Bruno Bimbi es un periodista, escritor y activista por los derechos LGBT.
Ha publicado en diversos medios de comunicación nacionales e internacionales y recientemente ha dictado un curso sobre periodismo LGBT que integrantes del equipo de Every tuvimos el privilegio de asistir.
Su primer libro, “Matrimonio igualitario”, fue publicado en el 2010 y cuenta la historia de la conquista de ese derecho en Argentina. Hoy nos reunimos con él para hablar de su segundo libro, “El fin del armario”.
¿Cómo surge este libro?
A diferencia de mi primer libro, que se dedicaba de principio a fin a contar una única historia –cómo se aprobó el matrimonio igualitario en Argentina– este es un libro sobre una época. Cuenta cómo está cambiando, en esta época, la relación entre las mayorías y las minorías sexuales, teniendo en cuenta las distintas identidades. Presenta un panorama de esos cambios, recorriendo distintos lugares del mundo, distintas situaciones culturales, religiosas, políticas y sociales.
Mi objetivo es mostrar cómo esos cambios se están produciendo y por qué aún no llegan a algunas partes del mundo; qué relación tiene eso con ciertos factores como la política, la religión, la cultura.
En las presentaciones del libro digo que si un joven homosexual de mediados del siglo XVII viajara en una máquina del tiempo a mediados del siglo XIX, al llegar encontraría cambios en la ropa, la música, las costumbres, el sistema político, la ciencia, la tecnología, pero su vida como joven homosexual sería la misma, no cambiaría absolutamente nada. La represión en el siglo XIX sería igual de fuerte que dos siglos atrás y salir del armario continuaría siendo imposible.
En cambio, si un joven homosexual de los años 70 del siglo XX viajara a nuestros días –apenas medio siglo de diferencia– encontraría un mundo irreconocible. No solo por la música, la medicina, la tecnología y la ciencia, sino porque hoy, en muchas ciudades del mundo, te puedes casar en el registro civil, adoptar hijos, tener representantes políticos que son gays o lesbianas, puedes ver series y películas con personajes LGBT, hay leyes y derechos para las personas LGBT… El viajero del tiempo se encontraría con un mundo que cambió en todos los sentidos en relación con las minoría sexuales.
Sin embargo, ese cambio es desigual: hay partes en el mundo donde se avanzó muchísimo – buena parte de Europa occidental, buena parte de América, parte de Oceanía –, pero en el otro pedazo del mundo puede decirse que ese cambio no empezó, o inclusive las cosas han empeorado.
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Eso constata dos cosas: por un lado, que es la primera vez en la historia, luego de siglos de opresión, que esto está empezando a cambiar. Y, por otro lado, que por primera vez en la historia, gracias a los cambios que se están dando, el fin el armario —que en un futuro nadie precise de vivir en el armario, algo impensable hace un siglo— hoy es una posibilidad real.
De esa posibilidad surgió el nombre del libro, que se le ocurrió a mi editora argentina, Constanza Brunet. A mí me gustó desde que lo propuso, porque es una constatación de lo que venimos hablando y, a la vez, una expresión de deseos, ya que ese fin todavía no llegó a muchas partes del mundo.
¿A quiénes está dirigido el libro?
Para mí era importante pensar un libro que no fuera solo para la comunidad LGBT, sino que lo pudiera leer cualquier persona.
Esto lo aprendí trabajando en TN (canal de noticias argentino), donde tenía un blog dedicado a la diversidad sexual, que después se transformó en una sección del portal de noticias. Ahí aprendí que no es lo mismo escribir sobre temas LGBT para una revista LGBT que para un medio masivo que leen millones de personas.
Ese trabajo me dio el ejercicio de hablar sobre diversidad con personas que probablemente no tengan idea de lo que estás hablando, que no han leído nada sobre el tema, y probablemente tengan dudas o ideas completamente erradas por la desinformación y los prejuicios.
“El fin del armario” fue escrito con la misma mirada. Quiero que lo pueda leer cualquiera, inclusive una persona que tiene prejuicios o es homofóbica. Porque creo que si tiene la suficiente curiosidad para agarrar mi libro y ver qué dice, ya está abriendo una puerta para empezar a conversar.
