Una radiografía del patriarcado

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El feminismo es un movimiento que busca promover el cambio social y avanzar en pos de la igualdad. Pero para ello se enfrenta con su mayor enemigo: el patriarcado.

No es un tema de poca importancia cuando encontramos voces en la sociedad que niegan su existencia, bien por desconocimiento, bien por resistirse a aceptar que la desigualdad forma parte de la jerarquía de las sociedades.

Analicemos qué es el patriarcado y por qué es tan dañino para todas las personas.

¿Qué es el patriarcado?

Patriarca viene del griego, y significa el poder de los padres. El patriarcado no es otra cosa que una desigualdad estructural en la sociedad y que perjudica a todos sus miembros. Existe desde hace 10.000 años, con lo cual es comprensible que no sea una estructura fácil de cambiar.

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Esta toma de poder histórica por parte de los hombres no solamente se basa en las diferencias biológicas entre las personas. También genera categorías de desigualdad en el ámbito político, económico y social, así como en las relaciones interpersonales. De ahí a que hablemos de una situación estructural de desigualdad jerárquica, con base en el poder y la dominación.

Mujeres negras recostadas en el suelo
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El patriarcado naturaliza que los varones tengan el poder y que las mujeres queden supeditadas a ellos. De ahí a que se naturalice el abuso y la violencia.

Una buena definición de patriarcado la encontramos en los textos de Rousseau:

‘’Por esta razón, la educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables: éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia. En la medida en que fracasamos en repetir este principio, nos alejamos del objetivo y todos los preceptos que se les da no contribuyen a su felicidad ni a la nuestra’’

J. Rousseau  (1712-1778). Alianza Editorial, 1990

Educación desigual y patriarcal

Cuando nace una persona a la que se le asigna el género masculino, su educación va a estar centrada en valores como la fuerza, la dominación y el tener que imponerse. Sin embargo, cuando hablamos del género femenino, el mensaje es el contrario: no mostrarse, no hacer cosas con las que te puedas hacer daño, ser sensible y recatada, etc. 

Esta socialización diferencial de género no solo sienta las bases del patriarcado, sino que permite que se desarrolle desde una relación asimétrica de poder y de violencia, que adquiere diferentes formas.

Además, esta diferenciación tan agresiva impide a los hombres desarrollar todo su potencial, como el desarrollo emocional. Reeducarlos para conectar con sus emociones no es fácil cuando esto ha formado parte de su vida desde el inicio. Por eso, el trabajo con las masculinidades desde la coeducación es tan importante, ya que les ayuda a dejar atrás esas cadenas impuestas por el patriarcado para que sean más libres y felices.

Patriarcado y violencia de género

La desigualdad creada por el patriarcado da pie a que exista la violencia (y violencias) de género. Es nociva porque bebe de los mitos del amor romántico y de la socialización diferencial de género. 

Aparece aquí un concepto clave: los ciclos de la violencia. Este concepto definido por la psicóloga Leonor Walter explica por qué es tan difícil detectar que una mujer se encuentra en una situación de maltrato.

En primer lugar hay una fase fuerte de seducción. Aparece un hombre con el que te planteas crear un proyecto de vida y una familia. Proyecto que además es un mandato social fuerte, sobre todo para las mujeres.

A continuación, empiezan a aparecer comportamientos violentos, agresivos o pasivos agresivos que rompen esa imagen inicial de la personalidad de esa persona. Se justifica pensando que le pasa algo, qué en realidad él no es así. Es como si tuvieras enfrente a dos personas distintas, cuando en realidad es la misma.

Hombre agarrando del brazo a una mujer
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La última fase, la llamada luna de miel, el maltratador se derrumba, pide perdón, dice que no puede vivir sin la otra persona. Pide ayuda porque no sabe qué le ocurre.

Cuando las mujeres han sido socializadas para ayudar a los demás, para estar ahí por la otra persona  Las dinámicas de maltrato funcionan muy bien. Cuidar, ayudar y sacrificarse adquieren un valor fundamental en la vida de las mujeres, pues se les premia por ello. No es casual que el trabajo de cuidados recaiga siempre sobre ellas, pues es un mandato histórico que alimenta la desigualdad.

Si el hombre es el responsable de organizar la vida política, social y económica, la mujer queda fuera de esa capacidad de pensar y decidir. Se convierte en un anexo y un valor secundario con funciones destinadas principalmente al cuidado. Por tanto, se naturaliza que los hombres tengan el poder y las mujeres la servidumbre.

El ciclo de la violencia genera una dependencia del agresor, puesto que esa fortaleza que las víctimas tienen se va debilitando a causa de recibir agresiones y maltratos constantes. Como la gota de agua que va cayendo en la piedra y la va erosionando. La persona pierde la fuerza y la agencia. Se vuelve más débil y cada vez más dependiente. Se acepta que la situación no se puede cambiar.

