La salud mental aún tiene una deuda pendiente con las mujeres. Esto deriva en que aún se sigan vulnerando derechos y violentando la salud de las personas por el sistema sexo-género en el que nos enmarcamos.
Vivimos en la sociedad heteropatriarcal y machista donde se nos socializa bajo determinados roles y mandatos de género que generan desigualdad. En el tema que nos compete, tiene una repercusión en la salud de las mujeres por diferentes motivos que analizamos a continuación.
Antes de proseguir la lectura, hay que aclarar que cuando hablamos de género nos referimos a una enorme diversidad de realidades e identidades, pero en este caso en concreto hablaremos de cómo la salud mental impacta en las mujeres.
El Género y los determinantes sociales de la salud
En primer lugar, cabe mencionar que el género es una construcción social cultural que se crea y recrea en las sociedades. Se configura como una categoría de análisis que resulta clave para pensar en el acceso y disfrute del derecho a la salud.
Hablar de perspectiva de género es subrayar cómo afectan los roles sociales a las personas, mientras las teorías y estudios feministas proponen ampliar las miras. Esto supone comprender que las desigualdades entre los géneros implican a todas las personas a través de un complejo sistema de creencias, roles y mandatos con unas raíces profundas que se manifiestan en las formas de ser y estar en el mundo.
Incorporar la perspectiva de género implica poner el énfasis en cómo se producen las relaciones entre las personas en función de cómo se identifican o cómo se las identifica. Esto va más allá del binomio hombre-mujer, que niega la existencia de muchas personas cuya identidad no se encuentra en ninguna de esas etiquetas. Por otro lado, los determinantes sociales de la salud hacen referencia a aquellas condiciones sociales en las que las personas nacen, viven y se relacionan que tienen un impacto en su salud a nivel individual y/o comunitario.
Hemos de tener en cuenta que las personas viven identidades múltiples, formadas por diferentes características y relacionadas con las relaciones sociales, históricas o contextuales. Esto permite comprender que se pueden vivir opresiones y privilegios de manera simultánea. Este ha sido uno de los grandes aportes del pensamiento feminista a la hora de abordar la justicia social desde una perspectiva de diversidad en equidad.
Las mujeres cubren el rol de ser las cuidadoras de la familia y del entorno. Son educadas para expresar más las emociones y atender a los demás, sin descuidar el trabajo doméstico. Su vida laboral está dentro y fuera de la casa. Asimismo el estigma es mayor cuando las cifras revelan un mayor número de casos diagnosticadas con trastornos mentales.
La salud de las mujeres es afectada por un amplio conjunto de factores que podrían analizarse en detalle desde la idea de la invisibilización. Se invisibiliza la triple jornada que desempeñan en su día a día: en el mundo laboral productivo, las tareas domésticas y el sostén de las relaciones personales cuidando a las personas de los grupos en los que se integran. Una triple jornada que reduce mucho su tiempo de sueño, su tiempo de descanso y su tiempo libre. También conlleva consecuencias psicológicas que a menudo devienen en una alta medicalización -tomando antidepresivos- para contrarrestarlas y consecuencias físicas de carácter músculo esquelético, debido a la repetición constante de movimientos.
Respecto a los derechos sexuales y derechos reproductivos en el marco de la salud, es importante tener esta perspectiva en cuenta, puesto que existen grupos de personas especialmente vulneradas por la combinación de múltiples circunstancias. Por ejemplo, las niñas y adolescentes, las mujeres pobres o en contextos sin garantía de derechos, personas LGBTIQA+, poblaciones en situación de refugio, personas con discapacidad, sin alfabetización, etc.
El heteropatriarcado tiene como consecuencia una peor salud física, mental y social para las mujeres. Una vida marcada por la desigualdad sistémica frente al hombre.
Perspectiva Interseccional
En los feminismos es muy común hablar de interseccionalidad, como un enfoque que pone sobre la mesa los diferentes ejes de opresión-privilegio sobre los que vive la ciudadanía.
El enfoque interseccional permite visualizar toda una serie de características identitarias como constructos culturales que favorecen o limitan las posibilidades de las personas en sus contextos sociales. Curiosamente, este enfoque guarda grandes parecidos con el de los determinantes sociales de la salud.
Por ejemplo, una adolescente sin estudios, de una zona rural sin acceso a anticonceptivos y en un contexto cultural conservador tiene mayores probabilidades de tener un embarazo temprano y no deseado, que una adolescente urbana, con acceso a educación sexual y diferentes métodos anticonceptivos. O una persona trans, centroamericana, sin oportunidades laborales, en un contexto tránsfobo y con alta prevalencia de VIH, tendrá un mayor riesgo de infección de VIH y de tener SIDA que una mujer cis blanca, europea, con empleo y con acceso información y métodos de prevención de ITS.