Se trata de un ejercicio que se tiene que hacer cuando se está en la lucha por la conquista de derechos…
Exactamente. Cuando se lanzó la campaña por el matrimonio igualitario, sabíamos que para conseguirlo no alcanzaba con el apoyo de los políticos y medios de comunicación progresistas, porque había que formar una mayoría en el congreso. Para conseguirlo, antes había que formar una mayoría en la sociedad, y eso significaba que había que convencer a los lectores de medios conservadores.
Lo mismo sucedió con la campaña del aborto en Argentina, no iba a alcanzar la mayoría de votos si la campaña solo se dedicaba a convencer a los votantes de los partidos de izquierda y progresitas, porque justamente ese apoyo lo tenés desde el principio, hay que convencer a votantes de políticos mucho más conservadores.
En tu libro se van entretejiendo un montón de historias personales, ¿cuál es tu historia preferida?
La primera que se me viene a la mente ahora es la de la escuela de Bélgica, que tiene mucho que ver con lo que estamos hablando. Se trata de una escuela donde todos los años hacen un ejercicio para enseñarle a los estudiantes qué es el matrimonio. La tradición era que un chico y una chica del curso, como si fuera una obra de teatro, interpretaran a una pareja que se casa.
Hace unos años, por primera vez, dos alumnos varones preguntaron si podían “casarse”. Estamos hablando de chicos pequeños, que no tenían ninguna relación amorosa y que tampoco sabemos si en el futuro se van a relacionar con varones o con mujeres, como tampoco era posible saberlo sobre las “parejas” de años anteriores. Pero en Bélgica, desde el año 2002, existe el matrimonio igualitario. Fue el segundo país en el mundo en legalizarlo. Enseñarles a los chicos sobre el matrimonio incluye también enseñarles esto; por eso, cuando los chicos preguntaron a su profesora si ellos también podían hacerlo, les dijo que sí, con total normalidad.
Me gusta mucho esta historia porque todo el evento transcurrió sin ningún problema, como todos los años. Nadie supuso que esos chicos eran gays, o que eran novios, como nadie lo suponía cuando actuaban un chico y una chica. Fue noticia fuera de Bélgica, pero en Bélgica no sorprendió a nadie, porque no dejaba de ser una representación de un casamiento como cualquier otro.
Hacia allí nos dirigimos y vamos a llegar en el futuro.
La historia que más me gustó es lo opuesto a esa historia. Se trata de la historia del coreano que no conoce que existe ser gay.
Claro, esa historia es el ejemplo contrario a lo de Bélgica y retrata de la manera más cruda cómo es ser criado como si los gays no existieran. Habla de un hombre que se escapa de Corea del Norte cruzando un campo minado, arriesgando su vida, sin saber de qué escapaba o qué buscaba. Lo único que sabía era que vivir ahí lo hacía terriblemente infeliz: estaba casado con una mujer a la que no amaba, viviendo una vida que no quería, en una sociedad en la que se sentía mal, pero no sabía por qué.
Corea del Norte tiene un régimen político muy cerrado y autoritario, donde directamente se ha suprimido la palabra y la idea de ser gay. Entonces, las personas que son gays o lesbianas no saben qué son. Saben que son diferentes a los demás, sienten que les pasa algo, pero no saben qué, aunque sí perciben que es mejor no contárselo a nadie. Este hombre llega a Corea del Sur y tiempo después ve una revista donde hay una pareja de dos hombres: recién ahí se da cuenta de que esto que le pasaba existe.
Son dos ejemplos extremos, el de Bélgica y el de Corea.
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También relaciono esta historia con tu primera historia de amor, porque en tu historia reflexionas sobre qué pasa cuando no tenemos esas representaciones desde chicos, sobre cuáles son los costos de crecer sin saber lo que nos pasa.
Esta historia fue publicada por primera vez como contratapa en el diario Crítica y creo que fue una de las cosas que he escrito que más impacto ha generado en los lectores y por la cual más cartas y mensajes he recibido.
Pienso que quizás hoy, en muchas familias, ya no sea el caso; aunque lo es en otras partes del mundo, pero claro, mi historia también es un ejemplo de lo que es crecer en un mundo en donde nosotros mismos no existimos y cómo eso hace que nos perdamos un montón de cosas.
