En realidad la virginidad como término sí existe, lo que no existe es ninguna constatación científica que la relacione con alguna parte del cuerpo humano. Es más, en la RAE aparece definido como “estado de virgen”. También es común la siguiente definición: aquella persona que nunca ha tenido relaciones sexuales.
La expresión virginidad proviene de la palabra francesa virgine, cuya raíz latina significaba ‘doncella’/ ‘virgen’, en referencia a las jóvenes que nunca habían mantenido relaciones sexuales. Curiosamente, la misma palabra hace referencia en la religión católica a María, madre de Jesucristo, y que bien podría aludir a su estado virginal.
Como en casi todos los aspectos sexuales que tienen que ver con el género femenino, la virginidad, también llamada castidad, ha sido motivo para el castigo y el juicio social. Pero no por vírgenes, sino al contrario, por ejercitar la promiscuidad.
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La idea de la virginidad se remonta muchos siglos atrás y apareció como una forma de control para la sexualidad de las mujeres.
Fue en el s. XVI cuando apareció una relación directa entre el concepto de la virginidad y el cuerpo femenino: el himen. El origen no suscita demasiada fiabilidad, pero empecemos por el principio.
¿Qué es el himen?
La virginidad como concepto ya hemos aclarado que sí existe. Lo que la ciencia niega es que exista la virginidad relacionada con el himen, o alguna otra parte del cuerpo femenino. Al contrario de lo que la mayoría de las personas creen, el himen no es un tejido plano transparente que cubre la entrada de la vagina y que, por tanto, se rompe con la primera relación sexual. Lo que sí es cierto es que el himen es una membrana de aspecto y tacto algo viscoso, pero del mismo color que las mucosas que se encuentran en la vagina.
Podríamos definirlo entonces, como ‘un trozo de carne’, elástico, en forma de círculo y con un agujero en medio. Para nada es algo que desaparezca tras la primera relación sexual, como se suele pensar, sino que el himen es algo que las personas con vulva tendremos de por vida y siempre estará abierto. Así su tamaño y forma pueden variar, al igual que hay muchos tipos de vaginas, no existe un estándar himen concreto.
Una de las grandes razones para el desconocimiento de esto es la poca cultura que tenemos las mujeres de autoexplorar nuestro cuerpo y en concreto nuestra vagina, si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que nuestro himen, pasados los años y siendo activas sexualmente, sigue ahí.
En este sentido, por tanto, el himen permanecerá abierto siempre, en caso contrario supondría un problema médico conocido como ‘himen perforado’. En esa situación lo más necesario sería una intervención, pues es a través del agujero del himen por donde expulsamos el flujo de la menstruación, además de que por supuesto no podríamos realizar el coito.
El himen como metáfora de la virginidad
Los constructos sociales en los que nos asentamos las sociedades actuales son fruto de siglos de humanidad. Y la virginidad no se libra de ello.
Ya en tiempos de la cultura clásica, la virginidad estaba considerada como una virtud ligada a la pureza de las mujeres bajo el nombre de partenía. Aunque en esas épocas la partenía no implicaba ningún aspecto físico, sí requería de un compromiso prematrimonial y otros conceptos algo más abstractos diluidos a día de hoy. Pero toda flor, tiene su semilla y su germen, y la virginidad está demasiado relacionada con la idealización de las diosas griegas y romanas, y demás culturas politeístas.
Con el avance de los años, las nuevas religiones monoteístas vieron un gran filón en la virginidad, esta vez como forma de control de la sexualidad femenina, siempre tan perseguida. En este caso, quisieron relacionarla a principios morales y éticos que para que el arraigo en la sociedad fuera mayor, en un momento donde, sobre todo, la religión católica, dominaba el mundo y los quehaceres mundanos de las poblaciones.
