El 21 de agosto se celebra en Argentina el Día de las Futbolistas en homenaje a Las Pioneras del fútbol femenino, un grupo de mujeres que jugaron y se auto-sustentaron el viaje y la participación del Mundial de Fútbol Femenino en México en 1971.
Un mundial no reconocido por la FIFA (que organizó uno recién 20 años después, China 1991). Aquel día, Las Pioneras golearon 4-1 a Inglaterra con cuatro goles de Elba Selva, y así como el 14 de mayo se celebra el día del futbolista por el gol que un futbolista argentino le hizo a Inglaterra, lo mismo cuenta para los cuatro goles que Selva anotó frente a la selección del mismo país en aquel mundial.
En esta oportunidad, entrevistamos a Juliana Román Lozano, futbolista feminista, lesbiana y migrante colombiana en Argentina. Ella es Directora Técnica Nacional de Fútbol y actual entrenadora y militante por los derechos colectivos del acceso al deporte y a una vida libre de violencias en La Nuestra Fútbol Feminista de la Villa 31, Buenos Aires.
¿Cómo llegaste al fútbol?
A los 9 años migré a Suecia con mi familia en un contexto colombiano muy violento y difícil de guerra del narcotráfico contra el Estado y la Sociedad. Acompañamos a mi mamá a hacer una maestría en Antropología y a mi papá en un doctorado en Física.
Vivimos en Suecia 5 años y fue ahí, cuando tenía 9 años, que descubrí el fútbol. Me enamoré a primera vista. Fui parte de un club y de varios equipos, pero lo que más me marcó fue ser parte de la naturalización de esos espacios para las niñas. Teníamos torneos entre personas de nuestra edad, uniformes de nuestro tamaño, trofeos con las figuritas de las niñas, entrenadoras mujeres, viajes y muchas otras cosas que tuve el inmenso privilegio de naturalizar desde muy chiquita. Luego me di cuenta que fueron fundacionales y un puntapié político para entender y problematizar el acceso al juego, el derecho a hacer deporte y a elegir el fútbol como lo elijo todos los días.
¿Luego volviste a Colombia? ¿Cómo fue la experiencia con el fútbol ahí?
Sí, cuando volví a Colombia tenía 15 años. Ahí me encontré con una sociedad muy machista que me tildaba de “marimacha”, de “machona”. Me acuerdo que se burlaban de mí porque tenía muchos músculos en las piernas, con un señalamiento continuo de mi corporalidad de deportista, de mis formas y de un montón de cosas más.
Eso fue difícil y estuve a punto de dejar de jugar. Pero tuve el acompañamiento de mi familia que me llevaron a armar mi propio equipo en la escuela, yendo aula por aula a juntar pibas y armar mi propio equipo. Antes de eso jugué un año con pibes pero no era lo que quería hacer. Finalmente con las pibas armamos un equipo y pudimos jugar y competir.
Después jugué en otro equipo en la Liga de Bogotá y estuve en la selección Bogotá. Me convocaron a la selección de Colombia sub 19 y ahí surgió la posibilidad de venir a Argentina a estudiar y a jugar. Tomé la decisión de migrar nuevamente y de venir a la Argentina. Acá estudié antropología y realización documental.
¿Y en Argentina?
En el Club Atlético San Telmo conocí a Mónica Santino que me invitó a sumarme a La Nuestra Fútbol Feminista y empezó el encuentro con una militancia más política y un proceso de comprender esos dolores, opresiones y marginalidades que me habían pasado por la carne y las entrañas. Pude ponerle palabras y politizarlas.
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Encontré respuestas en el feminismo y en la reivindicación de mi identidad migrante, lesbiana y morocha en un país como la Argentina que es muy racista en muchas cosas. Así pude ir construyendo mi identidad militante y mi posicionamiento político con las herramientas del fútbol.
En tus palabras se percibe la inquietud de un pensamiento y sentimiento más que “sólo individual”, de hecho, con anclaje y recorrido en lo colectivo, ¿vos cómo lo sentís?
