La ‘I’ del acrónimo LGTBQIA+ es una de las letras más invisibilizadas, desconocidas y silenciosas de todo el acrónimo. Por tanto, las violencias que sufren las personas intersexuales muchas veces pasan desapercibidas también.
La intersexualidad es un término que se usa para explicar las diferencias sexuales en la anatomía reproductiva de las personas. Estas diferencias muchas veces son visibles desde el nacimiento, pero en otras ocasiones se desarrollan más tarde, normalmente en la pubertad o la adolescencia.
La palabra intersexual también tiene detrás toda una comunidad diversa, con diferentes experiencias y vivencias varias sobre sus diferentes rasgos sexuales, que consideran como parte natural de la diversidad humana.
Cirugías e intersexualidad
Muchas personas intersexuales son sometidas a cirugías cuando son menores, con el fin de cambiar sus rasgos sexuales. Estas intervenciones a menudo se ofrecen a los padres y algunos profesionales de la medicina las consideran aceptables cuando la persona es muy pequeña.
Esto lleva aparejado que a las personas se les niegan que puedan tomar decisiones importantes sobre sus propios cuerpos, y esto, en un futuro puede afectar a la fertilidad, la función sexual y el bienestar emocional.
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Como la mayoría de las cirugías para cambiar los rasgos intersexuales ocurren en la infancia, el activismo intersexual lucha para hacer ver que mutilar un cuerpo de alguien recién nacido es una violencia que vulnera los derechos humanos. Además, muchas veces genera daños irreversibles.
A pesar de que hay condiciones intersexuales que pueden suponer un riesgo para la salud y es necesario realizar una intervención médica, la mayoría de las veces no hay peligro alguno para la persona.
El activismo intersexual ha sido fundamental para luchar contra violencias médicas principalmente. Aunque también se enfrentan a la violencia de vivir en un sistema binario. Cuando nace un bebé intersexual, se recomienda tratar la situación con naturalidad y que cuando la persona crezca decida libremente lo que quiera hacer. Que sea ella quien diga con qué género se siente más identificada y qué hacer o no hacer con su cuerpo.
Las cirugías intersexuales infantiles a menudo llevan aparejadas graves consecuencias emocionales y físicas de por vida, con altas tasas de complicaciones y función sexual reducida. Cuando se realizan sin el consentimiento informado de la persona, implica una violación de los derechos humanos, tal y como afirma la ONU.
Porque la identidad, no lo olvidemos, es algo único y subjetivo y nadie tiene la legitimidad de decir a otra persona qué debe hacer, cómo debe sentirse o quién debería ser.
Entre las cirugías que se realizan encontramos:
- “Reducir” o “recolocar” un clítoris o un pene que no se corresponden con el tamaño estándar de los genitales.
- Intervenir a la persona quirúrgicamente para crear o alterar una vagina (vaginoplastia).
- Desplazar una uretra funcional o extirpar las gónadas, es decir, aquellos órganos encargados de producir las células y las hormonas sexuales.
Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos y muchas veces consienten estas cirugías porque creen que algo malo le puede estar pasando a su bebé. Todo esto es fruto del desconocimiento. Además, a muchos padres nunca se les informa sobre los elevados altos riesgos de realizar estas cirugías, ni se les da información sobre familias con menores intersexuales.
¿Por qué esperar no parece una opción, cuando es la mejor para evitar daños futuros? Si no hay peligro alguno para la persona, no intervenir es la mejor manera de evitar daños físicos y psicológicos irreversibles.
Lo que nos enseña la intersexualidad
La realidad biológica que expone la intersexualidad viene a plantearnos diferentes cuestiones. Entre ellas, la infinita variedad de cuerpos que existen y lo difícil que es tener un cuerpo canónicamente masculino o femenino.
La intersexualidad se puede dar de formas muy diferentes, como diferencias en los genitales, el nivel de hormonas, la anatomía interna, los cromosomas y su combinación, etc. Asimismo, podríamos hablar también de otras características secundarias, como el tono de voz o el vello corporal.
Porque, ¿qué ocurre con aquellas personas que tienen mayores niveles de estrógenos o andrógenos que la media? ¿Y aquellas personas que tengan un clítoris más grande del tamaño estándar? ¿Y quienes presenten más o menos cantidad de vello corporal, por ejemplo?
La intersexualidad nos invita a abrir la mirada a la diversidad de los cuerpos, y nos regala la reflexión de que el binarismo sexual ha quedado desfasado dada la infinidad de opciones que la propia naturaleza humana nos presenta todo el rato.
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Asimismo, las personas intersexuales a menudo tienen que enfrentarse a sentimientos de vergüenza o incluso se ven en la tesitura de tener que cambiar sus cuerpos para adaptarse a lo que socialmente se considera ‘’masculino’’ o ‘’femenino’’. Este es el motivo por el que muchas personas confunden muchas veces transexualidad con intersexualidad, ya que en muchas ocasiones se realizan intervenciones similares, aunque sea por motivos diferentes.
