Quizás no le hayamos prestado demasiada atención, pero cada vez es más frecuente ver la cultura queer en las pasarelas de moda. La moda queer es muestra de cómo el movimiento queer influye en este mercado, algo que no es nada nuevo (aunque pueda parecerlo).
La moda queer siempre ha existido
La cultura queer ha tenido una presencia en el mundo de la moda, marcando su evolución histórica. Desde Oscar Wilde, pasando por el movimiento drag de los años 80, hasta llegar a las altas costuras de nuestro siglo, con diseñadores de renombre como Christian Dior y Alexander McQueen.
Para empezar, Oscar Wilde, a quien podemos considerar un pionero de la moda queer de su tiempo, pensaba que la moda es en sí misma un lenguaje. En su obra, el Retrato de Dorian Gray, escribió:
“La gente dice a veces que la belleza es sólo superficial. Tal vez. Pero, al menos, no es tan superficial como el pensamiento. Para mí la belleza es la maravilla de las maravillas. Tan solo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve”.
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Por su parte, la cultura drag ha tenido una fuerte influencia en la industria de la moda queer. Lo más interesante ha sido su impronta rompedora en desfiles de moda y eventos.
Leyendas artísticas como Crystal Labeija, mujer trans afroamericana que fundó la House of LaBeija en 1977, marcaron claramente la industria de la moda. Más adelante, los balls se empezaron a convertir en lugares seguros para las personas LGBT. Poco a poco, espacios como discotecas y bares se convirtieron en espacios creativos donde compartir ideas.
Más tarde, la cultura drag empezó a cambiar poco a poco, volviéndose más inclusiva a partir de los años 60. En esa época, el drag buscaba representar un estilo corista con piezas de diseño en la cabeza y la cola. En los 70, el icono por excelencia fue Marilyn Monroe y en los 80 el modelo a seguir era Beverly Johnson. Esto dio pie a que cada vez más personas participaran en el travestismo, con categorías diversas e inclusivas.
Todo esto empezaba a verse reflejado en las pasarelas, donde se exponían y se exponen diferentes realidades artísticas marcadas fuertemente por la diversidad en lo que a expresión de género se refiere.
Empoderamiento queer a través de la moda
Está claro que la forma que tenemos de vestir dice mucho de nuestra personalidad e identidad (Si te interesa este tema, te recomendamos el libro Fashion, Culture, and Identity, de Fred David)
Ante esta realidad, la moda entra en escena como un factor sociocultural interesante de analizar. Se establece de algún modo una forma de generar una diferenciación social, al tiempo que surgen subculturas en torno al estilo y forma de expresarse con el entorno.
Muchas personas queer encuentran en la moda una forma de empoderamiento, y por eso los desfiles cada vez tienen más apoyo y repercusión. Y es que la ropa es en sí misma una forma de explorar y expresar la sexualidad e identidad, a través de un lenguaje que es al mismo tiempo visual, personal y colectivo.
Por lo general, el estereotipo de la moda queer es que es colorida, extravagante, exagerada, dramática y creativa. Algo promovido sobre todo por las exhibiciones que vemos en las pasarelas.
Asimismo, en la moda de alta costura, hay un predominio de la cultura queer. Podemos verlo por ejemplo en los trajes que promueven las expresiones más andróginas. Algunos diseñadores como Giorgio Armani muestran una clara preferencia por estas prendas.
Por otro lado, aunque la vestimenta de corte andrógino de mujeres es cada vez más frecuente (trajes girlboss, blazers, jeans grandes…), parece que la historia nos ha hecho olvidar, una vez más, que en la industria de la moda las pioneras fueron mujeres en los años 30 y 40.
Como bien sabemos, las mujeres empezaron a formar parte del tejido laboral y empresarial tras la Segunda Guerra Mundial. La necesidad de fuerza de trabajo las obligó a complementar sus labores domésticas con el trabajo en las fábricas. A su vez, esto tuvo una repercusión en la forma en que se fue desarrollando la moda. Poco a poco, las vestimentas más “domésticas” empezaron a ser reemplazadas por ropa cómoda, como los overoles.
Las mujeres empezaron a explorar su género de manera más libre gracias al nuevo uso de la ropa para acabar con la rigidez de la expresión de género.
Sin embargo, la vestimenta más ‘afeminada’ de la llamada moda femenina ha marcado la historia de pasarelas y alfombras rojas. Con vestidos sexys y deslumbrantes que favorecen la silueta, gracias a la estilización de los tacones. A su lado, muchas veces, aparece un hombre con esmoquin de tres piezas y postura serena.
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La cisheteronormatividad siempre ha estado presente en la moda, como lo ha estado en todas las facetas de la sociedad. Crecemos pensando que un determinado estilo de ropa es de niña o niño, y los estereotipos nos mueven a consumir lo que es acorde a nuestro género asignado al nacer.
