Actualmente, el sistema educativo ha sido blanco de diversas y legítimas críticas, por lo que es de conocimiento casi general cuáles son las fallas y qué se podría hacer para mejorarlo. Pues, parece ser que sigue encastrado en el siglo XIX ya que no avanza y no se adapta a los cambios sociales y culturales que ha afrontado la humanidad. ¿Cuándo vamos a aprender a educar con tacto?
En este artículo no abordaremos las carencias del sistema que son bien conocidas, sino que os queremos invitar a leer una reflexión sobre el proceso de enseñanza desde un punto de vista más humano, con reflexiones en torno a la labor docente y pedagógica y un concepto que nos parece clave: el tacto.
El libro de El tacto en la enseñanza: el significado de la sensibilidad pedagógica de Max van Manen es una invitación a reflexionar sobre todo esto. Después de haberlo leído, os compartimos algunas reflexiones que pueden ser de gran interés.
Educar con tacto y la labor de los docentes
En cuanto a la labor del docente, resulta evidente que más allá de los contenidos teóricos sobre matemáticas, lengua o ciencias, los docentes tendrían que desear que sus alumnos adquieran actitudes positivas, espíritu crítico, honestidad y fibra moral. Y es que la humanidad, la tolerancia, el aprecio por el otro, y en última instancia la ética, deberían ser la columna vertebral misma de los sistemas educativos.
Todo esto concierne, además de a la familia, al cuerpo docente y pedagógico, pues cada persona es un mundo único y tiene unas habilidades y potencialidades que deberemos ayudar a despertar. El alumnado es un diamante en bruto constituido y pueden llegar a convertirse, gracias a la educación y las experiencias personales, en seres íntegros, con una madurez plena.
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En cuanto al «tacto», es una palabra que hace referencia a la humanidad de las personas: hablar, relacionarse, empatizar, sentir, preocuparse por el otro, etc. En un terreno pedagógico, se trata de algo que nos hace volcarnos en la labor como docente y reflexionar como, por ejemplo:
¿Sabemos cómo actuar en casos de acoso?, ¿sabemos detectar dichos casos?, ¿nos volcamos lo suficiente con cada uno de los alumnos?, ¿conocemos sus miedos e inquietudes? ¿creamos un espacio seguro para hablar de diversidad? ¿cómo lidiar con una persona que ha aprendido que no sirve para estudiar (casos de indefensión aprendida)?, ¿qué hacer en casos extremos de familias desfavorecidas o niños que han crecido en ambientes hostiles?, ¿los alumnos brillantes son necesariamente los que obtienen mejores calificaciones?, etc.
Hay personas que realmente tienen vocación, sensibilidad hacia la labor pedagógica y un tacto para abordar estas situaciones de la mejor manera posible. El tacto, por tanto, tiene mucho que ver con un sistema de valores universales fuertemente enraizados, como el respeto o la tolerancia, teniendo en cuenta que cada persona se halla encastrada en un sesgo generacional y cultural concreto, con un sistema de valores determinado.
‘’Los niños no con contenedores vacíos que vienen a la escuela para que viertan sobre ellos los contenidos curriculares mediante una serie de métodos de instrucción especiales. Además, los niños que vienen a la escuela vienen también de algún sitio. Los profesores deben tener alguna indicación de lo que los niños traen con ellos, de lo que define su forma de comprensión, su predisposición, su estado emocional y su preparación para abordar la asignatura y el mundo escolar’’.
El tacto en la enseñanza
El tacto en la praxis con adolescentes
Conocer la realidad asociada a esta etapa de la vida nos podrá ayudar a abordar los posibles conflictos e inquietudes de la mejor manera. Se trata de una etapa de mucho potencial en la que la educación va a cobrar un papel fundamental en la configuración de los valores y la personalidad.
En la adolescencia las personas empiezan a prepararse para la adultez, por lo que comienzan, entre otras cosas, a elaborar sus propios planes de futuro, al tiempo que ponen en cuestionamiento determinados valores que la sociedad y su familia les han inculcado a lo largo de su vida.
Los adolescentes tienen una mayor capacidad de adaptación y son más propensos a correr riesgos. Se plantean qué pasa si rompen las reglas porque buscan construir su propio sistema de valores y cuestionar las normas sociales imperantes. Y es que los adolescentes se hallan inmersos en la búsqueda de una identidad que los defina, así como la aprobación por parte de familia y amistades.