Lo que me pasa es que encuentro en La Nuestra la posibilidad de reivindicar un feminismo villero, comunitario y necesariamente interseccional a la hora de pensar las cuerpas que juegan y cómo las diversidades y las mujeres tenemos tantas dificultades para acceder a los espacios deportivos. También es un espacio para visibilizar nuestras propias historias, construir nuestras propias narrativas y ocupar el espacio público. Para interpelar también los espacios de poder, tomarlos y construir un poder diferente.
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Creo que todo eso sucede en La Nuestra y es como se ha convertido en “mi lugar”, mi lugar en el mundo donde todos esos valores y esas marginalidades encontraron cobijo y respuesta política activa de poder plantarme frente a todas esas cosas.
Si tuvieras que describir el encuentro con el fútbol en tu vida, una primera sensación, ¿cómo fue?
La primera sensación que tuve jugando al fútbol fue de libertad.
Me acuerdo que era una mañana de invierno sueco muy, muy fría, con nieve alrededor de la cancha y recuerdo la sensación de correr con el aire helado y la sensación de correr en libertad. Ahí me enamoré del fútbol y de lo que significaba también que mi esfuerzo individual cobraba sentido en lo colectivo, con toda la magia de ser parte de una grupalidad y celebrar juntas.
Es muy loca la posibilidad de hacer un pase y que ese pase sea un gol y que esa felicidad sea compartida. Es una sensación muy linda.
Cuando te sumaste a La Nuestra, ¿cómo era la situación de la participación de las mujeres, niñas e identidades no binarias en el fútbol?
Cuando yo llegué en el 2010, eran un grupo de adolescentes que entrenaban juntas y fuimos ganando territorio ocupando el espacio público, disputando con los pibes. Y cuando eso se fue haciendo cada vez más fuerte y se fue volviendo un espacio cada vez más seguro se fueron sumando niñas chiquitas que reclamaron su propio espacio de participación y entrenamiento.
Ahí fue cuando tomé la tarea de entrenar a las niñas más pequeñas, hace 9 años. Asumí ese lugar de entrenadora con mis conocimientos como jugadora y me di cuenta – a los pocos meses – que me faltaban muchos conocimientos para enseñarle a niñas, y que era una responsabilidad muy grande.
Así que empecé a estudiar, en una camada de 86 varones donde yo era la única mujer y el espacio era muy machista. Todo el tiempo estaba siendo puesta a prueba desde lo físico, desde lo técnico y desde el conocimiento. Fue una batalla muy grande, interesante pero dura. Me recibí en el 2014.
¿Consideras que los obstáculos a los que te tuviste que sobreponer hicieron mella para que te conviertas en la entrenadora que sos?
Obstáculos hubieron muchísimos, sobre todo en el regreso a Colombia con el señalamiento, la burla y esa “habilitación” que tenía la sociedad a opinar sobre mi cuerpo, mi fuerza, mi agresividad y mis músculos.
Me sentía muy culpable por no ser la cuerpa que la sociedad me pedía que fuera. Eso después fue mi mayor orgullo pero en un momento fue muy doloroso, sobre todo en el momento de la adolescencia.
Una de las cosas que más cuidamos y trabajamos desde La Nuestra son las identidades de las jugadores y les jugadores que están en La Nuestra atravesando su adolescencia, que creo que es el momento donde más fuertemente se imprimen los estereotipos y las nociones sobre la feminidad y masculinidad hegemónicas. Y sobre todo donde se sexualizan de una forma muy cruda los cuerpos de las mujeres y se van excluyendo cada vez más las masculinidades no hegemónicas. Es ahí el momento donde más hay que celebrar la identidad como atletas y como jugadoras, como sujetas de derecho en relación al deporte. Ese momento para mí, la adolescencia, fue un momento muy duro porque yo claramente no encajaba en ese “deber ser” y fui muy señalada. Fue muy doloroso.
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También como entrenadora una de las cosas que más fuerte me pareció era que las mujeres y diversidades estuviéramos completamente excluides del conocimiento, como sujetes de conocimiento y como agentes del mismo. No había textos escritos por mujeres y diversidades. Todos los textos hablaban de niñOs o de varones cis. No había textos sobre mujeres futbolistas y mucho menos sobre otras identidades. Todo era super binario y principalmente focalizado en varones cis.
También en la docencia, las mujeres docentes daban psicología o periodismo. Nunca técnica, táctica o estrategia. Siempre abocadas a cosas que rodean al fútbol como tal pero no en las discusiones principales.
