El pecado de ser gorda

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Pensé mucho en hablar sobre este tema, pero sé que mi historia es como la de muchas personas que luchan con el sobrepeso por las razones equivocadas, y aunque parezcan obvias las razones correctas, es difícil hallarlas cuando la sociedad te grita en la cara todo lo que aparentemente está mal en ti.

El sobrepeso no mata, matan las opiniones de los demás

De niña fui delgada, el sobrepeso nunca fue un tema relevante hasta los dieciséis, cuando un desbalance hormonal hizo que aumentara de peso rápidamente y pasé de talla 6 a talla 14 en un poco más de un año.

Al principio no lo veía como algo negativo, si bien había subido de peso, me encantaba como se veía mi cuerpo, pero esa seguridad se apagó rápidamente.

Creo que jamás me había sentido tan abrumada como en esa etapa de mi vida, en donde familiares, amigos, conocidos, todos se creían en la potestad de hablar sobre mi cuerpo como si fuera suyo.

Sus críticas eran duras, sus comparaciones eran dolorosas y yo intentaba ser fuerte; a veces respondía, a veces me reía, me quedaba callada y a veces me avergonzaba tanto que agachaba la cabeza y todas esas palabras se fueron coleccionando en mi mente y calaron en la percepción y el concepto que tenía de mi cuerpo y de mí como persona.

Naturalmente, mi seguridad se redujo y la belleza que veía en mí, todo lo que atesoraba de mí se disipó y solo quedaron inseguridades y ganas de desaparecer a esa versión mía que no le gustaba a los demás. Fue ese eco el que me terminó convenciendo de que yo tampoco me gustaba y que necesitaba con urgencia bajar de beso.

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Las razones equivocadas: Pastillas, dietas y el efecto rebote

Hice innumerables dietas que únicamente ponían en riesgo mi salud, la de la piña con atún, la de dejar de comer harinas, la de tomar solo batidos, dietas con pastillas y me dedicaba a buscar en internet soluciones rápidas, porque estaba tan desesperada por bajar de peso que quería resultados inmediatos.

Al final, cada vez que intentaba bajar de peso con alguno de estos métodos paradójicamente subía más, era el dichoso efecto rebote. No solo estaba más gorda, sino también más decepcionada por mi supuesta incapacidad para alcanzar un objetivo que parecía simple.

Consecuencias

Dejé de usar la ropa que me gustaba, dejé de sentirme linda, importante, poderosa; me sentía incapaz de ser parte de algo, me dolía vivir porque tenía que conformarme, porque me sentía la última en la fila, me sentía fea, acabada, marcada, estaba en una guerra constante conmigo y no entendía ese cúmulo de sentimientos y sensaciones que se apoderaban de mí.

Bajar y subir de peso marcó con estrías mi cuerpo, mis senos se cayeron, mis muslos cada vez tenían más celulitis, mi mente dañada y mi mirada distorsionada veían con odio, con rabia y resignación en lo que me había convertido. No quise luchar más, ya nada tenía sentido y empecé a refugiarme en los alimentos y buscar cualquier excusa para consumirlos.

Según la Asociación Estadounidense de Psicología, el trastorno alimentario compulsivo, una conducta asociada con la obesidad y otras condiciones como la anorexia nerviosa, es también un síntoma de depresión. Un estudio de personas obesas con problemas de trastorno alimentario compulsivo reveló que el 51 por ciento también tenía un historial de depresión grave.

Alcancé a pesar 98 kg, mi peso “ideal” es de 70 kg. Mi cuerpo empezó a sufrir por el sobrepeso, ya no podía caminar sin ahogarme, también empecé a sufrir de la tensión y cada día era más difícil, cada día me sentía peor emocional y físicamente.

Comprar ropa para mí era traumático, nada me quedaba, así que me ponía a llorar en los vestidores de la impotencia y la frustración, pero como si no fuera suficiente en muchos almacenes no alcanzaba a cruzar la puerta cuando me decían: “Pero de tu tallita no tenemos nada”

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Estos son solo algunos de los comentarios que recibía a diario:

  • Tienes la cara linda, pero deberías bajar de peso
  • Tan bonita que eras antes
  • ¿Qué te pasó por qué te engordaste tanto?
  • No has pensado en operarte
  • Todas las gorditas tienen la cara linda
  • Deberías empezar una dieta para que a fin de año te veas diferente
  • Esos kilos de más deberían ser de menos
  • Si no fueras gordita me metería contigo
  •  Todavía se te ve figura, estás a tiempo de hacer algo.

