios la heterosexualidad era necesaria porque los humanos necesitaban demostrar quiénes eran. Necesitaban defender su derecho a estar donde estaban. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, esa etiqueta pareció limitar las innumerables formas en que los humanos entendemos nuestros deseos, amores, placeres y miedos. Y quizás, al fin al cabo, no se puede considerar como la normal natural y jerárquica, sino como una parte más de la diversidad sexual humana.

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