Sensualidad, comodidad y elegancia: estas son las características que Camilo Serna (él/ella), diseñador y creador de Baby Boy Lingerie, le ha estampado a cada una de las prendas que están revolucionando el mercado de la moda sexy en el país.
Se trata de lencería masculina que le permite a las personas explorar su ‘feminidad’ y romper los viejos paradigmas de que la sensualidad, el encaje y las transparencias no pueden ser experimentados por todo tipo de personas. Su catálogo cuenta con productos como bodys, panties, briefs, brazaletes, crop tops, pecheros, cinturillas, ligueros y arneses de colores oscuros que gritan erotismo.
Camilo Serna y el inicio de Baby Boy Lingerie
Camilo es diseñador de vestuario de la Pontificia Universidad Bolivariana y candidato a Máster en Dirección de Empresas de Moda en la ESDEN Fashion Business School. Su aprendizaje en el mundo académico fue un vehículo para el autoconocimiento y para materializar su empresa. Tiene un acento paisa marcado, es muy extrovertido y expresivo. En sus redes sociales suele aparecer modelando algunos de los modelos que diseña y motiva a otras personas a que se atrevan a usarlos.
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La marca nació en pandemia, el 5 de mayo del 2020, en Medellín. El diseñador se encontraba trabajando como Director Creativo en Santísimas Ropa Íntima y sintió algo dentro de sí, algo que lo motivó a emprender un negocio. Los miedos y la inseguridad que le había dejado una anterior experiencia empresarial no fueron suficientemente grandes como para detenerlo de cumplir ese sueño, un proyecto que le había permitido empoderarse y que esperaba lograrlo con otras personas más.
La lencería masculina continúa siendo un tabú en parte de la sociedad, por ello desde Every hablamos con Camilo sobre su experiencia emprendiendo y permitiéndole a más personas explorar algo que antes no tenían permitido descubrir.
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¿Cómo diste ese primer paso?
Tenía $800.000COP —210 USD— ahorrados y dije: “bueno, con esto voy a hacer unas prendas básicas que yo considero que alguien a quien le gusta la lencería debería tener”. En este caso yo era primer usuario, entonces pensé en lo que buscaría: Panti-hilo, cachetero y demás. Yo ya tenía el oficio y el know how, entonces hice los moldes y pensé “¿qué voy a hacer con esa plata?: voy a comprar telas, insumos, voy a pagarle a la confeccionista y a comprar una etiquetas un poco genéricas”. Me centré en hacer cosas que yo pudiera crear, porque era o comprar la telas o pagar un modelo y para esa primera cápsula me atreví a ser yo mismo quién modelaba.
Prendí el aro de luz, ponía temporizador, me iba y me tomaba la foto, volvía. Todo fue en una noche hasta llegar la madrugada; era yo tomándome las fotos para salir con Baby Boy; a pesar de las excusas, me dije: “listo, esto va a salir de esta manera” y me tiré.
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¿El deseo de hacer este emprendimiento de lencería masculina nació por tu experiencia en Santísima o por un gusto propio y no encontrar un mercado que lo ofreciera?
Realmente fue lo segundo. A mí me gustaba la lencería como consumidor, la uso y la usaba mucho, pero inicialmente todo empezó porque alguien con quien yo salía tenía ese fetiche y me empezó a regalar lencería ‘de mujer’. Cuando me la regalaba yo sentía de todo: yo me quería vomitar, se me bajaba la presión, a mí me daba de todo, pero dentro de mí lo quería, o sea, muy en el fondo se sentía bien. Al final de todas las emociones estaba la satisfacción.
Eso fue evolucionando, sobre todo porque Baby Boy es la materialización de un proceso personal mío, a través de la sanación de la energía femenina en mí; porque yo antes la señalaba mucho, yo no me quería, ni me aceptaba como un hombre femenino, lo rechazaba. Muchas veces intenté forzarme a ser masculino, sobre todo por la aprobación de la mirada del hombre; yo sentía que un hombre femenino no era deseado.
¿Y cómo llegas de ahí a ese 5 de mayo?
Yo me moría por un man, o sea, era mi crush, mi mega crush, ¡Dios mío!. Él llegaba a un lado y yo me ponía tan nervioso que me tocaba irme. En las idas y venidas, por muchas cosas, un día nos conocimos; empezamos a tener esa química. Y él me dijo que si yo me quería poner lencería. Yo quedé en shock, yo dije como “¡¿Qué?! ¿el man que me encanta, que reúne todo el arquetipo de hombre súper hegemónico, masculino… me está deseando por ser femenino?” Bueno, él me empieza a regalar lencería y todo dentro de mí empezó a encajar.
