Los sims: Me llamo Luis Fernando y mis pronombres son…

Hace unos días se dio a conocer la noticia de que la empresa creadora de Los Sims está trabajando en incluir pronombres neutros. Cuando las personas estén haciendo sus personajes en el juego les aparecerá un letrero que diga: “Hola, mi nombre es ______ y mis pronombres son ___”

Los Sims ahora podrán ser ella, él o elle. De hecho, fueron los mismos usuarios los que hicieron una petición en Change.org y recolectaron más de 20,000 firmas para volver el videojuego más inclusivo.

Inspirada en esta noticia, acá va una historia que he querido contar hace mucho tiempo.

Existe por ahí una foto mía jugando con mis dos primas cuando éramos chiquitas. En un lado de la foto están ellas dos, con su pelo larguito y sus poses “femeninas”. Del otro lado estoy yo, con mi pelo corto, una camiseta de rayas metida dentro del pantalón y un cinturón.

Cuando le muestro esta foto a mi familia y amigues reforzamos que desde pequeña irrumpía con los estereotipos de género. Molestábamos diciendo que la niña de la foto se llamaba Luis Fernando porque así me querían poner mi mamá y mi papá cuando se enteraron de que iban a tener un bebé.

Hoy en día, abrazo mucho a la niña que veo ahí porque sé lo que va a vivir por ser diferente, pero también porque es muy probable que si en estos días me ven en la calle esté usando exactamente lo mismo que tengo puesto en esa foto que tomaron hace más de 20 años.

Pero para poder volverme a poner esa ropa y sentirme tranquila, como seguramente me sentía cuando era chiquita y no entendía nada sobre los estereotipos y el género, pasó mucho tiempo, muchas cosas, muchos entendimientos y mucha deconstrucción propia.

Ahora, que puedo ver las cosas desde otra perspectiva, me imagino mi vida como una línea del tiempo que nunca estuvo (ni está) recta. Una figura con montañitas que subían y bajaban, como mis estados de ánimo, pero llena de muchos, muchos colores.

Cuando estaba en primaria, nunca me sentí cómoda con las niñas de mi edad. Creo que fue una mezcla de varias cosas pero sobre todo el pensamiento, tanto mío pero también de ellas (y pienso que este fue peor), de saber que aunque yo era una niña también no era igual que ellas.

Hace un tiempo, reflexionando sobre el tema, pensé en lo irónico que es nacer en un país que se enorgullece tanto de su diversidad pero que aún así tiene tan establecidas sus categorías de género, restringiendo la diversidad de la libertad de ser y perturbandose cuando alguien no cumple ciertos roles.

Inconscientemente, fueron esas propiedades de género establecidas que hacían que, en parte, aunque eso me trajera problemas en mis interacciones sociales, me apegara tanto al hecho de parecerme a un hombre. Toda mi vida me habían enseñado y había visto que las relaciones eran entre un hombre y una mujer y, en mi lógica, si a mí me gustaban las niñas tenía que verme y ser como un niño.

Mientras escribo esto, me parece increíble entenderme hasta tal punto de darme cuenta de por qué actuaba como lo hacía. No estoy diciendo que no me gustara, de hecho, me encanta mi parte masculina, pero después de entender que no tenía que ser hombre para estar con una niña, abracé mi parte femenina. Me abracé a mi, sin ningún género de por medio.

Pero, nuevamente, para llegar a esta reflexión pasaron muchas cosas. Viví muchos sucesos marcados por el miedo, debido a que ya empezaba a preocuparme, de sobre manera, lo que las demás personas pensaran de mí. Entonces, cuando empecé sexto, oculté algunos sentimientos y pensamientos para evitar salirme, otra vez, del cajón.

Para ese momento, las niñas podíamos escoger si usar pantalón o falda en el uniforme del colegio. Durante todos esos años nunca escogí ponerme pantalón, así lo prefiriera. Me daba pavor lo que la elección de un pantalón sobre una falda dijera de mí. Las niñas que no usaban falda en todo el colegio se contaban con los dedos de la mano y todas eran juzgadas bajo el pensamiento de “seguro es lesbiana”.

Por esa época empecé a cuestionarme mucho más mi sexualidad porque ya tenía más conocimiento sobre el tema y sabía que existía (lejos, pero que sí existía) un mundo de personas que no entraban en la categoría de heterosexual. Sin embargo, yo no estaba lista para ponerme esa “cruz” encima. Toda mi vida había sido juzgada por parecer un niño y actuar diferente, que me daba mucha ansiedad volver a sentirme así.

¿Cuántas cosas habré dejado de lado para encajar? ¿Cuánto tiempo puse a los demás primero que a mí misma?

¿Cuánto tiempo sentí que la incomodidad era el precio de la aceptación social?

Mi vida dió muchas vueltas en los últimos años de colegio y, para cuando volví a la cotidianidad, varias cosas habían cambiado en mí. Soy consciente de que, aunque fue uno de los momentos más duros de mi vida, fue gracias a eso que empecé a enderezar mi línea del tiempo, no como todes esperaban, sino como yo quería.

El 3 de marzo del 2015 o del 2016 (no recuerdo con exactitud), me volví a enamorar de una niña y entendí que por más que intentara o evadiera el tema, seguiría pasando. Esa era/soy yo. Como esta no es la historia de cómo salí del clóset entonces solo diré que, sin duda, reconocer mi sexualidad fue el primer paso para aceptar quién realmente era.