Se promueve el consumo de sujetadores pushup para las mujeres y la ropa deportiva y jean resistentes para los hombres como una forma en la que las personas nos acercamos a un ideal de cuerpo y género, perpetuando el binarismo de género y sexo.
Pero como hemos visto, la moda siempre ha estado marcada por las voces queer. Desde Gianni Versace hasta Yves Saint Laurent, Alexander McQueen y Michael Kors, los diseñadores más importantes del siglo XX han sido principalmente hombres homosexuales.
Nos topamos aquí con una contradicción. Pues aunque la ropa con frecuencia perpetúe estilos que promueven la idea de un género binario, la moda es históricamente queer.
Pasarelas, exhibición y tecnología
El avance de la tecnología y la llegada de redes sociales ha tenido un claro impacto a la hora en que las personas están expuestas a la moda. Hoy, millones de personas tienen la posibilidad de generar un impacto en la gente exponiendo contenido en Internet.
Muchas personas se inspiran en las tendencias creadas por la comunidad queer y sus estéticas variadas. Por ejemplo, Harry Styles fue la primera estrella que protagoniza una portada no femenina en los 128 años de historia de Vogue . En dicha portada se le ve usando una gran variedad de vestidos y ropa estereotípicamente femenina.
Por su parte, el cantante puertorriqueño Bad Bunny llegó a convertirse en la imagen de la marca de moda francesa Jacquemus, una reconocida marca de moda francesa. Este artista, que muchas veces aparece usando falda o uñas pintadas, protagonizó una campaña de Jacquemus donde aparecía con un vestido rosa y tacones.
En España, un personaje público que está trayendo el estilo queer con todo su activismo y expresión diferenciada directamente a las pantallas es precisamente Samantha Hudson.
El hecho de que personajes tan conocidos hagan uso de la moda y su flexibilidad en lo que a expresión queer se refiere solo trae ventajas, pues la aceptación de la estética queer por personas que no son LGBT ha generado un impacto positivo en la aceptación por parte de la sociedad.
Más allá de la moda, este tipo de cosas da fuerza al mensaje de que las personas somos libres de expresarnos con la ropa que queramos y esto. La ropa no dice nada de nuestra orientación sexual, pero sí nos recuerda que es la sociedad quien ha marcado qué es lo canónicamente masculino y lo femenino.
Y es que la moda siempre ha sido un lugar para representar la propia identidad. Uno de los primeros grandes movimientos en la moda queer es el de la cultura lésbica butch. Nace de una larga historia de travestismo de mujeres homosexuales en la década de 1950. Lo impulsaron mujeres que querían encarnar la actitud de un ‘rebelde sin causa', como movimiento politizado buscaba evadir la identidad femenina normativa.
Lo butch rescata una palabra del argot que quiere decir «niño duro» o carnicero. Esta cultura permitió a las mujeres de los años 50, 60 y 70 ir a bares de ambiente y expresarse de manera disruptiva en el marco de una cultura sólida y definida en términos de masculinidad tradicional.
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Dinamitando el género y su expresión
En 1990, una de las mayores referentes de la teoría queer y de género, Judith Butler, escribió El género en disputa. En esta obra defiende que tanto el género como la sexualidad son construidos y performativos. Esto significa que el significado de lo masculino o femenino cambia constantemente, como también lo hacen los estilos de topa. Por ejemplo, los pantalones de campana que usaban sobre todo los hombres en los años 70 se empezaron a hacer populares entre las mujeres a principios de los años 2000.
Antes que Butler, la antropóloga estadounidense Margaret Mead hizo estudios de campo en Samoa, Nueva Guinea y Bali. Se encargó de explicar cómo eran las adolescentes de Samoa y las comparó con las de Estados Unidos. En Nueva Guinea estudió tres tribus donde los roles de hombres y mujeres eran totalmente diferentes:
En la primera, tanto hombres como mujeres eran afectuosos, tranquilos y maternales; en la segunda tribu, tanto hombres como mujeres eran agresivos y peleaban; y en la tercera tribu, los hombres se comportaban según nuestro estereotipo femenino y las mujeres según nuestro estereotipo masculino.
Margaret llegó a la conclusión, y así lo explicó en su libro Sexo y temperamento en las sociedades primitivas, de que los comportamientos de hombres y mujeres no son naturales ni biológicos, sino que son los contextos culturales los que definen que significa ser hombre y ser mujer.
Conclusiones
Muchas veces la ropa nos sirve para expresar nuestra sexualidad, y conecta con nuestro deseo de parecer personas más andróginas, masculinas o femeninas, rompiendo así con nociones binarias y cosificadoras.
El hecho de que cada vez veamos una mayor expresión de género queer en las pasarelas nos da esperanza de que cada vez nos acercamos más a una sociedad donde la diversidad se muestra en todas sus formas. Donde cada persona puede ser y expresarse como realmente es, sin que tenga que sufrir ningún tipo de discriminación por ello.