Estamos viviendo unos momentos difíciles en la lucha por la igualdad, y no solamente en aquellos países donde todavía queda mucho por lograr. También en lugares como España, donde el movimiento feminista tiene cada vez más fuerza.
Sin embargo, en los últimos años se están dando varios fenómenos que podría hacer peligrar todo lo que se está consiguiendo: el avance de la ultraderecha y su intento de frenar avances sociales, los discursos transfóbos, la escisión del feminismo abolicionista o cada vez mayor número de jóvenes que niegan que la violencia de género sea real.
Según uno de los últimos estudios sobre Adolescencia y Juventud de FAD, uno de cada 5 jóvenes creen que la violencia de género es un invento ideológico, un 20% en total. En 2019, esta cifra rondaba el 12%.
Pero si algo nos proporciona el feminismo, además de conocimiento para reconstruirnos y trabajar por ser personas más igualitarias, son herramientas para vivir de forma mucho más saludable gracias a sus postulados. Una invitación a repensar un sistema que nos está perjudicando, en pos de crear otro mucho más justo y equitativo.
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Empieza el cambio: ponerse las gafas violeta
La metáfora de las gafas violeta fusiona dos elementos diferentes para explicar su origen. En primer lugar, el color violeta, que según el mito es el color que salió del humo de la fábrica textil que en 1911 su dueño quemó, con las operarias dentro, en Nueva York. Este sería el hecho que dio origen a la conmemoración del 8 de marzo como el día internacional de las mujeres trabajadoras alrededor del mundo.
En segundo lugar, las gafas, porque entender el feminismo y su denuncia del machismo, el patriarcado y el androcentrismo, implica mirar de manera diferente toda la historia y toda la realidad. De este modo se pone de manifiesto las estructuras de discriminación que hemos asumido simplemente como hechos dados.
Las gafas de color violeta sirven entonces para analizar todas las trampas a las que estamos expuestas en la vida cotidiana, la vida política, la vida económica, etc. Trampas que nos perjudican y nos llevan a vivir irremediablemente de forma menos saludable, tanto física como mentalmente.
No se trata solo un elemento exclusivo para personas que han sido socializadas como mujeres. Tampoco se trata de un complemento ni de ningún elemento decorativo. De hecho, es imprescindible que los varones las usen también, para identificar sus privilegios y ser capaces de renunciar a ellos, promoviendo espacios y tratos igualitarios y equitativos.
Aunque la metáfora sea reciente, su uso no es nuevo. Son las gafas de color violeta las que ayudaron a las mujeres desde el siglo XVIII a identificar todos aquellos espacios y causas de las que se les excluía por defecto, por tener el ‘’defecto’’ de ser mujeres.
La sumisión, los ataques, las ridiculizaciones, las declaraciones de incapacidad, la imposibilidad de autodeterminación fueron cuestionadas gracias a las gafas violeta. En aquel momento nadie las llamó así, pero ha sido la clave para que muchas mujeres pongan en cuestión las estructuras sociales, dejando claro que no se debe ignorar a la mitad de la población.
Lo que las gafas violeta vienen a plasmar, es la presencia de feminismo. En este caso no como movimiento social, sino como enfoque de análisis de la realidad. Esto permite transformar las relaciones entre los hombres y las mujeres en todos los campos del conocimiento, del ejercicio del poder, del ámbito doméstico o del ámbito público.
No se trata solo, como ya hemos dicho, de contar lo que pasa, sino utilizar y poner en práctica todo un cuerpo teórico que busca explicar cómo la dicotomía hombre-mujer ha estado sustentando las desigualdades.
El ecofeminismo y los cuidados
No podemos hablar de bienestar lejano a un lado al ecofeminismo. Esta doctrina fusiona dos grandes retos de los siglos XX y XXI: por un lado, la protección de los recursos naturales y la preservación del planeta a partir de la construcción de modos sostenibles de vida, revirtiendo la actitud depredadora que hemos tenido como especie.
Y por otro lado, la demanda de igualdad no formal, sino efectiva, mitigando los efectos del androcentrismo y poniendo en el centro la valoración de los trabajos reproductivos.
Ambos enfoques buscan consolidar mejoras en la calidad de vida de las personas a partir de cambiar hábitos de consumo, en consonancia con la tierra y sus recursos finitos.
En ese sentido, el ecofeminismo es la corriente que, dentro del feminismo, intenta hacer frente a la degeneración y deterioro ecológico, buscando mejorar la relación de las personas con la naturaleza, sin desconocer que existen desigualdades entre hombres y mujeres que es necesario cambiar para vivir con mayo bienestar.
