Hablar de educación sexual en España no es tarea fácil, y mucho menos cuando hace tiempo que el discurso se ha politizado. Parece que aún persiste el fantasma del tabú y el miedo a hablar de forma crítica y adecuada de unos de los aspectos más fundamentales de la vida de las personas. Todo ello pese a que en este país existe la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Aunque esta garantiza una educación sexual e integral de calidad, esto no parece estar regulado correctamente. Por tanto, España se lleva un claro suspenso en esta materia, que además está englobada, nada más y nada menos, que en los derechos sexuales y reproductivos de las personas.
Hace tiempo que tenemos muy claro que el sistema educativo español viene arrastrando retrasos históricos, con unas carencias vinculadas a un pasado clerical y obsoleto que no ha logrado actualizarse con los tiempos actuales. Sabemos de sobra (y sería muy cínico negarlo) que, ante la necesidad de obtener una información tan necesaria para la vida, la población más joven acudirá siempre a internet y a la pornografía para poder encontrar las respuestas que está buscando en su proceso de crecimiento y madurez.
Existen muchos peligros si dejamos esta educación en manos de un entorno virtual infodémico sin acompañamiento de calidad por parte de la población adulta.
Según varios estudios, las personas cada vez acceden al porno a edades más tempranas, situándose la media en 8 años, y su consumo se generaliza a la edad de 14 años. Los datos también indican que los hombres son los principales consumidores de pornografía (el 87% dicen haberla visto y cerca de un 30% afirma ser un poco adictos o probablemente adictos).
A día de hoy, conocemos bien todos los peligros que supone considerar la llamada pornografía comercial o mainstream como la principal herramienta educativa, y lejos de tratar de prohibirla o erradicarla (lo cual sería prácticamente imposible dado los beneficios económicos que genera), lo ideal sería empezar a hablar de ella para desmitificarla.
En primer lugar, hay que aclarar que existen varios tipos de pornografía. Además del porno comercial o mainstream, existe el llamado porno feminista, porno ético, porno queer o postporno. Este hace referencia a un contenido donde los actores y actrices trabajan en igualdad de condiciones. Se pone encima de la mesa el respeto, los límites, la seguridad y el consentimiento. Además, se muestran prácticas sexuales donde, por ejemplo, las personas no binarias son dueñas de su propio deseo. Se representa de forma equitativa y respetuosa la variedad de cuerpos, expresiones de género, identidades, diversidad funcional, etc. Todas las personas se convierten en seres humanos deseados y deseantes.
Acompañar a personas jóvenes y menores para desmitificar el porno comercial o mainstream adquiere un carácter urgente y necesario cuando en este tipo de contenidos no éticos se normaliza el exceso de violencia hacia las mujeres. Ellas parecen responder con deseo ante el maltrato, la dureza y fogosidad sin comunicación. Otras cuestiones que habría que desmontar son: el sexo como genitalidad, la importancia de las grandes eyaculaciones, la ausencia de diversidad, la fetichización de las mujeres racializadas, la mujer estereotipada y cosificada o los cuerpos operados y no realistas.
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Es importante que la juventud sea crítica y plenamente consciente de que este tipo de vídeos son ficción, que los cuerpos de las actrices y de los actores no son reales (se realizan vaginoplastias, liposucciones, blanqueamiento de genitales…), que el sexo que se muestra aparece centrado en el placer masculino, que no todo el mundo llega al orgasmo, que no todas las mujeres son multiorgásmicas (¿y el periodo refractario?), o que es peligroso no utilizar protección para la prevención de las ITS y embarazos.
Un encuentro sexual no puede normalizar la violencia y el silencio, pues precisamente debería caracterizarse por los buenos tratos, las prácticas sexuales consensuadas, el placer y la comunicación. Recordemos que la otra persona(s) no sabe leernos la mente, y si algo no nos gusta, la única manera que tenemos de hacérselo saber es a través del lenguaje.
Tras lo expuesto, cabe pensar que quizás tendríamos que educarnos en que no está mal consumir pornografía. Sin embargo, hacerlo de forma ética también implica valorar un trabajo donde, entre otras cosas, no se precariza a los actores y actrices, evitando la violencia, la fetichización y la cosificación.
Recordemos que todas las prácticas sexuales están bien siempre que la persona se respete a sí misma y a la otra persona(s). Sin embargo, la infodemia nos hace olvidar la verdad: no hay nada escrito en un encuentro sexual ni debemos responder a ningún tipo de patrón, pues nos podemos relacionar de mil maneras diferentes desde el respeto, la comunicación, el deseo recíproco, los cuidados, la planificación, la escucha y la protección ante ITS o embarazos.
Una breve historia de la Educación Sexual
A lo largo de la historia, los modelos en torno a la sexualidad han pasado por diferentes etapas.
MODELO PROHIBITIVO: Centrado en la función reproductiva de la sexualidad y la procreación, reduciéndola al matrimonio (coito), viviendo la sexualidad desde la culpa. Es un modelo con muy poca tolerancia a la diversidad, que además está en contra de los anticonceptivos.
MODELO PREVENTIVO: Parte de la idea de que la maternidad ha de ser deseada, y no un mandato u obligación. Emplea los anticonceptivos, valora el placer y amplía el concepto de sexualidad sin reducirlo únicamente a la reproducción (presencia del placer). No cuestiona el modelo coitocéntrico.
MODELO PERMISIVO: Amplia la vivencia del placer a otras partes del cuerpo, pero no como una fuente de disfrute (los mal llamados “preliminares”), sino como medio para llegar a la penetración, entendiendo que esto ha de ser el fin último de nuestras prácticas. Se valora el coitocentrismo, aunque se incorpora la vivencia del placer en el resto del cuerpo. Es un modelo progresista, aunque sigue considerando la penetración como la práctica de máximo placer y el objetivo final la consecución del orgasmo.