La Asociación Estadounidense de Psicología en investigaciones adicionales muestra que las mujeres obesas que padecen de trastorno alimentario compulsivo y que han sido víctimas de bromas a causa de su apariencia desarrollaron luego insatisfacción con su cuerpo y depresión.

Yo era una joven de 16 años cuando empecé a tener sobrepeso, hay personas que desde niños lo tienen. No es el sobrepeso lo que nos aísla, es la gente, son las personas que no conciben las diferencias, que carecen de empatía, que no logran ver la diferencia más allá de la figura.

Creí lo que los demás pensaban de mí, creí que mi valor estaba en mi cuerpo y no en mi mente, aunque suene cliché, llegué a pensar que para ser aceptada tenía que verme como las modelos o las actrices; sufrí muchísimo y reconstruirme me tomó bastante tiempo.

Las razones correctas

Todo cambió en mi cumpleaños número 26, ese día no compré nada de ropa, decidí vestirme con lo que tenía en el closet, pero prácticamente nada me quedaba; me maquillé y cuando me miré fijamente al espejo me puse a llorar porque no me reconocí. Y no hablo de un cambio físico, no se trataba de la apariencia, se trataba de mí, de mi esencia, de la tristeza que había en mis ojos, de lo infeliz que lucía.

Ese momento fue determinante y tomé la decisión de cambiar mi vida, lo hice por mí. Finalmente, caí en cuenta de toda la basura que había dejado entrar a mi cabeza, que lo peligroso no era el sobrepeso porque a fin de cuentas era algo que se podía solucionar, lo peligroso era que yo siguiera creyendo lo que los demás pensaban en mí.

No fui al psicólogo y sé que debí hacerlo, pero mi motivación era tan grande que me puse una armadura de amor, de fortaleza, de valentía que repelaba todos los comentarios que me podían herir, empecé a hacerme cumplidos diarios, empecé de a poco y hoy estoy orgullosa de ese paso, de esa reconstrucción.

Cuando decidí bajar de peso lo hice por las razones correctas, lo hice por mi salud y me encargue de ir con una nutricionista para cumplir mi objetivo. Baje 20 kg a punta de disciplina y constancia, eso me hizo sentir que estaba en la cima y no era por estar más delgada, era la sensación de hacer algo por y para mí, algo que mejorara mi calidad de vida.

Obviamente, la gente me felicitaba como si ser gorda fuera un pecado y me lo estuviera quitando de encima, pero al final mi santificación era que por fin me había encontrado y sabía quien era; y sé que soy más de lo que marca una balanza, más que la talla de mis jeans, yo soy más de lo que la gente ve a primera vista.

Ya no dejo que las opiniones de los demás influyan en mi persona porque me tomó diez años darme cuenta de que deje entrar a mi cabeza opiniones innecesarias que me destrozaron y afortunadamente pude salir de esto. Pero no todos manejamos las emociones de la misma forma, no todos somos iguales, yo pude superarlo, pero seguramente hay personas que no.

Aún hoy cuando las mujeres de tallas grandes estén en plataformas que antes parecían inalcanzables, aun cuando las tiendas incluyan tallas xl, nuestra sociedad es una sociedad juzgadora, que no mide las palabras, ni las acciones; una sociedad que carece de empatía, amor y comprensión.

No promuevo la obesidad, promuevo el amor, la aceptación, los nuevos comienzos, promuevo la empatía, la lucha, la valentía, la esperanza, el cambio, promuevo la importancia de la salud mental, promuevo ser bueno, porque con buenas acciones se construye un mundo mejor.

Y sí, sigo siendo gorda pero feliz, ni la forma como me visto, ni lo que como o dejo de comer me define o encierra todo lo soy. Adoro mi cuerpo, mis kilos de más me hacen lucir espectacular; me miro al espejo y reconozco mi brillo, soy hermosa, me amo y nunca más nadie me apartará de ese amor profundo y respeto que siento por mí y por mi cuerpo.

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