De pequeñes le teníamos miedo a los monstruos debajo de la cama y al “Coco” que nos iba a comer si no nos quedábamos dormides. Ahora, muchos años después de las canciones de cuna, entendemos que el miedo real debería ir dirigido al patriarcado, a la heteronorma y a lo hegemónico. Por eso, en este artículo hacemos un recorrido por las luchas feministas, LGBT y la propia, por un mundo en el que podamos ser en libertad.
La primera vez que me vi Divergente tenía 15 años. Siempre he sido muy fan de los libros de ciencia ficción. Esa fue la época de mi vida en la que más sola me sentía, porque me daba cuenta que era muy diferente a les otres, entonces me resguarde en las historias de los libros.
Me acuerdo que disfruté mucho Divergente y me maravillaba la idea de Veronica Roth en la que existía un mundo en el futuro donde las personas eran divididas en facciones según sus habilidades y virtudes. Cuando les jóvenes cumplían dieciséis años debían realizar una prueba que les diría a cuál facción pertenecían, sin embargo, la decisión final era “propia”.
La protagonista, de la cuál estaba perdidamente enamorada, no pudo terminar esa prueba y sus resultados fueron inconclusos. Ella no era la primera persona que salía de esas salas sabiendo que era divergente y pertenecía a más de una facción, pero el sistema se había encargado de invisibilizar y acabar la existencia de todas las personas diferentes.
“No puedes permitir que te descubran. Siempre están vigilando. Debes esconderte en donde nunca esperarían encontrarte”
En este mundo existía una organización milimétrica de todo lo que ocurría. Si alguien se salía de esas estructuras todo el sistema empezaría a tambalearse. Por eso, los divergentes eran cazados en silencio.
“Los divergentes amenazan al sistema. No estaremos a salvo hasta que sean eliminados”
Siete años después, me taladra en la cabeza la figura de Roth de manera diferente porque me doy cuenta de que lo que hizo la autora fue retratar con lupa la sociedad en la que vivimos. Ahora lo veo como un llamado de atención, un grito refundido en la fantasía y en el mundo del espectáculo, algo que si me detengo a analizar puedo identificar saliendo de mi casa o, incluso aún, en mi propia familia.
Mujer, heterosexual, blanca, hegemónica. Hombre, heterosexual, blanco, hegemónico. Familias blancas y hegemónicas compuestas por papá, mamá e hijos. Llamémoslo como queramos: facciones, casillas, roles. El sistema, su poder, su equilibrio y el control sobre las sociedades se basa en nuestros perfectos cumplimientos de etiquetas.
De la ficción a la realidad
Podríamos decir que dos de los movimientos “divergentes” más fuertes en el mundo son el feminismo y las luchas de la comunidad LGBTIQA+. Mujeres, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queers, asexuales y todes quienes entren en el “+” han sido personas históricamente marginadas y discriminadas.
Sin embargo, no es solo eso lo que les vuelve “divergentes”. Es el hecho de querer alzar la voz para derrumbar el sistema de casillas que nos ha sometido a lo largo del tiempo a ser pero no vivir como queremos.
Tal vez la mejor forma de traer a la “realidad” la palabra divergente es decir que todes somos atravesades por diferentes interseccionalides que nos hacen uniques y no dignes, en el buen sentido de la oración, de una sola facción.
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Dentro de este discurso, también es importante tener en cuenta que cada lugar de opresión es diferente. No solo si hablamos de opresión por género u orientación sexual, sino si hablamos, por ejemplo, del contexto social, político, económico y cultural, entre otros, de Estados Unidos o de Colombia. Existe opresión, sí, pero las facciones y/o casillas tienden a tener diferentes características.
Feminismo y divergencia en Colombia
La mujer colombiana, o mejor dicho la “buena” mujer colombiana, siempre fue aquella que se mantuvo en el hogar, encargándose de su esposo y sus hijos. Además de esto, y tristemente, como se afirma en un artículo de Sentiido: “Lo femenino se concibió no solo como lo distinto de lo masculino sino como lo opuesto-inferior”. Las mujeres no tenían voz propia y, por ende, todas sus decisiones eran tomadas por sus maridos.