Todo chico y toda chica tiene su primer enamoramiento, primer novio o novia, su primer beso, su primera relación sexual más o menos a la misma edad. Se trata de un aprendizaje que empieza a formarte para la vida y es fundamental que se dé en la adolescencia, que es cuando estás aprendiendo sobre las relaciones.
En las sociedades en las que hay una fuerte homofobia social, las personas que son gays no llegan a esa experiencia hasta después de los 20, tal vez 30 años o, incluso, tienen relaciones con el sexo opuesto obligados por el entorno o en situaciones que no querían. Hasta que en algún momento se dan cuenta de que no es eso lo que quieren y, cuando llega el primer beso, la primera relación sexual satisfactoria o la primera relación de pareja verdadera, con amor y pasión, ya son mucho más grandes. Y esto hace que se pierdan momentos importantes en el desarrollo de una persona, que deberían poder vivir a la misma edad y con la misma naturalidad que los demás.
Y no estoy diciendo que tengamos que “sexualizar” a personas menores de edad, sino que las representaciones de otras relaciones son necesarias para la maduración. Justamente para que más adelante puedan tener relaciones sexuales y amororsas satisfactorias y plenas.
Caso contrario, es como que las personas LGBT van en un mismo tren, pero sin parar en las mismas estaciones que las otras de su misma edad y, cuando llegan a destino, hay muchas experiencias que no han tenido. Por eso el armario es tan dañino y deja tantas secuelas.
En tu libro dices que el armario no es una cuestión individual.
El armario es por un lado una situación individual, pero también una cuestión social. Uno puede salir del armario, pero no es que antes haya entrado: nacemos adentro. Desde que llegamos al mundo todo viene en formato chico-chica, desde los cuentos infantiles hasta las oraciones para analizar en el colegio.
Hay un momento de la vida en el que nos damos cuenta de que todo aquello que nos contaron no funciona con nosotros, que nuestra realidad es otra, y ahí entramos en contradicción. Es ahí donde empezamos a salir del arma, primero con nosotros mismos, después con los demás, y empezamos a preguntarnos a quién se lo podemos contar y a quién no. Pero cuando tomamos conciencia de nuestra sexualidad, ya estábamos dentro del armario, aunque no hayamos entrado nunca.
A la vez, hay una sociedad que está dentro del armario, no es solamente el individuo. En países como Irán, Corea del Norte o Rusia, donde la mayoría de las personas LGBT están obligadas a vivir en el armario o llevar una doble vida por la persecución estatal, la única información que el resto de la sociedad recibe sobre qué es la homosexualidad son las mentiras que fabrican las usinas de odio.
Es decir, la única información sobre las personas LGBT que hay en estas sociedades son las que los pastores, curas, clérigos musulmanes o políticos de extrema derecha divulgan. Entonces, la imagen que la gran mayoría de la sociedad tienen sobre lo que es una persona LGBT es que un monstruo, una persona horrible y perversa, que quiere destruir a la familia y pervertir a los niños, que está en contra de las tradiciones, de la patria y de la religión.
Como todas las personas LGBT, en esos países, están escondidas en el armario, no hay nadie que pueda decir que eso es mentira y nadie conoce de verdad a una persona LGBT, porque las que conoce están en el armario. Libros como el mío están prohibidos en esos países.
En cambio, en sociedades donde las libertades han avanzado, las personas que tienen prejuicios sobre las personas LGBT de pronto se enteran que su vecino de al lado es gay, la maestra de su hijo es lesbiana, su sobrino es bisexual o su abogado tiene una novia trans, y ahí se tienen que cuestionar sus prejuicios. Si la maestra de mi hijo es excelente, mi sobrino es un amor, mi abogado es un buen profesional, de repente todo lo que pensaba de estas persona que no conocía no es tan así.
Yo creo que cuando eso pasa es cuando la sociedad empieza a salir del armario. Por eso, los grupos que sostienen el odio y la discriminación quieren pasar leyes que obliguen a las personas a mantenerse en el armario. Las leyes que criminalizan y censuran sirven para que las personas LGBT estén en el armario y que nadie (tampoco personas heterosexuales y cisgénero sin prejuicios) pueda abrir la boca y decir que está mal lo que se está diciendo.