Responsabilidad afectiva: vivir tus relaciones desde el respeto

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Es posible que hayas escuchado hablar de responsabilidad afectiva, un término que actualmente vemos con mucha frecuencia en redes sociales. Abunda la información sobre relaciones, amores y vínculos. Pero ¿sabemos realmente lo que significa ser responsables afectivamente?

¿Qué es la responsabilidad afectiva?

Este importante término, que ha tomado mayor fuerza en los últimos años, es un llamado a la creación de vínculos sanos, marcados por el respeto, el consentimiento y el cuidado mutuo. Precisamente, la responsabilidad afectiva es ser conscientes de nuestras emociones y pensamientos, mientras respetamos las de les demás. 

Aunque se suele relacionar directamente con las relaciones románticas, es importante reconocer que la responsabilidad afectiva debe estar presente en todas las conexiones sociales: amistosas, familiares, educativas, laborales y demás. En ese sentido, la responsabilidad nos lleva a tener relaciones más sanas con todo nuestro entorno.

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Ejemplos de falta de responsabilidad afectiva

Para explicar este término, nada mejor que poner varios ejemplos con los que quizás te identifiques. Una persona está actuando sin responsabilidad afectiva en una relación cuando:

  • Muestra una tendencia a mentir con cosas cotidianas de manera frecuente, como la edad, la profesión, los hábitos, etc. Es posible que justifique sus mentiras escudándose en sus inseguridades. Pero una relación sana se construye sobre la base de la honestidad y la sinceridad.
  • No deseas tener contacto físico o virtual, pero la otra persona insiste en tenerlo. Con lo cual, los límites se rompen todo el tiempo ya que se da por hecho que el contacto íntimo es necesario en la pareja y no hace falta pedir permiso.
  • Aparece la presión por tener relaciones sexuales, aunque tú no quieras, no te apetezca o no lo consideres igual de importante. Una persona sin responsabilidad afectiva se enfada fácilmente y te critica si no accedes a tener sexo en las primeras citas.
  • En la relación no te sientes del todo bien. Aparece la sensación de incomodidad, desconfianza y no te apetece pasar tiempo con otra persona. Esto suele ocurrir sobre todo en las relaciones de asimetría y maltrato.
  • La otra persona te envía fotos de nudes o de genitales que no se han pedido y no son deseadas, de modo que sientes rechazo e incomodidad. La persona que las envía no tiene reparo en hacerlo y sabe que va a causar una impresión en la otra persona que no ha solicitado recibir este material. Esto suele estar atravesado por el machismo.
  • Lo que una persona dice no se corresponde con lo que hace, con lo cual no es consecuente con su actos. No conoces a la persona tal y como es, sino la imagen que ha creado para proyectarla al exterior.
Dos personas tomándose las manos
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Un ejemplo claro pero invisible: el gaslighting

La luz de gas, también conocida como gaslighting, es una técnica de manipulación psicológica que, al igual que otras técnicas, puede aparecer en cualquier tipo de vínculo. No exclusivamente en las relaciones de parejas. Este tipo de violencia casi imperceptible afecta en la autoestima, a la sensación de seguridad, a la percepción e incluso a la identidad, etc.

La persona que pone en práctica esta técnica busca controlar a la persona. Niega sistemáticamente hechos evidentes y demostrables, de modo que la persona pone en duda su criterio y percepción. Para justificar esto, se alude a la pérdida de memoria o hacer creer que la otra persona se equivoca o exagera.

La víctima de la luz de gas puede terminar por perder su identidad y su criterio, porque de algún modo interioriza que tiene que dudar de todo. El criterio propio desaparece. Se interioriza el ser una persona sensible o muy dramática, cuando el problema viene de la persona que está usando esta técnica para manipular.

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Frases que nos hemos creído sin pararnos revisarlas

La responsabilidad afectiva está muy relacionada con la forma en la que tratamos a las demás personas. Sin embargo, también es un ejercicio de deconstrucción crítica de algunos comportamientos pensamientos que hemos naturalizado, pero que deberíamos revisar.

  • “De buena persona eres tonta”. Esta frase parece funcionar muy bien en una época donde cada vez vemos más hostilidad en las redes sociales. Se culpabiliza la bondad, al verla como un defecto, cuando es una de las bases el respeto a la otra persona. El problema es quien se aprovecha de la persona bondadosa, pero no de quien decide ser buena persona para respetar a los demás.
  • “Si quieres tener éxito, trabaja mientras las demás personas duermen”. Esta frase implica una falta de responsabilidad afectiva para con uno mismo/a. El descanso es muy importante para la salud mental y para conseguir nuestros objetivos. Además, no tiene en cuenta que no todas las personas tenemos el mismo nivel de privilegio en cuanto al tiempo, al dinero y al descanso.
Personas sonríendo
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  • ”Se te va a pasar el tiempo para ser madre”. Otro ejemplo de frase carente de responsabilidad hacia la persona en relación a la maternidad. Nace de la presión hacia las personas para ser madres, cuando no todo el mundo quiere (o puede) tener descendencia. Inmiscuirse en la vida familiar y sexual de la otra persona no es ser responsable afectivamente. Aparecen presiones hacia las mujeres para ser madres o cumplir obligaciones sexuales para con la pareja.
  • ”Si te hace daño es porque tú lo permites”. Esta frase es muy culpabilizadora, porque no podemos evitar que algo o alguien nos haga daño. Lo único que está en nuestra mano es tratar de tomar conciencia, poner límites y pedir ayuda para abandonar una relación donde hay síntomas de maltrato.
  • ”No me apetece”. Aprender a decir que no a un plan sin necesidad de inventar excusa es un ejemplo de vínculos saludables. Tenemos interiorizado que decir que no te apetece va a causar malestar en la otra persona, que puede pensar que su plan no es interesante o que la estás rechazando. Pero en un escenario vincular donde hemos trabajado la responsabilidad afectiva no necesitamos engañar a nadie porque la otra parte empatiza y entiende que no tienes ganas.