No obstante, no fue hasta el s. XVI cuando, por primera vez, la virginidad se relacionó de manera directa con el cuerpo de la mujer. El responsable de ello: Andreas Vesalius, un famoso forense de la época de lo que hoy conocemos como Países Bajos. Él mismo fue el primero en realizar una de las descripciones más exactas de lo que es el himen, aunque las connotaciones fueron distintas. Mientras Vesaluis realizaba dos autopsias a dos jóvenes vírgenes, se dio cuenta de la existencia de unos pequeños trozos de carne alrededor de sendas vaginas, lo que le llevó afirmar que no todas las mujeres vírgenes tenían himen, pero que, sin embargo, un himen intacto podría resultar prueba de la virginidad.
Unas afirmaciones que han llegado hasta nuestros días donde seguimos creyendo el falso mito del himen y la virginidad. Y decimos falso porque ningún avance tecnológico, forense o médico ha confirmado la existencia de la relación entre virginidad e himen. No existe ningún estudio que asevere que el himen se rompe con la primera relación sexual, ni mucho menos se trate de una ‘puerta’ de la vagina ni nada parecido. El himen existe como una parte más del cuerpo femenino, pero nada tiene que ver con el constructo social de la castidad y la pureza.
Pruebas de virginidad
Las consecuencias de todo esto son muy claras y conocidas por todos. Hasta hace no mucho, perduraba la obligatoriedad moral de la virginidad hasta el matrimonio. Por encima de todo, por dos razones fundamentales.
La primera de ellas se llama promiscuidad. Otro constructo social más inventado para estigmatizar a todas aquellas mujeres que vivían su sexualidad con libertad. La práctica de ello era considerada inmoral y suponía un motivo de discriminación. O más que discriminatorio de señalización: putas era la palabra común. Y sí, el término era puta, en femenino, pues los hombres nunca han estado sujetos a estas reglas morales sobre el sexo. A ellos, como la parte fuerte de la dualidad binaria, no se les exigía ningún tipo de conductas y principios relacionados. Es más, la sociedad veía con buenos ojos que ellos sí ejercieran su libertad sexual, símbolo este de conquistadores y buenos amantes.
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En segundo lugar, hablamos de las consecuencias de la virginidad relacionadas con el himen. Al ser este un mito tan extendido, con él también se amplió la idea de que tras la primera relación sexual el himen se rompía, por tanto, la sociedad suponía que la mujer debía sangrar en su primer encuentro coital.
Para muchas mujeres esto suponía un gran orgullo y una prueba visible de su pureza. Sin embargo, lo que pocos conocen es que el sangrado, en estos casos, se produce por otras circunstancias. Como bien hemos comentado anteriormente, el himen no se rompe, sino que es un tejido flexible y adaptativo. Asi que el sangrado puede estar producido por un pequeño desagarro vaginal, o daño en la mucosa, propio de las primeras relaciones sexuales.
En otras culturas, como la gitana, la prueba de honor se realiza mediante un pañuelo tras la ceremonia matrimonial. Aunque esta y otras prácticas son todavía bastante habituales, la ONU, por su parte las considera indignas y una violación fragrante para con los derechos de las mujeres y las niñas. Por otro lado, también encontramos la postura de la OMS que califica la virginidad como una forma de discriminación de género.
Libres y no virginales
Para la comunidad científica es un gran reto desligar de forma definitiva la virginidad con aspectos biológicos que nada tienen que ver. No solo por acabar con el falso mito de la castidad y el himen, sino para proteger la salud física y mental de las mujeres, que pueden verse afectadas de manera incorrecta. Por eso, debemos desterrar esta idea del imaginario colectivo y, sobre todo, rearmar los nuevos constructos sociales que eliminen la virginidad en las mujeres.
Además, existe otra parte fundamental para entender la libertad sexual. Y es que la diversidad ha traído consigo nuevas formas de virginidad, pues esta siempre ha estado relacionada a las relaciones heterosexuales enfocadas únicamente al coito. Pero, ¿quién dictamina las acciones para dejar de ser virgen? Por esta regla de tres, una pareja de dos mujeres serán vírgenes toda su vida, a pesar de haber compartido momentos íntimos sexuales de igual o mayor calidad que un coito. Por tanto, ¿quién pone las reglas?
La virginidad no existe y la libertad sexual es nuestro derecho.