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Invisibilidad y maltrato psicológico

Ya hemos visto que el patriarcado es el responsable de que existan las violencias de género. Pero más allá de la física, que es la más visible, nos encontramos también con una de las más dañinas y graves: la violencia psicológica.

Uno de los casos más graves tiene que ver con la negación y la despersonalización. Son mecanismos de defensa que se activan en la mente de la persona para protegerla de la realidad y que no sientan ese dolor. 

La despersonalización es como si pudieras verte desde fuera, pero sin sentir lo que está pasando. Con lo cual no vives plenamente, pues no eres consciente ni de los abusos ni de las emociones que permean tu vida. Pero tu mente necesita hacerlo para poder sobrevivir y soportar el dolor.

Además, una de las pautas que se repite con los agresores es que de cara a la galería no parecen maltratadores. A veces se presentan como una persona amable, trabajadora, que vive por su familia… O incluso perfiles con una formación académica que impide ver la realidad que hay detrás. Socialmente cuesta pensar que un hombre con modales, culto y con estudios sea un maltratador.

Sexualidad y diversidad sexual

Si el patriarcado señala y desvaloriza todo lo que tiene que ver con lo femenino, tiene sentido que se ataque también a los varones homosexuales, sobre todo si estos son “afeminados”, y a las mujeres trans.

Los hombres heterosexuales educados en un sistema machista y patriarcal se esfuerzan en parecer masculinos, porque para ellos no hay peor estigma que parecer mujeres u homosexuales. Entre ellos no se abrazan con cariño sino con rudeza. Tampoco se demuestran cuidados porque eso no es propio de ‘’los hombres de verdad’’.

La rudeza con el que el patriarcado perfila hombres a los que se les premia la fuerza y se le critica la ternura dificulta un proceso de cambio emocional necesario para que las personas vivamos en igualdad.

Por otra parte, este cambio también pasa por la sexualidad y las relaciones de poder que se establecen en este campo, no solamente en las relaciones sexuales.

Cuando se produce una agresión sexual, cabe recordar que la violencia sexual no tiene que ver con un deseo sexual, sino con una forma de dominación y demostración de poder. Por tanto, estamos viviendo una sexualidad patriarcal cuando se deja de lado el placer, la escucha del cuerpo, el consentimiento, el cuidado y el respeto.

Tres personas abrazadas en una tienda
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Las relaciones sexuales, como el resto de relaciones humanas, implican una interacción entre varias personas. Y en dichas dinámicas pueden darse ejercicios de poder. Y esto es lo que pasa con una sexualidad también desigual, que pone el falo en el centro, y deja a un lado la diversidad de cuerpos y géneros, que quedan del lado de las personas oprimidas, inferiores y violentadas por la desigualdad.

Repensar los afectos y los modelos familiares

En primer lugar, hay que decir que no pasa nada si las criaturas crecen sin un referente paterno. Mucho menos si este es un perfil de maltratador. 

Hemos naturalizado un modelo de familia monógamo muy concreto en el que tiene que haber una figura paterna y otra materna. Modelo que además bebe del amor romántico y muchas veces nos hace creer que amor es sacrificio. También, que las situaciones de maltrato son normales en todas las familias, por lo que hay que soportarlas.

Esto es peligroso porque, en primer lugar, desnaturaliza a las familias y personas LGTB. En segundo lugar, porque las criaturas podrían crecer en un entorno de violencia, donde experimentan vivencias que les van a afectar psicológicamente o que incluso puedan ser objeto de instrumentalización por parte de los agresores.

Para enfrentar a una situación de violencia de género grave, es necesario desplegar recursos para ayudar a que la víctima se dé cuenta. Que abrace el poder que tiene para librarse de dicha situación de maltrato y que aprenda a vivir evitando la violencia.

También es importante aprender a detectar violencia en relaciones entre hombres gais, por ejemplo. Porque la socialización masculina y el ejercicio de poder sobre el otro no deja de estar presente, aunque tome formas distintas.

Amar no es poseer, controlar, dominar ni subordinar. El amor de verdad no produce desigualdad ni maltrato, sino buen trato. 

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Avanzar hacia el cambio

Sabemos que el sistema educativo hace aguas por todas partes y sabemos que la educación es la clave para que las sociedades sean mejores. Educar implica que la persona transite un cambio desde la emoción y la llamada a la empatía.

Si nos centramos en hablar de feminismo y desigualdad desde lo teórico y sin mover las emociones, no se va a generar un cambio, porque la persona no va a ser capaz de ver esa realidad en su entorno cotidiano.

Afiche que dice "feminismo"
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Por eso, una de las expresiones más usadas en el feminismo son las gafas violetas. Hace referencia al momento en que eres capaz de ver la desigualdad estructural de tu entorno. Y una vez que te las pones, es imposible quitarlas.

Las gafas violetas deberían ser el complemento de todas las personas, no solamente las mujeres. Porque solo cuando vemos la realidad tal y como es podemos hacer cambios en nuestra vida para deconstruirnos y ser mejores. Para vivir con mayor independencia, plenitud y libertad.

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