El género y la responsabilidad afectiva

Es importante tener presente la forma en que las personas hemos sido socializadas desde pequeñas. En el caso de las chicas, hay una especie de estigma que nos persigue por ser mujeres y que está relacionado con la idea de mujer mala y femme fatal.

Es frecuente asociar la mala a la mujer que sabe y que destaca sobre el resto. Pero muchas veces confundimos la mala con la libertad. Como históricamente ocurría con las brujas.

Una mujer que abraza su libertad relacional y sexual, por ejemplo, haciendo gala de una rebeldía natural, no es mala. Podríamos decir en todo caso que es rebelde, porque rompe los límite impone la sociedad: monogamia, heteronorma, parejocentrismo, familia nuclear con esposo e hijos, etc. Estos asuntos pueden pesar en otras personas, al hacerles de espejo. Porque tener un poder que otras personas desean despierta envidias y rechazos. 

En este caso, hay una mayor facilidad de que aparezcan situaciones de falta de responsabilidad afectiva cuando se generan sentimientos negativos hacia la mujer y se trata de invalidarla o verla como mala persona.

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Ser y tener: etiquetas, identidad, responsabilidad y lenguaje

Si hablamos de responsabilidad afectiva, es importante diferenciar entre SER y TENER determinadas actitudes. Todas las personas hemos tenido actitudes negativas o de falta de responsabilidad afectiva. Y todas podemos aprender de los errores, deconstruirnos y cambiar. Pero no puedes ser una mala persona si en tu interior no hay intención de herir, atacar o ridiculizar a alguien para hacerle daño.

En el caso del colectivo LGBTIQA+ y la identidad, lo que alguien es, nos encontramos con un ejemplo clásico de falta de responsabiliza afectiva con la eterna pregunta de ¿Para qué las etiquetas? Esto se debe a que se ejerce una falta de empatía estructural hacia la otra persona, desde una posición de privilegio y falta de interés por aprender sobre la realidad de la diversidad.

Preguntar sobre las etiquetas es lo mismo que preguntar para qué las palabras. Para explicarte, para existir, para encontrar comunidad, para visibilizar violencias. No hay palabras/etiquetas de primera clase, ni tampoco orientaciones sexuales de segunda o tercera categoría. Como si hubiese gente válida frente a la otredad que terminamos guardando en un armario.

Personas escuchando música de un auricular
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¿Para qué tantas etiquetas? Una pregunta que nace solo en un contexto LGBTIQA+. Las etiquetas son palabras, unidades lingüísticas que describen realidades válidas y compartidas. Vegano también es una etiqueta, necesaria para comunicar qué tipo de dieta tienes. Así con todo el vocabulario. Si no usas una palabra/etiqueta, usas otra (no eres bisexual, eres…). Porque es imposible nombrar. Lo contrario es el silencio.

Si algo tienen en común las personas el colectivo es la discriminación sufrida por ser parte de la diversidad. Esto no se hace por moda o por elección. Es imposible no usar las palabras; lo que no se nombre no existe. Necesitamos conceptualizar las realidades para entenderlas, para dar existencia, para encontrarse con personas con las mismas vivencias.

Un ejercicio de responsabilidad afectiva sería tratar de escuchar a las personas y entender por qué son importantes para ellas. Y no suponer que es algo innecesario sin haber ejercido la empatía. Recordemos que la forma de hablar sobre la diversidad LGBTIQA+, más sin ser parte de ella, también implica un nivel de responsabilidad afectiva. 

La comunicación y la responsabilidad afectiva

La comunicación se convierte en un pilar clave cuando hablamos de responsabilidad afectiva. Si alguien se va de tu vida sin dar explicaciones (ghosting) o pasa varios días sin dirigirte la palabra (castigo de silencio) está reflejando una falta de responsabilidad afectiva. Las conversaciones siempre han de darse desde el respeto. Compartir cómo te ha hecho sentir la otra persona, y escuchar la otra parte para tratar de empatizar con ella.

Al final las personas somos como las plantas. Hay que cuidarlas y tratarlas bien. No puedes pretender que una rosa sea un cactus. Todas las plantas tienen sus propias raíces y contextos. Hay plantas de interior y de exterior. 

Cada una con sus necesidades y sus ciclos. Pueden parecerse, pero no hay dos plantas iguales. Necesitan sol y agua. También que les hables con cariño para que se vean más bonitas. Si te obsesionas con una de ellas, podrías llegar a lastimarla y aislarla de las demás. Y si le pones productos tóxicos continuamente les haces daño y pueden terminar marchitándose.  

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