Hace unos meses conocí a Gabriela Díaz en una feria. Nos estaban tatuando al tiempo y empezamos a intercambiar historias de vida. Me contó que estudió derecho pero que actualmente era instructora de yoga.
Su historia me quedó rondando en la cabeza. Con ganas de escucharla, conocer sobre su experiencia y entender un poco más todo lo que hay detrás del yoga, le escribí para que conversáramos.
Gabriela Díaz Burbano
Gabriela tiene 29 años. Nació en Pasto y empezó a estudiar derecho después de buscar algo que le llamara “remotamente la atención” y también una recomendación de un familiar que le afirmó que como a ella le gustaba leer y en derecho leían mucho, era perfecta para eso. Sin embargo, nunca lo disfrutó. “Sentía que la vida era muy frágil y corta y que yo la estaba perdiendo haciendo algo que no me gustaba”, me cuenta Gabriela.
Su primer acercamiento al yoga fue un tiempo después de que muriera su papá, su abuelo enfermara y se viera obligada a hacer las pasantías en derecho (reafirmando que no le gustaba ejercer esa profesión).
“Debido a la situación tan difícil yo empecé a practicar Yoga. Necesitaba algo que me hiciera sentir mejor, entonces busqué en Youtube y empecé así. No era juiciosa pero me di cuenta de que era algo que me ayudaba”, recuerda.
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Después de otra temporada en Pasto, volvió a Bogotá y empezó a asistir a clases de yoga. En una de las escuelas el profesor le dijo que se le notaba que le gustaba mucho y que debería estudiarlo. Esta propuesta se juntó con el hecho de que Gabriela empezó a planificar por primera vez en su vida. Esto “le pateó la existencia” y le generó ansiedad y depresión.
“En ese momento fue cuando realmente el yoga me ayudó muchísimo. Antes lo veía como algo chévere y en ese momento era lo único que me hacía sentir bien”.
Fue en ese momento de su vida cuando Gabriela supo que quería instruirse en el yoga para lograr que las personas que estuvieran pasando por lo que ella pasó pudieran sentirse mejor.
¿Qué es el yoga?
Esta era una pregunta indispensable para seguir con la historia y la conversación.
La palabra yoga significa unión y se puede interpretar también como una disciplina, me hizo saber Gabriela. Si lo analizamos desde el lado filosófico, el yoga es un camino.
“Es un camino que consta de ocho pasos. Dentro de esos ocho pasos está incluido el yoga que ahora practicamos que son las posturas y la meditación.
El primer paso tiene que ver con la disciplina interna, el segundo paso tiene que ver con la disciplina hacia lo que te rodea, el tercer paso son las posturas físicas de yoga, el cuarto paso es el control o el manejo de la respiración y los últimos tres pasos tienen que ver con explicaciones para llegar a la meditación”.
Lo que busca todo este camino es disciplinar el cuerpo y que así logre estar más conectado, puro y mejor físicamente.
“Podríamos decir que el yoga” —retoma Gabriela—, “es una forma por medio de la cual, a través de posturas físicas, llegas a tener más contacto con tu propio cuerpo. Cuando logras conocer tu cuerpo puedes comenzar a conectarte contigo misma, con tu centro y, a partir de allí, tener más control de tu mente y tus emociones”.
Formarse en el yoga
Cuando Gabriela se dio cuenta que los accesorios de yoga eran muy costosos empezó a coser algunos y a venderlos por un perfil de Instagram.
Le vendió un bolso de yoga a una mujer que era profesora en una escuela, Gabriela le contó que quería formarse en esa disciplina y ella le propuso que fuera a sus clases. Fue esta profesora quien le sugirió también la primera formación de yoga que hizo.
Después de un tiempo, la profesora se iba a hacer un proyecto en Putumayo y le propuso a Gabriela que se hiciera cargo de sus clases. “Me sentí súper bien. Empecé a dar la clase y nunca sentí nervios y nunca me sentí mal. Sentí que eso era lo mío”.