Para las jugadoras de fútbol en Argentina ¿se pone difícil? ¿existen incentivos?
Jugué en AFA (Asociación de Fútbol Argentino) en clubes como Huracán, el Español, San Telmo y ahí también pasé un millón de marginalidades. El entrenador no estaba bien preparado, no teníamos viáticos, no teníamos comida. No había micros para viajar. Existía un entramado de des-tratos naturalizados que eran muy fuertes. Obviamente tampoco teníamos médico.
Después me tocó volver a vivirlo como entrenadora en Huracán, casi 10 años después. Muchas cosas no habían cambiado desde entonces. En relación a los incentivos, el más grande era el deseo de jugar y creo que es un incentivo que atraviesa la realidad de todas las jugadoras y les jugadoris. Las triples o cuádruples jornadas que hacen muchas jugadoras de fútbol creo que se sostienen por el deseo inmenso de jugar.
¿Qué te pasó cuando conociste la historia de Las Pioneras? ¿Sentís que influyó en tu vínculo con el fútbol?
Nosotras tuvimos la inmensa fortuna de recibirlas en el barrio, vinieron con “Luky” (Lucila Sandoval) que es una amiga y gran conocida de La Nuestra. Ella fue arquera del Club Atlético Independiente muchos años (incluso llegamos a jugar en contra) y fue quién propulsó la búsqueda y re-unión de Las Pioneras. Así que nos organizamos para que vengan a compartir.
Fue muy hermoso ver, por un lado, el entusiasmo enorme con el que las pibas de La Nuestra las recibieron y por otro, también fue muy hermoso escuchar sus historias y conocer su “hoja de vida”, el CV que tenían todas de haber jugado en un montón de clubes, haber participado de un montón de instancias y de campeonatos. Muchas habían pasado también por la Selección Nacional y la verdad que fue muy emocionante escucharlas y tenerlas en nuestra cancha y poder compartir con ellas.
Para las pibas de La Nuestra debe haber sido algo fascinante…
Fue un descubrimiento de los dos lados. Por un lado, nosotras escuchar sus historias y tener enfrente de nosotres a jugadoras que habían pasado por un montón de clubes y tantas batallas. Por otro lado, también creo que en sus miradas también hubo como un descubrimiento de admiración, de hacer cuerpo esa admiración hacia ellas.
A Betty García (Pionera) – con la que tuve la oportunidad de compartir muchas instancias, incluyendo que juntas entrenamos a Las Noritas- , la escuché decir muchas veces que esta nueva visibilización y este nuevo encuentro con el fútbol le devolvió la vida al haberle dado un lugar de importancia a estos hechos que se volvieron una deuda histórica con nosotras y de nosotres con ellas.
Fue muy importante ese reconocimiento y la construcción de una narrativa propia para cartografiar nuestra historia y sacar de abajo de las piedras y del olvido a nuestras jugadoras, heroínas y referentas.
Creo que es muy poderoso y muy importante políticamente historizar y saber de dónde venimos, quiénes fueron las mujeres que pusieron el cuerpo en ese estadio y cómo fue esa experiencia. Las Pioneras le cosieron ellas mismas el escudo y los números a sus propias camisetas, cantaron tangos en las tribunas y vendieron estampitas para sustentarse durante el Mundial.
Fue la primera vez que un grupo de mujeres representaron a la Argentina usando botines en esa cancha y lo hicieron con el hito de los cuatro goles a Inglaterra. Por eso el ejercicio casi místico de contar esa historia me parece que es políticamente muy fuerte y creo que nos deja a nosotras, quienes fuimos llegando después, muy bien paradas y con raíces, que creo que eso es muy importante para encarar los desafíos que se nos presentan.
Recuperar la historia para tener la fuerza necesaria para dar batalla, ¿no?
Creo que eso lo hace posible el movimiento transfeminista al tomar las calles, y hacerlo juntes. Creo que todas las conquistas como: tomar la cancha en la Villa 31 para que entrenen las pibas, crear una nueva narrativa que rescata la historia de Las Pioneras, llenar el estadio de pañuelos verdes apoyando a la selección actual, etc. Son todas experiencias que conforman el espiral que se va formando y que nos va mostrando el camino también para seguir.