MODELO SALUDABLE: Tiene en cuenta el afecto, el contacto, el placer, la ternura, el respeto, la intimidad, la comunicación.
Sabemos que vivimos en una época marcada por la infodemia y la desinformación, lo cual tiene consecuencias negativas cuando consumimos contenidos sobre salud o sexualidad que pueden estar equivocados.
Infodemia y educación sexual
No obstante, también vemos cómo cada vez se habla más abiertamente en las redes sociales sobre sexualidad (¿ahora todo el mundo es experto en este tema?). Si bien esto puede ser positivo y hay profesionales que empiezan a crear contenidos sobre el tema con la mejor intención, a veces este exceso de información puede llegar a ser contraproducente cuando se lanzan discursos de cómo tiene que ser la sexualidad de cada persona.
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Nadie debería decirnos qué tenemos que hacer, cómo tenemos que sentirnos o qué nos va a dar más placer, olvidando una idea básica pero muy importante: nadie puede decirle a nadie cómo tiene que vivir su sexualidad, porque hay tantas subjetividades y formas de vivirla como personas hay en el mundo. Y si mi forma de vivirla no se corresponde con lo que yo veo repetidamente en vídeos educativos y aparentemente profesionales, puedo pensar que tengo un problema. Podría creer que no soy normal, que no encajo con lo que me están diciendo o que mi sexualidad no está aprovechada al 100%.
Ante esta realidad, es importante localizar fuentes críticas y fiables a las que podamos acudir siempre, sin olvidar que algunos y algunas influencers pueden caer en el discurso fácil. Entonces, a veces trasladan en un post de Instagram cuestiones sexoafectivas muy complejas atravesadas por subjetividades.
Desafíos a la hora de hablar sobre la sexualidad
Tanto se habla de sexualidad que quizás no tengamos claro de qué se trata, pues no es sinónimo de relaciones sexuales. Por un lado, tenemos cuerpos sexuados y estamos atravesados por deseos, afectos y roles sexuales, que también son sexuados. Somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos, y debemos aprender a vivir nuestra sexualidad de manera saludable en las diferentes etapas de la vida, así como respetar la manera en que cada persona la vive. La sexualidad sirve para reproducirnos como especie, sí, pero también para relacionarnos con los demás, para expresarnos y para obtener placer. Por tanto, es mucho más que genitalidad o biología (hormonas, cromosomas…), y lo atraviesa todo.
La sexualidad es una realidad compleja y plural que tiene que ver con la identidad, la orientación sexoafectiva, el sexo, el deseo, la atracción, el erotismo, el género, las vivencias, las relaciones personales, la intimidad, el placer… También es ser consciente de tu orientación sexual e identidad de género, entendiendo que salirte de la norma en una sociedad cisheteronormativa y heteropatriarcal supone enfrentarte a discriminaciones y violencias varias.
Asimismo, no es posible hablar de sexualidad sin perspectiva de género, pues el cómo nos han educado en función del género asignado y los roles que se nos presupone como hombres y mujeres van a influir en la forma en que vivimos nuestra sexualidad.
Por otra parte, no podemos olvidar la impronta que tienen en nuestra vida todos los mitos derivados del amor romántico. Por ejemplo, la idea errónea de que el sexo es un mandato y una prueba de amor, o algo absolutamente fundamental en una relación de pareja. Las construcciones sociales influyen en nuestros pensamientos, sentimientos, acciones e interacciones, y a veces nos hacen olvidar que no todas las personas tienen el mismo nivel de deseo sexual, ni lo viven de la misma manera.Tampoco es cierto que seamos responsables del placer de la otra persona, pues si en un encuentro sexual la otra persona no está cómoda o no tiene la mente en clave erótica, tampoco va a estar conectada con el placer.
En el caso de la sexualidad de las mujeres y las personas con vulva, partimos de la base de que las personas estamos atravesadas por miedos y complejos que son construidos, como el rechazo a la gordura, la celulitis, los pelos, la regla… Por no hablar del rechazo que nos produce todo lo relacionado con la vagina y la vulva, consideradas como algo sucio cuando precisamente es la parte más limpia del cuerpo.
Todo esto juega en contra del proceso de respetar y amar los cuerpos, por lo que deconstruirnos y conocernos va a ser clave a la hora de disfrutar plenamente de nuestra sexualidad.
Asimismo, el hecho de haber interiorizado que la sexualidad es propia de la privacidad y la intimidad deriva en no colectivizar nuestras dudas, inquietudes o problemas, y a veces vivimos situaciones de malestar en soledad. Por ejemplo, si tenemos verrugas genitales por el virus del papiloma humano (VPH) y lo hablamos abiertamente con amistades cercanas (pues es algo que afecta a gran parte de las personas activas sexualmente), esto puede ayudarnos a encontrar espacios seguros donde compartir vivencias sin necesidad de silenciarlas ni vivirlas con malestar.
En conclusión, es importante luchar para lograr una educación sexual integral de calidad y con perspectiva feminista proporcionada por todos los agentes sociales, y eso implica hacernos responsables como sociedad y desempeñar un papel crítico, activo y actualizado en áreas como la educación y la sanidad. De este modo cuestiones como, por ejemplo, normalizar el dolor de las relaciones sexuales, no conocer nuestra genitalidad, o no saber que la vagina es finita y no pasa nada si se queda un tampón dentro, finalmente quedarán como anécdotas pasadas.
Si seguimos mirando para otro lado mientras nos secuestan los miedos, la vergüenza y el tabú… ¿Cuándo vamos a tomar cartas en este asunto?