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Las ideas ecofeministas surgen en la década de los 70, justamente como respuesta al modelo desarrollista occidental que promueve la liberalización de la economía y el consumo sin restricciones, más allá de las que impone la pertenencia a una clase.
Entre sus principales exponentes están Vandana Shiva (Wangari Maathai, Yayo Herrero o Alicia Puleo. Los planteamientos de estas mujeres se centran en una crítica al desarrollo también negativo que occidente impone al mundo, considerando la naturaleza simple como materia prima.
Es posible que los ecofeminismos estén logrando un auge mayor desde hace diez años, justamente desde que ha empezado a hacerse más visible y extendida la idea de depredación del planeta y los efectos del calentamiento global.
Las ecofeministas proponen una desaceleración del consumo de los recursos del planeta, a la vez que un cambio en el paradigma de distribución del poder que dé mayor importancia a los valores del cuidado, de la reproducción y no de la producción.
Una de las críticas permanentes al ecofeminismo es la idea de estructurar su base política e ideológica sobre postulados cercanos a los esencialismos que vinculan a las mujeres con la naturaleza. Sin embargo, las ecofeministas han argumentado que esa asociación esencialista que se presupone del ecofeminismo es una estrategia del patriarcado.
Por otro lado, las ecofeministas declaran una lucha frontal contra el feminismo liberal que busca proclamar condiciones de igualdad en el acceso de las mujeres a puestos de poder, cuando lo que se necesita es decrecer. Para las ecofeministas fomentar la participación de las mujeres en estructuras predatorias es sin duda un agravio para el planeta y un punto a favor para el sistema capitalista.
Para el ecofeminismo es inútil promover de la igualdad a toda costa porque lo ideal sería que, como feministas, las mujeres dejaran de apostar al poder en términos del patriarcado.
Ciberfeminismo y cuidados digitales
El ciberfeminismo es quizás uno de los planteamientos más teóricos y menos conocidos. En gran conexión con las teorías queer, el ciberfeminismo intenta llevar al extremo la posibilidad de intervención de la tecnología en relación con los cuerpos.
Aunque no es la primera que aborda el tema, Donna Haraway es una de las autoras que más habla sobre este enfoque. En 1983 escribió su Manifesto Cyborg. Una obra compleja porque plantea un cambio en el sistema sexo/género a partir de la existencia de las tecnologías.
Para Haraway, zoóloga y filósofa de formación, la consideración del sexo/género está estrechamente relacionado con los esencialismos. Por eso, su manifestó intenta burlarse de las identidades genéricas a partir de la creación de una figura cyborg que supera aquello.
El ciberfeminismo parte de los postulados de las tecnologías, la biopolítica foucaultiana y la teoría queer. Se entiende el cuerpo como un espacio en el que se materializan y se plasman de forma evidente las tecnologías del poder: el sexo, la raza, la clase, la identidad, entre otras. Todo para crear cuerpos disciplinados dentro de lo que son los esquemas deseables.
Se asume la construcción de los cuerpos como una producción tecnificada para asegurar la obediencia. Esto significa que para el ciberfeminismo el sexo, la sexualidad y la raza, la clase, la construcción esquemática funcionan como dispositivos para disciplinar a los cuerpos, generarles una subjetividad prefabricada y definir cómo deben ser y comportarse.
Una vez más, lo queer y su infinidad de aristas y planteamientos nos invita a cuestionarnos el mundo en el que vivimos. Las subordinaciones a las que estamos sometidas las personas. La reflexión sobre dónde está el bienestar y cómo alcanzarlo.
Al hilo del tema de la tecnología, los feminismos de base nos invitan a reflexionar sobre el tema de los cuidados también abre espacio para hablar de lo que ocurre con este tema en redes sociales. Espacios donde muchas veces se normaliza la (ciber)violencia y el acoso a minorías o grupos discriminados.
Los cuidados digitales han de estar presente en nuestra vida, porque realmente no existe una línea divisoria entre lo digital y lo no digital, cuando la interacción en redes o el trabajo a través del ordenador ya son parte indisoluble de nuestro día a día.
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Los feminismos nos invitan a repensar el sistema y a tratar de buscar soluciones donde se pongan los cuidados (digitales y no digitales) en el centro. Donde el cuidado del hogar y de los vínculos no recaiga únicamente sobre las mujeres.
Donde la violencia no sea una opción naturalizada. Donde en las relaciones haya responsabilidad afectiva. Donde se cuida la salud mental, la social y la física sin llegar al cansancio extremo como efecto colateral inevitable de nuestro modo de vida y trabajo.
El feminismo nos invita a abrazar el bienestar físico y emocional. Porque los extremos siempre son perjudiciales. Y los puntos medios siempre son el mejor lugar donde estar, habitar y quedarse.