Hace poquito hablábamos en una entrevista sobre cómo la sexualidad y el género son espectros. No son estáticos y pueden cambiar todo el tiempo. Pienso que la información y la apertura que, sobre todo los jóvenes, tenemos en este momento frente a ciertos temas nos permite vivir más ese espectro.

Es como si por fin después de muchos años recibiéramos gracias a nosotres mismes, a nuestro interés, a ciertos libros, autores, entre muchas cosas, la clase de sexualidad y género que nunca nos dieron de forma adecuada en el colegio.

Dentro de esta oleada de información, educación y conciencia de las infinitas formas de ser y amar, el año pasado empecé a involucrarme más con los temas sobre el binarismo de género y el género no binario. No porque me saciara de lecturas y fuera la persona más experta del mundo, sino porque me abrí a la posibilidad de entender y preguntarme nuevamente, después de todos esos años, ¿quién soy yo?

Si se quedaron leyendo para saber la respuesta a esa pregunta, no la tengo todavía y supongo que eso está bien. Precisamente porque lo que sí pasó el año pasado es que empecé a entender cómo dentro de estos conceptos nada es estático. Abracé (sí, esa puede ser la palabra de esta columna) aún más a la niña de la foto y a mi yo actual, porque entendí que es completamente normal no encajar en los dos géneros binarios que conocemos desde chiquites.

Cuando aprendía sobre el tema pensaba en como, muchas veces, me veo en el espejo y no pienso en mí como mujer o como hombre, pienso en mí como María Camila y ya. También hay veces donde quiero sentirme la mujer más linda del mundo porque siento con más intensidad mi feminidad y hago las cosas que me acercan a esta parte mía.

Esto está más que bien porque ni yo ni nadie tiene que estar o ser, ni mucho menos, explicar quién es.

No sé todavía bien quién soy y estoy tranquila con eso. Puede que hoy me sienta de una forma y mañana de otra y eso, otra vez, está más que bien. Me refiero a mí como mujer y uso pronombres femeninos. Algunas veces, cuando me siento tranquila haciéndolo, uso pronombres neutros. Aprecio completamente cómo esta parte de mi vida me dio a entender que el lenguaje igualitario es muy importante para la sociedad (que no es necesariamente escribir con la “e” o una “x”, pero ese es otro tema que prometo abordar después).

Todavía me acuerdo perfectamente y sé que siempre tendré presente el momento en el que me preguntaron por primera vez cuáles eran mis pronombres. Fue durante una clase de la universidad, estábamos organizando las cosas para hacer un trabajo y mi amigo Andrés paró la conversación y me preguntó, apenado por no haberlo hecho antes, cuáles pronombres utilizaba.

Reflexionando mientras escribo esto, entendiendo que la pregunta de Andrés va más allá de referirse a mí con el lenguaje correcto. Su pregunta me dio a entender que respetaba mi libertad personal y que respetaba quién era más allá de los constructos sociales, los estereotipos de género y sus binarismos. Fue su forma más linda de abrazar y respetar quién soy.

***

Cuando mi hermana y yo éramos chiquitas le pedimos a mi mamá que nos comprara el juego de Los Sims. Nos sentamos frente al computador y empezamos a hacer nuestros personajes lo más parecido que pudiéramos a nosotras. Me acuerdo que después de terminar de hacer el mío, sentí miedo.

Entre todas las opciones que daba el juego para crear un personaje femenino muy pocas me hacían sentir yo misma y eso me conflictuaba. Sin embargo, para complacer el régimen binario, cuando la pantalla empezó a alejarse para mostrar a mí yo virtual, crucé los dedos para que no me viera como un hombre con la ropa que había elegido ponerme (cosa que hacía a diario en la vida real).

Esto era solo un juego, pero mi miedo y mi necesidad por encajar me traspasaron hasta en esos momentos de mi vida. Mi incomprensión llegaba hasta tal punto de sentirme incómoda jugando algo que reflejara lo diferente que era.

Es este mismo miedo el que siento hoy en día cuando voy a entrar a un baño público y tengo ropa muy holgada que hace que estereotípicamente parezca un niño. Muchas mujeres me miran asombradas pensando que soy un hombre entrando al baño equivocado. La misma ansiedad la siento cuando estoy en el baño y una mujer entra pero inmediatamente se devuelve al verme porque piensa que es ella la que entró donde no debía.

Hace menos de un año no habría sido capaz de contarle a mis amigues o a mi familia este miedo, ni mucho menos escribir al respecto. Es de ese tipo de cosas que “si no dices en voz alta, es más fácil de ignorar”. Además, todavía hay días en los que le temo profundamente a la diferencia y me cuesta entender que no hay nada de malo en ello.

Sin embargo, a pesar de estos miedos que supongo tendré toda mi vida, puedo decirles que me siento orgullosa y orgullose de mi misma. En estos últimos años, he crecido mucho personalmente, he aprendido, leído, escuchado sobre lo inmensa que es la diversidad en el mundo y participado en espacios que lo celebran.

Pasé de no ser capaz de decir mi orientación sexual en público a entender que mi voz y mi experiencia son importantes en la lucha por la igualdad de los derechos y, por ende, trabajar abiertamente en eso.

Escribo para Every, una red social que precisamente es “un espacio seguro para conocernos y expresarnos sin miedo ni prejuicios”, que me permite desarrollarme tanto profesional como personalmente como persona de la comunidad LGBTIQ+ y no puedo estar más feliz al respecto.

Pero, sobre todo, y lo más importante: me he rodeado de gente que me acepta, me permite desarrollarme libre y me ama tal cual soy.

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