En el año 1995, el psicólogo Daniel Goleman publicó Inteligencia emocional, un libro que se ha convertido en referente para la psicología y la educación. Te contamos un poco de qué trata, y te invitamos a reflexionar sobre un tema que no pasa de moda: las inteligencias, las emociones y la educación.
Inteligencia emocional, Daniel Goleman.
Se trata de una obra que da muchísimas claves para mejorar como persona, puesto que se centra en un punto crucial: conocer nuestras emociones y aprender a gestionarlas para mejorar nuestra calidad de vida.
El papel de las emociones se ha dejado de lado desde el inicio de la Psicología como ciencia a finales del siglo XIX. Fue gracias a la publicación de este libro, así como de otros estudios y publicaciones de temática similar (fundamentalmente la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner) cuando se empezó a poner el foco en la relevancia de este tema a nivel científico.
En realidad, siempre hemos tenido conciencia del papel que las emociones juegan en nuestra vida, pero nunca hemos tenido tantos instrumentos para analizar correctamente nuestra estructura emocional ni para saber casi al milímetro cómo funciona nuestro cerebro.
El libro detalla la arquitectura emocional de cada persona; sus indicaciones podrían usarse como una guía para nuestra vida.
En el itinerario académico, sería ideal incorporar aprendizajes relacionados con el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía, el aprender a escuchar, saber resolver conflictos y aprender a colaborar con los demás. Podemos poner el ejemplo cercano de Canarias, donde la empatía ya está catalogada como asignatura.
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Por otra parte, a día de hoy sabemos que los genes no determinan nuestro temperamento y que los circuitos cerebrales implicados en la actividad emocional son tan maleables que no podemos decir que nuestro destino esté completamente determinado por nuestra herencia genética.
Todo lo que nos enseñaron en casa y la escuela cuando éramos niños modela nuestros circuitos emocionales, por lo que nuestra infancia y adolescencia se erigen como una oportunidad de oro para aprender a forjar nuestras emociones. No podemos obviar esto en el ámbito educativo.
También es importante que comprendamos muy bien aspectos psicológicos tan importantes como la motivación, el contagio emocional, la expresividad, la empatía, las inteligencias múltiples y el control de los impulsos. Además, en el libro que nos atañe podemos encontrar infinidad de ejemplos ilustrativos que dan pie a muchas reflexiones.
Asimismo, sabemos que, por ejemplo, el rendimiento académico disminuye si aparecen en escena problemas emocionales que afectan al desarrollo o al proceso del aprendizaje de cada persona.
Lo más importante de todo, a fin de cuentas, son todas las claves que el libro da para que aprendamos a ser emocionalmente inteligentes y mejorar nuestra calidad de vida gracias al desarrollo de habilidades varias: el autoconocimiento, la empatía, el autocontrol, aprender a escuchar, saber cómo controlar la ira y el enfado, etc. Llegados a este punto, cabe destacar la importancia de desarrollar y trabajar la empatía para aprender a entender los sentimientos de los demás.
A priori, puede parecer de sentido común lo importante que resulta comprender qué sentimos y qué sienten los demás para aprender a convivir mejor. Pero parece que nunca le hemos prestado suficiente atención.
Por otro lado,cabe destacar la distinción entre CI e inteligencias múltiples, pues la pregunta de «¿qué es ser inteligente?» no tiene una solución tan sencilla y abre la puerta a nuevas preguntas y planteamientos sobre la enorme plasticidad de nuestro cerebro. Especialmente tras las investigaciones de autores como Garder, Goleman, Steven Pinker, etc.
En cuanto a las críticas que podríamos hacer, cabe destacar que se trata de unas de las obras pioneras en el campo, por lo que a día de hoy se conocen muchas más cosas. En general, muchas de las claves permanecen invariables a pesar de los nuevos estudios que a día de hoy crecen exponencialmente.
Este libro podría resultar denso para algunas personas por el hecho de que se hagan tantas explicaciones sobre neurobiología y se referencien a varias partes del cerebro. No obstante, todo está explicado de manera sencilla y no demasiado técnica, lo que facilita que el ámbito de la ciencia se infiltre en la vida cotidiana. Esta es la causa de que pueda ser calificado como un libro de autoayuda o divulgación científica. Sin embargo, es muy importante que conozcamos cómo funciona nuestro sistema límbico o de qué es responsable la amígdala y el neocórtex, por ejemplo.