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Durante dos meses la cubrió en sus clases mientras hacía la formación. Además ciertos amigues y amigues de sus amigues le pidieron que les diera clases. En la formación que hacía conoció a una señora que le contó y sugirió sobre una formación en yoga terapéutico que era lo que más le motivaba a Gabriela.
En esa formación tenían que hacer algo similar a un trabajo de grado y ella escogió un grupo de personas que sufrieran de ansiedad para ver si lo que estaba planteando les funcionaba también. Le tocó un grupo de mujeres muy entregadas y abiertas a su proyecto.
“Lo que hacíamos era un sondeo al inicio de la clase, un sondeo al final de la clase. Tenían que escribirme cómo se sentían después de esto. Ahí fui creando unas secuencias de yoga específicas diseñadas para cosas específicas”.
Esa fue su tesis y en la escuela les gustó tanto que le ofrecieron quedarse dando clases.
Sin embargo, “no es tan fácil, creo yo, aquí en Colombia conseguir estudiantes de yoga. La gente es muy resistente. Somos una sociedad que busca resultados inmediatos. ¡Claro que no te vas a curar en una clase de yoga! Me pasa mucho que va gente a la clase un mes, dos meses y no vuelve más”
“Yo siempre digo que sería muy bonito y que me gustaría tener más estudiantes que vinieran más tiempo y ni siquiera es una cosa económica, es que de verdad me gustaría mucho que las personas se lo tomaran más en serio”.
Un camino a la sanación
Gabriela no siente que deba haber una periodicidad específica al practicar yoga pero sí es necesario escucharse más a une misme.
“Por ejemplo, yo sigo siendo una persona que sufre de ansiedad, sin embargo, las grandes herramientas que me ha dejado el yoga es que me han enseñado a conocerme” me explica Gabriela desde su propia experiencia.
“Entonces de tanto escucharte, porque realmente las posturas lo que te enseñan es a escucharte (¿qué está pasando en esta postura? ¿cómo me siento en esta? ¿qué pasa en mi cuerpo en esta?), en tu día a día eres mucho más consciente de lo que está pasando en tu vida”.
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También agrega: “Yo no practico yoga todos los días. Me gustaría… Pero trato de darme lo que necesito que es algo que usualmente no hacemos. Entonces, si un día me despierto y me siento muy mal, lo usual sería quedarme en la cama y ahogarme en otras cosas que no sea escucharme. La gran ventaja que me ha dado el yoga, a través de la práctica, ha sido saber que me sirve en esos momentos”.
Todo el mundo puede hacer yoga
Hacia el final de nuestra charla, le conté a Gabriela sobre la nota que hace unas semanas hice para every sobre la danzaterapia. Escribiendo sobre esto aprendí que muchas de las terapias y actividades que son a través del cuerpo tienen un ritmo propio. No puedes esperar avanzar y/o lograr lo mismo que la persona que tienes al lado. Los cuerpos son únicos y, por lo tanto, los procesos también.
“Cada proceso es muy diferente y de hecho la idea es que el yoga sea muy incluyente. Si tú no puedes hacer cierta postura te debemos dar una herramienta o una opción diferente para que puedas hacer algo similar y que eventualmente puedas hacer eso que no podías lograr al comienzo”.
Mientras me cuenta sobre sus clases, Gabriela sonríe. Me dice que muchas personas se sorprenden de lo que logran hacer con su cuerpo porque, generalmente, llegan a las clases empecinados en que no sirven para el yoga y en realidad lo único que debían hacer era probar y darse la oportunidad de explorar su cuerpo para saber hasta qué punto puede llegar.
“Hacemos cosas muy usuales, como caminar o sentarnos, pero no sabemos exactamente hasta dónde podrían llegar nuestros cuerpo si le diéramos la oportunidad de explorar”.
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Después de colgar con Gabriela me quedó muy clara una cosa: es importante darnos la oportunidad de conocernos y aprender a escucharnos a nuestro propio ritmo y bajo nuestras propias capacidades. Probablemente conectando con nosotres mismes logremos sanar y/o controlar muchas de las cosas que hoy en día nos cuesta trabajo sobrellevar.