Cualquier persona del colectivo con orientación homosexual habrá enfrentado en más de una ocasión la pregunta ‘¿Y quién es el hombre de la relación?’, o en su defecto ‘¿Quién es la mujer’?
Estas preguntas hirientes, cargadas de prejuicio y maldad, solo responden a la creencia errónea de que en una pareja homosexual, ya sea de dos chicos o de dos chicas, tiene que responder necesariamente a los roles de género establecidos dentro de una relación heterosexual y normativa. Por encima de esto, hablamos de la cultura de los roles género qué, de forma totalmente equivocada, también sufren las personas heterosexuales.
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Para entender esto hay que remontarse a una cultura heteronormativa que desde los comienzos de la Historia ha predominado el porvenir de las sociedades. Si bien es cierto que existen multitud de culturas donde estos roles no se aplican y existen géneros más allá de los binarios (hombre y mujer), los pueblos occidentales más avanzados siempre han basado su progreso en la pirámide de los roles de género, asignando a unos y a otras tareas asociadas a unos prejuicios sociales históricos en los que la mujer representa la sensibilidad y los cuidados y los hombres la fuerza y la rudeza.
Si hablamos de parejas homosexuales, no es extraño que en la mayoría de los casos hayan tenido que escuchar las prejuiciosas preguntas de turno sobre cuál de las dos personas ejerce ciertos roles.
Incluso, muchas veces directamente se les asignan dependiendo del carácter de cada uno. Es decir, por ejemplo, en la pareja de dos chicos, la sociedad asumirá que aquel que es más sensible y coqueto representa el rol de mujer, mientras que a su pareja la identificarán como hombre si ofrece el aspecto varonil que la misma sociedad acepta como válido.
Sin embargo, estos son adjudicados por personas completamente ajenas y no presentes en estas relaciones y que, sin duda alguna, están estigmatizando desde el desconocimiento la estructura de la misma.
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Aun así, teniendo en cuenta que aún vivimos en un sistema patriarcal que alberga ciertos sentimientos acerca de la asunción de roles en cualquiera de las relaciones, sería idílico pensar que las relaciones de pareja no heterosexuales están desarrolladas en completa igualdad.
La identificación de los roles también la sufren en cualquier caso las personas heteronormativas y muchas de ellas sufren por tener que adaptarse y ajustarse a un tipo concreto de relación y de roles que marca el heteropatriarcado.
Resulta un trabajo exhaustivo tener que justificar que todos los tipos de relaciones responden a un modelo conservador que no es realista ni necesario para el desarrollo de las mismas.
La diversidad y su acogimiento nos hacen reflexionar sobre qué estamos haciendo mal al intentar meter a todas las relaciones en un molde en el que la mayoría no encaja, y cómo cada vez es más visible la igualdad en muchos ámbitos y relaciones sociales.
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Aún queda mucho que investigar acerca de cómo nos afectan en nuestras relaciones de pareja los estereotipos de género, pero sí es cierto que existe una ciega necesidad social de adjudicar roles más sumisos a la persona considerada como “más femenina” y más dominante a la persona “más masculina”, tendiendo, en ese caso, a jerarquizar las relaciones. Se espera, por tanto, que las relaciones actuales no acudan necesariamente a estructuras sociales heteronormativas, ni se vean oscurecidas por los factores de estigmatización social.
Entonces, ¿estamos en el buen camino? La realidad es que sí. Diversos estudios de la última década señalan que los nuevos modelos sociales y de pareja procuran transgredir las normas tradicionales y enfocarse más en el desarrollo vital y la inteligencia emocional, alejándose cada vez más del ideal de aceptación social pese a poder estar sujetos a discriminación.
Los roles de género no son más que una invención basada precisamente en la dualidad de género, hombre y mujer, que aún predomina sobre cualquier otra. Sabemos de la existencia de más de esos dos géneros binarios y, en consecuencia, más de dos formas de comportamiento. En realidad, no existe un número determinado de formas de ser, todo depende de la diversidad de cada uno.
Si la tecnología, como símil, avanza a pasos agigantados, la verdadera pregunta es por qué no lo hacemos las sociedades con respecto al respeto por el prójimo y por qué no conseguimos liberarnos de manera definitiva de las esposas que nos atan aún a los géneros y a todo su contexto. Lo más necesario en este caso sería que como conjunto de sociedad realicemos ejercicios de autoexploramiento y dejemos a un lado la necesidad de encasillar a las personas. Libre somos y libre nos queremos.