Intersexualidad en primera persona
Me llamo Sandra y soy una mujer intersexual nacida en 1980. En aquella época desgraciadamente no existía tanta información sobre la intersexualidad como hay ahora. Entonces, lo que yo viví fue un malestar que muchas personas aún sufren, pero que, gracias al activismo intersexual, cada vez se hace más pequeño.
Nací con una condición llamada síndrome de insensibilidad a los andrógenos. Esto significa que mi cuerpo no responde a las hormonas sexuales masculinas (andrógenos). Porque todas las personas tenemos hormonas sexuales masculinas y femeninas, aunque sea en distinto grado.
Mi fenotipo por fuera es el de una ‘’mujer’’ tal y como lo leemos actualmente. Apariencia y expresión femenina, podríamos decir. Pechos, voz suave, rostro femenino, curvatura de cuerpo de mujer. Sin embargo, nací con testículos internos. Aunque por fuera parezco una mujer, mis cromosomas son XY… Es decir, ‘’masculinos’’.
Desde que nací me tuve que someter a varias cirugías que me han marcado mucho al vivirlas como traumáticas. En primer lugar, me extirparon los testículos internos, y no tengo útero. Eso significa que no tengo la regla ni puedo tener hijos aunque quiera. Mi relación con mis genitales era muy lejana para mí, pues era algo que relacionaba con el dolor y el malestar.
Me considero una mujer heterosexual, pero el inicio de mi vida sexual fue muy doloroso también. Mi relación con mi vulva pasó por el uso de dilatadores y ejercicios varios para mantenerla de algún modo activa. Me forzaba a tener relaciones sexuales con penetración para, de alguna manera no usar dilatadores, y para sentir que realmente yo era una mujer sexualmente funcional.
Sin embargo, mis partes íntimas están marcadas por las cicatrices, que no solamente me han dejado una marca física, sino también psicológica. Me ha generado vergüenza y rechazo de mi misma. Cuando tenía encuentros sexuales con hombres, les decía una mentira para justificar esas marcas. Me inventé que tuve un accidente de coche que me generó daños en la zona genital, pues el choque produjo cortes en esa zona. Me inventé que esa era la causa de aquellas extrañas marcas que tanta vergüenza me daban.
Vergüenza todo el rato, sensación de malestar y tristeza porque además me sentía un monstruo. Cuando en el colegio estudiábamos genética, solamente te ponían dos opciones: XY (hombre) y XX (mujer). Nada más. El resto estaba catalogado prácticamente como deformaciones, monstruosidad, enfermedad, trastornos, síndromes… Palabras que con el tiempo interioricé y que, cuando supe que era intersexual, me las tomé como propias.
Sentí que era un monstruo porque había nacido con un cuerpo raro que mis amigas no tenían. Además, no pude vivir mi sexualidad plenamente porque sentía mucho rechazo y tenía traumas asociados a las operaciones y uso de dilatadores. No me veo reflejada en mi entorno. En realidad, soy genéticamente un hombre, ¡qué vergüenza! ¿Cómo decirle esto a mis amigas?
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El cuerpo tiene memoria, y recuerda experiencias de bienestar y malestar. Nos dice todo el rato lo que no nos gusta y lo que no nos gustó en el pasado. El cuerpo es algo que nos permite obtener placer, pero mi cuerpo no es digno de ser deseado porque es amorfo, raro… Un síndrome. Algo que no es normal.
Soy pura ansiedad, porque el malestar psicológico te acompaña cuando, sin haberlo decidido, sales de la norma binaria sexo-género por haber nacido así.
De niña me daba mucho miedo ir al pediatra, porque aquello conectaba con cirujanos, endocrinos…. De adolescente, me daba miedo ir a la ginecóloga. ¿Cómo exponer mi cuerpo a alguien cuando ni siquiera yo misma lo quiero ver? ¿Qué me diría si lo ve? ¿Pensará que soy una anomalía?
Me da vergüenza y me siento insegura; esa inseguridad hace que mi cuerpo se bloquee, que me tiemblen las piernas. Solo quiero llorar, porque una de las zonas desde donde obtenemos mucho placer sexual, la tengo asociada a una anomalía que me genera rechazo.
Vaginoplastia. ¡Qué palabra tan larga y temida! Necesité realizarme esta operación varias veces para poder tener una vagina ‘’funcional’’ que cumpliera con los mandatos sexuales de nuestra sociedad. Para evitar que la sociedad me rechazara o no me quisieran. Cortaron mis labios, moldearon mis genitales sin ningún tipo de tacto, como si fuese algo que se tuviese que arreglar…
Pero gracias al activismo intersexual me pude poner en contacto con otras personas que han pasado por lo mismo que yo y, por suerte, muchas cosas han avanzado. Aunque aún hay mucho por hacer y queda un largo camino para educar sobre diversidad corporal. Todos los cuerpos son válidos y preciosos, igual que lo son todas las identidades de las personas que habitan el planeta Tierra.