Es irónico porque muchas de las relaciones de pareja —del pasado y actuales— están basadas en los cuatro tipos de violencia establecidos en la Ley 1257 que se encarga de la prevención y sanción de los actos de violencia y discriminación hacia las mujeres.
Es decir, una relación con abuso físico y sexual, donde existe un daño psicológico, patrimonial y económico. Esto era —y ocasionalmente es— una relación “normal”.
Para estar donde estamos en este momento, las mujeres colombianas atravesaron periodos de luchas y bombardeos al sistema. Esto con el fin de acabar con mucha de la violencia y discriminación que se había establecido como normal en las sociedades.
De acuerdo con la línea del tiempo feminista de Sentiido, las luchas como las que dieron las sufragistas colombianas que se manifestaron entre 1920 y 1954 mediante iniciativas diplomáticas. Como esas contiendas que se llevaron a cabo entre 1930 y 1943 en el período de “toma de conciencia colectiva” donde las mujeres lucharon por sus derechos e independencia económica. Como La Unión Femenina de Colombia (UFC), creada en 1944, que realizó movimientos a favor del voto y la alfabetización en las mujeres o la aprobación en 1948 de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM).
Así como el primer encuentro feminista de Latinoamerica y el Caribe, en 1981, donde se protesto contra la violencia hacia las mujeres y el segundo, en 1983, donde el tema central fue el patriarcado.
Estas fueron luchas, acciones y palabras que nos trajeron hasta el día de hoy, a triunfos como la despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación. Este era un delito exclusivo para las mujeres que era penalizado con hasta cuatro años y medio de cárcel. La llucha empezó en el 2005 cuando, por primera vez, mujeres y organizaciones se involucraron en un proyecto para despenalizar el aborto, liderado por la abogada Mónica Roa.
De la mano de las luchas se empezaron a crear espacios de visibilización, que además de informar sobre las realidades de las que no se hablan en los medios tradicionales, buscaban y buscan darle un vuelco a las formas en las que se entrega la información.
En 1929 se publicó la revista “Letras y Encajes” en Medellín; entre 1938 y 1942, se realizó el programa de radio “La hora feminista” en Tunja dirigido por Ofelia Uribe Acosta (periodista y sufragista colombiana) quien en 1944 creó la revista Agitación Femenina y en 1955 fundó el Semanario La Verdad. En el 78, Yolanda González, dirigió la revista Cuéntame de tu vida, donde se incluían reflexiones políticas, testimonios y poemas de mujeres.
Actualmente contamos con varios medios que se enfocan en temas de género, feminismo y diversidad. Por ejemplo, la revista Volcánicas que se centra en el periodismo “de investigación riguroso, audaz, feminista y latinoamericano”, fundado y dirigido por Catalina Ruiz-Navarro. Sentiido que “produce y aporta conocimiento y capacita sobre género, diversidad sexual y cambio social” y es, asimismo, una organización sin ánimo de lucro en Colombia.
Por otro lado, Manifiesta que es un medio “enfocado en las realidades de las mujeres en Colombia”. Este hace parte de la Fundación Manifiesta que se enfoca y trabaja en la equidad de las mujeres y niñas. Y, por supuesto, Every donde las noticias se enfocan en la diversidad pero, sobre todo, en la inclusión.
Todos estos medios que luchan contra el patriarcado, la heteronorma y lo hegemónico surgen gracias a las iniciativas y al camino recorrido por mujeres como la periodista colombiana Ofelia Uribe Acosta y el activista León Zuleta, de quien hablaremos más adelante.