En tu actual experiencia de DT, ¿percibes diferencias en relación a tus primeros pasos en el fútbol femenino en Argentina? ¿La profesionalización del fútbol femenino implicó grandes cambios?
Fue buenísimo haber tenido la experiencia de DT junto a Queta (Enriqueta Tato, Asistente Técnica, co-entrenadora) cuando pudimos entrenar al equipo femenino del Club Atlético Huracán. Nos permitió contrastar con todo lo que habíamos logrado en La Nuestra durante 14 años de trabajo, organizando un club, siendo parte de su génesis y llevando al juego el concepto del trabajo colectivo: cómo se planta un equipo en la cancha (y en la vida).
Construimos La Nuestra desde una postura política que piensa al fútbol como un derecho, es decir: el fútbol es político, tiene que ver con el acceso a derechos y con la posibilidad de transformar el imaginario de un barrio (y/o un club) definitivamente.
La forma de pararse como equipo, de jugar y de tener una postura interseccional. La forma de pensar la relación entre nosotras y nosotres, y con otres, genera jugadoras sujetas de derechos que de verdad se manejan de otra forma, que usan la palabra de otra forma, que conocen su cuerpo de otra forma que se plantan ante las injusticias y ante las opresiones de otra forma.
En la experiencia dirigiendo a Huracán, quisimos transmitir todo eso, nos paramos frente a las jugadoras de esa manera, con esa construcción y nos encontramos con una postura y con un fútbol sumamente machista, con construcciones super patriarcales, individualistas, injustas, que fueron las que yo viví como jugadora dentro de una institución, como el club, como son todos los clubes.
Hay muchísimas cosas que están arraigadas, como el individualismo, el rol de la capitana y la misma postura de las jugadoras ante una dupla técnica de mujeres. También la postura del club ante nuestras demandas, la naturalización de la falta de médico, la naturalización del afán de pagar sólo 8 sueldos cuando en el plantel éramos 32. Fue muy loco ver muy claramente la diferencia entre el poder patriarcal y el poder feminista y cómo esa postura construye dos realidades muy distintas, con sujetos y sujetas muy distintas.
Por último, ¿algunas reflexiones que quieras compartir sobre esa experiencia?
Lo veo ahora a la distancia y fue como un aprendizaje muy grande y a la vez muy doloroso para mí y para mi compañera Queta, el estar dentro de esa estructura del club. Fue un año de mucho desgaste, de mucho sufrimiento y creo que eso tiene que ver con todo lo que falta en el fútbol argentino para verdaderamente cambiar para que el fútbol femenino no solamente sea profesional sino que sea feminista.
No concibo un fútbol profesional que verdaderamente sea un espacio donde se respetan los derechos laborales, los derechos humanos, si no es feminista. Tiene que ver con que hace falta reformular los espacios donde se toma el poder, los espacios en donde se piensa en cómo desarrollar el fútbol, en donde se piensa cómo aplicar los presupuestos, cuál es la línea de formación que van a tener las personas que trabajan en torno al fútbol de mujeres. Por ejemplo, ahora la mayoría de los entrenadores son varones en las selecciones de los clubes.
Hay un montón de cosas que hay que cambiar, que verdaderamente hay que cambiar y revolucionar para que el fútbol sea otra cosa. Está buenísimo que han empezado a cambiar un montón de cosas, pero también me preocupa que eso quede sólo en “formas” y en que “esto es suficiente, miren todo lo que les dimos” y que no sea verdaderamente una disputa profunda de poder en donde seamos nosotres quienes empecemos a pensar en eso y sobre todo también a darle batalla al binarismo y al biologicismo en el deporte, tanto el de alto rendimiento como el recreativo.
Esas son las cosas más importantes que nosotras pudimos ver y sentir. Fueron muy dolorosas e igual le pusimos mucha carne y mucho cuerpo. Salimos fortalecidas y convencidas de que la lucha es necesariamente transfeminista y que necesariamente es entre nosotres y tiene que ser juntes. Hay que tomar el poder, no nos parece que las luchas tienen que ser solamente desde la periferia sino disputando los sentidos, las materialidades, los símbolos del poder y los saberes, por supuesto.
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