Millenials y generación Z podrían considerarse como una misma generación. Aquellos nacidos entre finales de los 80 y los últimos años de los 90, todos en el siglo XX, han crecido bajo las mismas reglas sociales y culturales y dentro de una revolución tecnológica que ha supuesto un avance sin igual. Pero los jóvenes, y ya no tan jóvenes (los millenials ya comienzan a superar la treintena) también ha vivido al cobijo de una revolución artística que mucho tiene que ver con la eliminación de los prejuicios sexuales y la estigmatización de la mujer en distintos ámbitos.
El movimiento feminista, LGBT, el bodypositive y otros tantos han sido una reivindicación constante por la igualdad, la diversidad y, por encima de todo, la justicia entre iguales. Además de avances en políticas y derechos, todas estas luchas han ido acompañadas de una revolución artística presente desde hace algunos años en la música, el teatro y demás artes plásticas. Sin embargo, como en casi todo lo que nos rodea a día de hoy, las tecnologías, internet y las redes sociales han resultado ser la clave para la difusión de tales reivindicaciones que han hecho posible la visibilidad.
Madrid y Barcelona, cunas del arte en España, han acogido en las últimas décadas las mejores representaciones artísticas del arte queer. Curiosamente, es en el madrileño barrio de Salamanca donde se encuentra uno de los mayores espacios de arte contemporáneo del país. Se trata de La Fresh Gallery, un lugar de exposiciones donde admirar, y adquirir también, obras de diferentes autores, como el costumbrismo almodovariano, la fantasía de Leo Peralta, el clasicismo de Alberto de las Heras o el submundo de Rubenimichi.
Aunque el arte queer no es exclusivo de las generaciones más jóvenes, sí han sido ellos los que le han otorgado nuevos significado y han abierto un mundo entero de posibilidades en las artes. La artista e influencer Miranda Makaroff es solo un ejemplo de ello. Una combinación de la más alta representación del expresionismo y el surrealismo, con permiso de Salvador Dalí y Rafael Zabaleta, donde se conjugan colores imposibles, figuras retorcidas y estilismos de otra época. Si bien los estilos musicales actuales, es decir el reggaetón y el trap, pueden llegar a tener mucha influencia en las nuevas formas de expresión, encontramos sujetos cíclicos. Porque la desnudez del arte queer XXI bien puede parecerse a la época del destape de los años 70.
La belleza del arte queer radica en la expresión de sentimientos sin géneros ni identidades, ya sea en un lienzo, con una guitarra o detrás de una cámara fotográfica. Por su parte, la calidad del mismo ha sido la conjugación de años de represión con otras décadas más liberales. Quizá no podríamos estar hablando de arte queer en este artículo, si hace 60 años no hubiera existido la revolución de las flores (movimiento hippy) o si no se hubieran creado series como La Veneno o Drag Race. No en vano, en cada época y en cada década, son siempre los más jóvenes los primeros en levantarse contra el sistema, y más si este es un sistema opresor. Porque el arte, y más el queer, no se puede medir ni tiene una sola forma, puede ser cualquier cosa que nos recuerde que somos nosotros mismos y que nada ni nadie nos va a desviar de nuestra diversidad.
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La variedad artística de Miranda Makaroff, la televisión de “Los Javis”, el cine de Eduardo Casanova y los sonidos de Rosalía. No todos somos heteros, ni tampoco todos somos homosexuales. Pero es que la cultura no entiende de etiquetas, la cultura solo entiende de sentimiento y de revolución. Y es que esperar está de más. Ya lo decía La Casa Azul allá por el 2007, cuando en una sola canción predijeron todo lo que vendría después, revolución sexual incluida.