Finalmente, gracias a este libro podemos aprender mejor por qué el éxito o fracaso permean todos los aspectos de nuestra vida, ya sean en el ámbito laboral o social. Y es que todo está ligado inexorablemente a la inteligencia emocional. Una calidad de vida infinitamente mejor sería posible si dejáramos de ser tan ‘’analfabetos emocionales’’, como se explica en el texto.
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A fin de cuentas, las cosas más sencillas son las que fundamentalmente llevan a la felicidad: la importancia de estar más tiempo con otras personas, lo bien que nos sentimos cuando hacemos una actividad que realmente nos gusta. Lo más interesante es que la ciencia «da fe» de todo esto.
Asimismo, podríamos reflexionar si cuando estudiamos o trabajamos estamos experimentando verdadero placer o vocación. Como bien decía Aristóteles: «Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto».
Docentes y educación emocional
En el campo de la educación, que tanto nos importa y nos compete, está claro que si un profesor no imparte su clase con la actitud adecuada, esto dará pie a que surja una atmósfera fría en la que no se van a generar ganas de aprender por parte del alumnado. Sin embargo, si un profesor va a clase motivado y con ganas, lo más probable es que contagie esa actitud a sus estudiantes.
Por otro lado, —dejando al margen el estado anímico del profesorado o la erosión laboral que pueda estar experimentando— el telón de fondo de todo esto es la vocación del docente. Los profesores con vocación no dejan a nadie indiferente. Siempre son capaces de dar sus clases de manera magistral, transmitiendo ganas de aprender al alumnado.
También es cierto que si un alumno no quiere ni tiene una sensibilidad por el aprendizaje —teniendo en cuenta su contexto personal—, probablemente al profesor le costará más contagiar esa actitud y será más difícil abrir la puerta a las ganas de aprender o que se de esa conexión tan especial.
La impronta que nos dejan los buenos profesores no se olvida nunca, pues son ellos los que cada día construyen «catedrales», metafóricamente hablando, traducido en personas con valores, con ganas de aprender y de ser mejor personas, así como con cierto interés por reflexionar sobre el mundo que nos rodea.
La educación, a fin de cuentas, es una cuestión de sentimientos, algo humano que permea la dinámica de la clase y genera cambios importantes tanto en el docente como en el alumnado.
Asimismo, aunque existen profesores sin vocación que solo trabajan por un sueldo, también hay profesores comprometidos con su labor que saben llegar al corazón de su alumnado, logrando que se interese por las explicaciones.
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Si alguien se está planteando dedicarse a la docencia, quizás debería reflexionar antes si esa es su verdadera vocación. En caso afirmativo, lo ideal sería que nuestros referentes sean, como hemos dicho, los profesores de verdad, los que llevan por estandarte el docere delectando, los que han marcado nuestra vida y que en cierto modo nos han modelado para bien. En definitiva, quienes dedicaban su tiempo a ayudarnos, preocupados por nuestra situación y nuestro aprendizaje. Son el equilibrio perfecto entre inteligencia emocional, carisma, autoridad, afecto y sensibilidad.
Si a día de hoy no nos olvidamos de los mejores profesores y profesoras que hemos tenido, probablemente sea por este motivo. Son y serán inmortales, pues sus enseñanzas trascienden las barreras del tiempo. Pero, además, estamos hablando de piezas fundamentales que nos modela como persona y como sociedad.
«Un buen profesor o maestro tiene que tener el carisma del presidente del Gobierno, lo que ciertamente está a su alcance; la autoridad de un conserje, lo que ya resulta más difícil y las habilidades combinadas de un psicólogo, un payaso, un disc jockey, un pinche de cocina, un puericultor, un maestro budista y un comandante de la Kfor».
—Ser docente, publicado en La Opinión de Málaga.
El buen profesor siempre será un buen profesor, tanto dentro como fuera del aula. Porque tener vocación implica no dejar de educar y enseñar a todas aquellas personas que tiene a su alrededor. Y, al mismo tiempo, estar abierto a aprender del entorno y crecer como persona continuamente.
Finalmente, cabe reflexionar sobre la figura de los profesores mercenarios que trabajan únicamente por un sueldo o que no tienen en cuenta cuestiones como la inteligencia emocional o las nuevas formas de aprender de las generaciones venideras… ¿Tendrán motivación igualmente para transmitir conocimiento y valores a sus alumnos? ¿Les puede aportar lo mismo que un docente que realmente tiene vocación?
Dejamos a quienes nos estáis leyendo dar respuesta a estas preguntas.