Hace unos días, mientras hacía mi revisión matutina de noticias de última hora, leí que una adolescente de 16 años cayó aparentemente de un cuarto piso en un centro comercial de la ciudad de Barranquilla.
El enunciado de la nota me transportó a un par de sucesos pasados que con el mismo titular -por eso de no caer en el riesgo de la comunicación- no solo vienen siendo recurrentes, sino que, terminan por demostrar la realidad de un gran número de jóvenes y adolescentes en la ciudad. Una ciudad que se viste de fiestas, ríos, mares y una ventana que se abre para observar al resto del mundo, pero que tapa la realidad de sus adentros.
Como periodista que soy, me vi en la obligatoriedad de esperar resultados de la investigación del suceso, que a las 10:30 acabó con la vida de esta joven, pero mientras me encontraba en la angustiosa espera comencé a indagar las aparentes razones que conllevan a quienes han decidido quitarse la vida en Barranquilla, New York, Ibarra, y cualquier parte del mundo.
En muchos casos me encontré con la palabra depresión. ¿Qué es la depresión?, comencé a googlear aun sabiendo que, primero, conocía de memoria el concepto que arrojaría el resultado de mi búsqueda y que, evidentemente, confirmaba mi ponencia ante el tema: La depresión es una enfermedad que se está clavando en las entrañas de la sociedad y se alimenta de las fallas estructurales en las que nos movemos.
El tema no es superficial y no responde únicamente a un trastorno de salud mental. Hay varios puntos que deben analizarse cuando se trata de una persona pasando un cuadro de depresión, ansiedad o cualquier otro trastorno de la mente. Más allá de lo que pasa por la cabeza de quienes lo padecen, es analizar cuál es la falla por parte de quienes se supone deberían lograr una reacción en cadena para aliviar la carga.
¿Lo habló en algún momento? Si es así, fallamos como sociedad porque no supimos escuchar o ayudar ¿Tuvo acceso a un profesional en salud mental? Si no la tuvo, estamos hablando de un grave problema de acceso a la salud ¿fue escuchado por su familia? Si no es así, nos enfrentamos a una falla en las bases familiares, y por último ¿lo demostró en el trabajo o la escuela y siguió recibiendo la misma presión? La penosa realidad de colegios, universidades y empresas.
Me consterna saber que en este instante, mientras trato de describir una situación que claramente solo entiende quien ha vivido un cuadro depresivo o ansioso, haya cientos de jóvenes, adolescentes y niñes pensando unos instantes, días, meses o años atrás, cuándo y cómo van a suicidarse.
Algunos de estos casos: Jairo Lamadrid, el niño de 13 años que decidió ahorcarse dentro de su vivienda en el municipio de Soledad y el Joven Jaider Mejía de 18 años, quien antes de suicidarse en la ciudad de Barranquilla, dejó una carta en la que mencionaba haber tomado esa decisión un año atrás.
Repaso una y otra vez la idea de que somos seres humanos que presionan, que juzgan el proceso de otres sabiendo que, aunque suene cliché, todos avanzamos de diferentes maneras. Cuestionamos a quienes saben, a quienes desconocen, a quienes tienen una visión diferente, a quienes lo intentan y lo hacen de otra manera.
Ignoramos a quienes nos han pedido ayuda con una palabra o con un acto porque eso nos enseñaron, porque “es envidia” o porque “quiere ser igual a mí”, aun sabiendo que el escenario en el que nos movemos no es plano para todos y no cuenta con el mismo soporte a la caída.
El suicidio de Leslie Dayana Andrade en Ibarra, de Cheslie Kryst en Nueva York, de Jaider Mejía en Barranquilla, del niño Jairo en Soledad, de María Alejandra Suárez en Ibagué, nos deja ante la realidad de que la depresión responde a diferentes situaciones y se alimenta de diferentes razones.
Esta enfermedad, que muchas veces no logra ser diagnosticada a tiempo, va desde la manera en que afrontamos los problemas -con la subjetividad que claramente merece la palabra “problema”-, hasta lo que recibimos emocionalmente de quienes nos rodean y lo que deberíamos recibir equitativamente, pero no todos logramos.
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Debemos ser conscientes que ante la depresión y demás trastornos que conllevan a muchas personas al suicidio, fallamos en cada una de las estructuras y sectores de la sociedad. Un gobierno que no ofrece igualdad de oportunidades y no hace el seguimiento necesario a una problemática de salud que arrasa a su paso, sistemas educativos con profesionales sin empatía que no adaptan sus bases de enseñanza a las diferentes maneras de aprendizaje y núcleos familiares en los que se aplaude bullying de los hijos hacia sus compañeres.
Comencemos a mejorar en pequeñas y grandes cantidades lo que ofrecemos a los demás desde nuestro oficio, desde nuestra vocación y desde nuestra buena educación. Démosle un vuelco a las políticas que evidentemente no son inclusivas y equitativas para quienes lo necesitan y alcemos la mirada cuando frente a ella hay alguien que evidencia estar pasando por el caos, porque evidentemente podríamos encontrarlo en el instante de un parpadeo.