Mientras pasaba, empecé a sentir cosas dentro de mí, además de empezar a aceptarme, me empecé a sentir super sexy, me sentía súper magnético y eso lo empecé a proyectar inmediatamente. Yo me ponía lencería, salía a la calle, a una rumba con él o algo y me sentía una miel rodeada de abejas, o sea, era impresionante el poder que yo sentía con la ropa.
Entonces, había una cosa muy linda en todo lo de la lencería femenina y era que la atención al detalle era un must have; él me regalaba cajas que olían delicioso, que tenían papel, que la sola experiencia del unboxing era ¡wow! una cosa divina y yo me decía: “Qué triste que esta experiencia los hombres no la vivan por machismo”. A un hombre no se le da eso de abrir el papel, sacar la prenda, de tener todos los sentidos envueltos en eso. Y esas cosas como que me empezaron a quedar, en el aire, pero quedaban.
Yo terminé con él y me sentía mal porque yo decía que nadie más en mi vida me iba a desear, nadie me va a nada. Cuando me encuentro con que es un común denominador y que había muchos hombres a los que les parecía súper sexy, que los prendía y que, también, había otros chicos que se sentían sexys usando la lencería fue que empecé a construir la idea. Esto sucedió dos años antes, en 2018, pero sin nombre ni nada, yo estaba maquinando y maquinando.
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Entonces, ¿se podría decir que la idea de crear Baby Boy fue para darle ese sentimiento que tú tenías a otros hombres o otras personas que no se identificaban como mujeres?
Sí, cuando empieza Baby Boy a suceder, me doy cuenta de que no era solo yo el del gusto. Como te digo, yo mismo me hacía mis ligueros, mis chokers, pero sí estaba detectando esa necesidad. Además de que la lencería de hombre que había en el mercado no era afín a mi estética, no me sentía cómodo, eran materiales baratos y la comunicación no me llegaba, porque eran un montón de modelos, hombres heterosexuales, disfrazados, que no conectaban con el producto.
Es distinta la ropa interior como categoría de producto, como universo de vestuario, y otra cosa es la lencería. La ropa interior está conectada a lo utilitario, a lo funcional, yo uso ropa interior para que me cubra, para que proteja mis genitales de la sudoración, de la fricción y demás. La lencería es un universo que está ligado a las emociones, los sentimientos y a lo sensorial.
Ahí está una de las principales intenciones de Baby Boy. La lencería femenina tiene unos materiales que a veces no tienen tanta elongación, que se tienen que saber trabajar muy bien desde el corte; y un cuerpo con pene tiene ese volumen que se debe desarrollar desde un material rígido. De ahí que se quería solucionar no solamente la necesidad del fetiche, sino también funcional para personas con estas características físicas.
¿Eso quiere decir que Baby Boy también podría ser usado por personas con experiencia de vida trans?
Claro que sí, de hecho he tenido varias clientas que han sido mujeres trans, claro que son bienvenidas. Desde la comunicación, la marca tiene que tomar un foco, porque si no, pierde el rumbo. A medida que se va creciendo, se van incorporando cosas, por eso en este momento está comunicado para el hombre.
Sobre el desconocimiento de este tipo de prendas, ¿Qué trabas o problemas te encontraste a la hora de montar el negocio?
¡Todas!, ¡Todas!, todavía las encuentro y Dios mío bendito, desde la cosa más sencilla, el corte de las prendas. Cuando empecé a buscar cortadores, me rechazaban mucho y yo me preguntaba ¿por qué?, uno de ellos me respondió y me dijo “Es que eso no está bien visto.. sí, es que, pues, a Dios no le gusta eso” y yo me quedé plop. Luego llegué a tocar puertas en talleres de confección y me decían “No, es que nosotros no hacemos eso”. No era porque no lo supieran hacer técnicamente, sino por lo que tenía debajo, era por el manto sociocultural disruptivo.
Con los proveedores también fue difícil, había dos extremos: O era de “¡wow! ¿Qué es esto?, esto es el futuro”; o como: “¡Jamás!, Satanás”. En la parte de mercadeo, comercialización y comunicación yo hice una promesa de que quería que los modelos de Baby fueran hombres femeninos, no quería disfrazar a nadie, porque eso le iba a quitar lo que yo esperaba lograr desde la construcción y consolidación de la marca… Entonces me decían, “no, es que yo no hago eso”. Entiendo perfectamente que cada persona tiene gustos diferentes, pero fue un rollo. Lo tengo que admitir, aún lo es, cada vez que voy a sacar una colección tengo que respirar hondo.