Comunidad LGBTIQA+ y divergencia en Colombia
A mi parecer, la lucha de la comunidad LGBTIQA+ converge muchas luchas en una, porque el número de interseccionalidades es cada vez mayor. Es probable que si ya han leído alguno de mis artículos sepan que mi referente en temas de historia LGBT en Colombia es siempre el libro de Elizabeth Vargas Castillo “No somos etcétera. Veinte años de historia del movimiento LGBT en Colombia”.
Sin embargo, para contarles en este artículo algunas de las luchas que hemos llevado desde el querer ser libres y “divergentes” mientras somos respetades, recurro a una línea del tiempo de Colombia Diversa que encontré hace unos años cuando hacía un trabajo para la universidad.
En este momento parece casi irreal que las personas diversas hayan vivido momentos de violencia y discriminación para poder, por ejemplo, lograr la eliminación de la homosexualidad del Código Penal colombiano en 1980 o, diez años después, en los 90, lograr que la homosexualidad deja de estar en la lista de enfermedades mentales.
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Un hecho importantísimo hasta el día de hoy fue el reconocimiento en la Constitución del 91 del derecho a la libertad y a la igualdad de todos los seres humanos. Siete años después se culminan dos luchas importantes: por un lado, se logra que el decreto en el estatuto de profesores que señalaba la homosexualidad como causal de mala conducta sea eliminado. Por el otro, la Corte Constitucional confirma que la orientación sexual de les estudiantes no es motivo para negarles la educación.
Por primera vez, en el 2007, se reconocen derechos a las parejas del mismo sexo (como la unión marital) y se firma el lineamiento de la política pública LGBT en Bogotá. En el 2011 la Corte Constitucional afirma que las demostraciones de afecto entre las parejas del mismo sexo no deben ser prohibidas, en el 2015 se aprueba la adopción homoparental y en el 2016 el matrimonio igualitario.
Así como en el movimiento feminista, la lucha por los derechos y la igualdad de las personas diversas también se vio marcada por la creación de espacios de visibilización y experiencias.
En 1977, el activista León Zuleta, creó uno de los primeros medios de comunicación LGBT llamado El Otro. El escritor Fernando Molano Vargas publicó la novela pionera en temas LGBT “Un beso de Dick” en el 92. En el 2000, se publica en el periódico El Tiempo la columna de opinión Arco Iris de Gonzalo García Valdivieso, primera sección LGBT en los medios de comunicación colombianos.
Y, como dije anteriormente, en la actualidad también resistimos y tenemos espacios de visibilización e información asertiva sobre la diversidad, el género y el feminismo.
El patriarcado, la heteronormatividad y lo hegemónico
Es posible que las facciones de la película de Veronica Roth sean diferentes para todes y el sistema de opresión sea manejado por diferentes mandos. Yo, por mi parte, he pertenecido a casillas, estereotipos y algunos “deber ser” causados por el patriarcado, la heteronormatividad y, en sí, lo hegemónico.
Al monstruo debajo de la cama y al “Coco” les dejé de tener miedo hace muchos años cuando crecí y me di cuenta de que en realidad ninguno de los dos existía. Sin embargo, aunque ya sé identificar el machismo, la homofobia y el tradicionalismo en muchos de los aspectos de mi vida, aún le temo al poder que tiene el deber ser en la sociedad colombiana.
Hace unos días hice una entrevista donde hablábamos sobre cómo combatir estos espacios de injusticia desde la cotidianidad y le entrevistade me contestaba que el simple hecho de ser era el mayor acto de resistencia.
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Les divergentes somos y resistimos. No en los últimos tiempos. De hecho, desde 1920 cuando las sufragistas colombianas se manifestaron frente al patriarcado o desde 1980 cuando la homofobia perdió y se eliminó la homosexualidad del Código Penal colombiano.
Resistimos, somos y demostramos que la lucha no se termina hasta vivir en una sociedad que no nos oprima y nos permita vivir libres, entendiendo que nunca habrá el número suficiente de facciones para encasillarnos y privarnos de ser.