Se trata por tanto, de una etapa en la que aparece la presión social por adoptar una identidad clara y aparecen posibles niveles de identidad: ideológica (valores y creencias), de género (roles de género, identidad y orientación sexual), ocupacional, vocacional, étnica, etc.
Los adolescentes pueden desarrollar miedo a adoptar un ‘yo’ falso, por lo que es lógico que actúen de manera contraria a como son en realidad cuando no están seguros de quienes son realmente.
Además, en muchos casos intentan complacer a los demás, construir una posible identidad, o buscar la admiración de estas personas. También se trata de una etapa de transición en la que se alcanza el desarrollo cognitivo, emerge la capacidad reproductiva y la turbulencia emocional. Se pone, por consiguiente, el énfasis en el desarrollo cognitivo, social, moral, emocional y la construcción de la personalidad.
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Por tanto, no podemos obviar que al tratarse de periodos de gran cambio, conviene no ponerles a los jóvenes ningún tipo de etiquetas para no condenarlos a ellas.
Si comprendemos que todo esto está bien, sobre todo si nos dedicamos a la enseñanza, podemos eliminar la idea negativa de conflictividad y problemas que por defecto parece que todos tenemos.
Ese tacto nos llevaría a reflexionar, a erradicar de nuestra mente la imagen tan inexacta y prejuiciosa que siempre hemos tenido de la adolescencia; a poner el foco en que se trata de un periodo vital de gran importancia en el que el adolescente va a seleccionar su aprendizaje; a comprender mejor la idea sobre la dependencia de nuestros deseos y conducta exterior; a desmitificar la idea de que la adolescencia es imposible educarla.
La sociedad entera nos educa
Por otro lado, es importante destacar la forma en la que la sociedad nos educa. Es cierto que las familias solas no determinan la educación de una persona, porque a todos nos educa «la tribu»: la familia, los profesores, los amigos, los vecinos, etc. Los conflictos de la adolescencia están muchas veces enraizados en la familia, y si bien este no es un factor determinante, resulta crucial en la educación de niños y jóvenes.
En este punto hemos de distinguir las dos vertientes en las que se bifurca la educación, pues por un lado se pone el foco en el ámbito del hogar, y por otro lado se pone de manifiesto la importancia de los profesionales e instituciones. Por tanto, sería conveniente poner encima de la mesa la importancia de programas de educación familiar creados en aras de orientar a los padres en su labor educativa.
Por otra parte, el tema del papel de los padres en la educación de los hijos resulta realmente interesante, pues el hecho de que quieran lo mejor para ellos los lleva a actuar de una determinada manera. Un ejemplo claro es cuando unos padres se plantean si llevan a su hijo a clase de música porque es lo mejor para él o porque es lo que él quiere.
También en esta línea aparecería el tema de la religión: ¿por qué los padres deben inculcarles una determinada creencia a sus hijos? Esto entronca con el sistema de valores que cada uno tenemos, muchos de ellos inculcados desde la infancia, y otros tantos no reflexionados.
La educación
Se trata de un concepto difícil de definir, pues hay muchas maneras de entender qué es educar y, sobre todo, qué fines ha de perseguir el proceso y el sistema educativo. Además, la definición se abordará en función de nuestra postura ideológica, nuestra cultura y nuestra historia, aunque de manera general podemos afirmar que la educación implica valores, sentimientos, sentido común, curiosidad, empatía y sentido crítico.
El profesor debe guiar al estudiante en su proceso de aprendizaje, orientar y contribuir a su desarrollo adecuado. Y es que la educación nos tiene que hacer más humanos, invitándonos a replantearnos el mundo en el que vivimos. Por otro lado, no hemos de olvidarnos de todos los agentes que participan en la educación de una persona a lo largo de su vida.
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Ante esta pregunta cabe preguntarse cosas como: ¿conocemos sistema alternativos como el de las escuelas libertarias, como Summerhill y otras escuelas libertarias?, ¿y el de Sócrates?, ¿y el de Confucio?, ¿y el de tantos otros filósofos y expertos? El telón de fondo siempre es una cuestión de valores, pues no basta enseñar conceptos, sino que hay que inculcar valores, sentido crítico y curiosidad. ¿Tenemos conciencia de que tenemos que elevar nuestro nivel cultural y político?
La educación debería ir por el camino de despertar el pensamiento crítico, la amabilidad, el respeto, la empatía, la igualdad. En última instancia no se trata de memorizar y acumular datos, sino de aprender a pensar y actuar en consecuencia.