¡Ay, no! y ni te digo de internet, de Instagram. La cuenta es privada, está cerrada, precisamente por eso; porque todo es sensible, nada se puede, todo va en contra de las leyes. Cada peldaño en este modelo de negocio, que es por reivindicar algo que se ha silenciado siempre, ha sido una odisea.
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Y conectándolo con eso, ¿Cómo ha sido tu experiencia con el recibimiento del público con algo que es considerado tan disruptivo?
Honestamente, en un país como Colombia, yo me siento bien servido, se lo agradezco profundamente a cada Baby Boy. Porque validar comercialmente desde las ventas, desde los números, el gran impacto y la acogida que ha tenido el modelo de negocio, para mí, es la cosa más gratificante, me da muchísima esperanza.
Actualmente solo hago envíos a Colombia por cuestiones logísticas, porque a la página web no le han querido dar el visto bueno porque una de las plataformas de pago considera que Baby Boy Lingerie es explícita, es porno. Pero sentir que en Colombia ha pasado esto me parece muy cool, muy chimba, porque tal vez tú pensarás que solo le vendo a hombres femeninos y, realmente, a Baby Boy le compran estos chicos, pero también hombres que les gusta ver a su pareja con lencería; me compran mujeres a las que les gusta que su esposo o novio use lencería; el crossdresser, la drag queen. O sea, hay un portafolio de muchos perfiles de consumidor que convergen. También me comunican que les huele delicioso, que les encantó… y eso me parece divino porque estoy logrando lo que quiero y es esa experiencia que se le ha negado tanto tiempo al hombre de vivir.
¿Por qué crees que en Colombia, y en otros países como en América Latina, hay un tabú con este tipo de prendas?
Desde la historia de la moda, en el siglo XVII y XVIII se le da a la mujer la moda del vestir para alejarla de asuntos políticos, económicos y sociales. El hombre renunció a la moda más o menos en el siglo XIX cuando la burguesía comienza a tener mayor importancia en la sociedad, entonces llevamos 200 años con el traje de sastre.
No solamente es un tabú que un hombre se atreva a lo femenino, sino que un hombre que se atreva a lo femenino desde la ropa. Ahí vienen todas esas trabas culturales y sociales que conocemos. Las mujeres han ganado más independencia en ese aspecto.
El hombre todavía no las ha logrado, apenas pestañean algunas cosas. Falta mucho, muchísimo, para que el hombre se pueda liberar de la presión social a través del vestuario. Es un cambio de mentalidad, un cambio social, que toma tiempo.
Y qué interesante que Baby Boy está haciendo parte de ese cambio porque, incluso, estuviste en Colombia Moda. ¿Cómo fue recibida este tipo de prenda por el público y por les demás diseñadores?
La experiencia de Colombia Moda fue muy linda. A mí me llama uno de mis profesores de la universidad y me dice “Cami, este año la UPB cumple 20 años con el programa de diseño y vamos a sacar a unos egresados con sus marcas personales. Tú estás en la lista, ¿te animas?”, yo le dije: “Rafael, me estás diciendo que en la pasarela de la Universidad Pontificia Bolivariana, apostólica y romana, van a salir unos hombres en lencería. ¿Vos estás bien? te van a echar”. Él insistió y dije que sí, empezó todo el proceso y tenía mucha emoción, pero demasiado susto porque sabía lo que podía pasar.
Llegó el momento, en la pasarela de la UPB éramos 10 o 15 egresados y todos los titulares se redujeron a “Hombres en lencería estarán en la pasarela de la UPB”, o sea, éramos 15 y todo el mundo hablando de eso. La gente comentandole a la universidad que iba a sacar a los hijos si eso era lo que iban a aprender. Yo estaba preocupado por mi instagram porque era mi único canal de comercialización. Pero, así mismo como generó conmoción, les puso la pregunta en la mesa.
Para finalizar, ¿Qué les dirías a las personas que aún no se atreven a usar lencería masculina por meros estereotipos o miedos infundados?
Yo les diría que me dieran la oportunidad, a través de Baby Boy, de que vivan una experiencia distinta y diferente de la lencería masculina. Que permitan que la marca sea ese puente para que sigan descubriendo y experimenten desde su cuerpo, desde las sensaciones; de lo que se siente un encaje en la piel, desde la fisionomía. Que vean en la prenda ese baby step para sentirse distintos, para llenarse de poder, para llenarse de magnetismo.
Que está super bien que sean así y que si les preocupa que no les voltean a ver, hay miles de manes a los que les encanta ver a su pareja con lencería. Que sea un viaje para autodescubrirse, para conectarse con su esencia y con lo que realmente son.