Es importante tener en cuenta, por tanto, que cuando se habla de mujeres, y de personas en general, también es necesario ampliar la mirada y diversificar el análisis. Es decir, no todas las personas son iguales, sino que existen elementos y condicionantes biológicos, sociales, culturales y ambientales que intervienen y afectan a las oportunidades que tienen.
Estas son, entre otras: la raza, la etnia, la condición económica, la orientación sexual, la religión, la nacionalidad, el nivel académico, la edad, la diversidad funcional física, psicológica o sensorial, tener una enfermedad crónica o no, vivir en una zona de conflicto o con altas tasas de contaminación, entre otras. Todo esto se combina para determinar la posición social y el bienestar de una persona.
Género, psicofármacos y adicciones
Para empezar, es mayor el número de casos en los que las mujeres son diagnosticadas con ansiedad o depresión. También es mayor el número de casos en las que se (sobre)medican con psicofármacos para aliviar malestares nacidos de la vida diaria. España es, además, el país donde a las mujeres se les receta más psicofármacos que a los hombres.
Se invisibilizan las diferencias biológicas entre los cuerpos masculinos y femeninos para la realización de ensayos clínicos y la investigación médica. Esto se traduce en que a menudo no se invierten los recursos necesarios para determinar cómo una dolencia o enfermedad afecta de forma diversa a cuerpos diversos, sólo por el hecho de que el cuerpo masculino -el hombre- se toma como media de todas las cosas.
Ejemplos de ello son la descripción tradicional de la sintomatología del infarto, que se manifiestan en hemisferios corporales diferentes en función del cuerpo en el que ocurra la cardiopatía. O que no se administren medicamentos con dosis ajustadas a cada cuerpo debido a que los ensayos clínicos realizados mayoritariamente con hombres, que no benefician a todas las personas por igual.
Tal y como afirma la psicóloga Pilar Pascual:
“La depresión de género no es una enfermedad mental ni biológica, sino un conjunto de sufrimientos y malestares físicos y psicológicos que experimentan las mujeres cuando padecen una crisis de identidad de género, por su forma de ser mujer. Estas depresiones pueden producirse por la acumulación de los efectos negativos en la salud de las microviolencias. Por las contradicciones y frustraciones de practicar los múltiples roles y mandatos o por la vivencia de crisis vitales (ruptura de pareja, maternidades…). O como consecuencia de algún hecho traumático (abusos sexuales en la infancia, violencia de pareja…). En la actualidad, el malestar emocional de las mujeres está medicalizado. Las mujeres tienen un mayor número de prescripción de psicofármacos que los hombres”.
Por el contrario, las expectativas sociales que recaen sobre los hombres se reflejan en mandatos y roles sociales que están atravesadas por el machismo. A menudo, desde que son pequeños, se espera de los hombres que sean valientes y fuertes, que sean líderes y que no muestren sus sentimientos. Esto acarrea consecuencias negativas para su salud que van desde las dificultades para relacionarse con sus iguales y con personas de otros géneros a una mayor tendencia al desarrollo de problemas cardiovasculares. También un mayor consumo de alcohol, sustancias químicas nocivas y tabaco. Es decir, en ambos casos el género es un factor determinante, pero también influyen el contexto político y sanitario, la condición económica, el nivel educativo, entre otros múltiples factores.
Ante esta situación que afecta al conjunto de la ciudadanía, y para que las transformaciones a favor de la equidad de género sean reales y profundas. Es necesario aunar esfuerzos de múltiples agentes y entidades sociales, no sólo en cuestiones más formales como leyes, derechos y programas, sino a través de todos los aspectos institucionales, culturales, simbólicos y cotidianos que intervienen de manera directa o indirecta en la inequidad de género. Es decir, como cualquier cuestión aprendida y construida socioculturalmente, se puede desaprender y resignificar. Y es en este aspecto, precisamente, en el que todas las personas podemos contribuir a la equidad de género desde los distintos ámbitos en los que participamos.
Finalmente, la perspectiva de género es algo que necesariamente atraviesa toda nuestra vida. Es necesario abordarla y tenerla en cuenta cuando además afecta de manera determinante a la salud de las personas. En esta línea y de forma general, sería conveniente que en el sistema educativo se implementen iniciativas o asignaturas específicas de educación sexual integral que se ocupen de cuestionar la socialización desigual entre los géneros, así como sus roles sociales y las relaciones de poder que median entre las personas.
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