Históricamente, la moda ha sido un espacio de lucha donde las personas cisheterodisidentes han intentado representar y construir identidad. No es un secreto que, en varios aspectos, esta industria ha estado influenciada por creaciones hegemónicas y totalizantes, en donde ha habido una marcada construcción de lo que es socialmente aceptado como “bello” y lo que no.
De esta necesidad de alternativas que rompen con lo establecido nace el Antifashion, un movimiento artístico que intenta irrumpir esos estándares de belleza; por medio de la fotografía, el cine, la música y la vestimenta. Se trata de un performance en donde se deconstruye la interpretación generalizante de la elegancia y lo “correcto”.
Antifashion, el arte de lo antiestético
Lo Antifashion representa un aporte cultural importante para el sector LGBTIQ+ debido a que propone crear espacios seguros para las personas que no entran en esos estándares sociales de la discreción y lo aceptable. También, se encuentra profundamente influenciado por la cultura ballroom, caracterizada por la inclusión de personas trans, negras, latinas, migrantes, empobrecidas y disidentes.
Esta corriente de moda — o, antimoda— cuenta con exponentes alrededor del mundo. Pero también, se encuentra adaptado en varios lugares específicos, como es el caso de Colombia, donde se hacen eventos en los que les asistentes suelen vestir sus creaciones más extravagantes y curiosas; al calor del baile y de la música.
Antifashion en el mundo
Durante los años 50, el proceso de industrialización de diversas actividades estaba experimentando un acelerado crecimiento. Una de ellas era el mercado de la vestimenta, por lo que se empezaba a gestar una cultura de consumo y de producción en masa. Esto generó que en países industrializados se viviera la proliferación de Centros Comerciales, tiendas de ropa y establecimientos especializados.
Luego, durante las décadas de los 60 y 70, diversos movimientos políticos y sociales se formaron para luchar en contra de diversas problemáticas sociales. Es allí donde se empezaron a ver las primeras luchas contra los estándares que pesaban sobre algunos grupos sociales; como por ejemplo el de las mujeres, que eran relegadas a las labores del hogar y no tenían libertad a la hora de vestirse.
Sin embargo, los años 80 llegaron a imponer una suerte de retroceso ante esas perspectivas y a imponer la belleza y el glamour como el estilo de vida deseable. Por lo que el consumo continuó siendo el centro de la industria textil y de la sociedad. En este momento, lo antifashion o la antimoda planteó la necesidad de decir basta.
Este movimiento tomó fuerza en los años 90, cuando una nueva ola de diseñadores se posicionó en contra de la misma industria. Las principales críticas que hacían a este mundo giraban en torno al establecimiento de un estándar de belleza eurocéntrico, la idealización de los cuerpos, el menosprecio a las marcas naturales de la piel, la gordofobia y la insostenibilidad de la creación textil.
Este posicionamiento estuvo acompañado de personalidades que ganaron relevancia en los círculos más importantes en el mundo de las creaciones. Yhoji Yamamoto nació en Tokio y logró llevar sus creaciones al centro de moda más representativo del mundo, París; odiaba ser llamado diseñador de modas y afirmaba que odiaba dicha industria. Sus diseños tendían a mostrar el lado oscuro de la cultura japonesa y promovían la inclusión en las pasarelas de personas con cicatrices, desordenadas y consideradas poco atractivas.
Asimismo, Rei Kawakubo es otra creadora proveniente de Tokio que al llegar a París creó la marca Comme des garçons. Su objetivo era romper con los estándares de las costuras y deconstruir la tendencia de crear vestimenta que se ajustaba a la forma. Para ella, esa industria tendía a distorsionar la libertad de creación, por lo que se dice que es pionera en el movimiento del diseño conceptual.
De la misma manera, es importante reconocer que esta revolución no solo se concibió en el área del diseño. El movimiento grunge de los años 90 nació a causa de una crítica social y cultural derivada del rock, esto permitió que diferentes grupos de personas se opusieran a las tendencias globales de consumo, mediante actos de protesta, como lo fue: usar ropa barata, reutilizada, vieja y rediseñada.
Una lucha social y medioambiental
Este levantamiento de rebeldía desde la misma industria y desde las calles venía cargado de intenciones de resignificación, reivindicación y concientización. Sus participantes reconocían que la moda oprimía y presionaba desde diferentes ángulos a las personas y a sus cuerpos, mediante la publicidad, los medios de comunicación, la comercialización y demás. Por lo que esas tendencias daban paso a una cultura de excesos, superficialidad e insostenibilidad.
Una de las primeras críticas era el diseño de un modelo ideal de vida, en el que la belleza era blanca, delgada, alta y con facciones “armoniosas”. De allí que eran relegadas las formas diversas de belleza y se obligaba a vivir en un mundo en el que las personas crecían con estándares que no solían cumplir pero que veían como un deber ser. Así mismo, hacían que las personas percibieran como algo antinatural y defectuoso algunas características como las cicatrices, el acné, la celulitis, las estrías y muchas otras cosas más.
La segunda crítica más grande era la insostenibilidad medioambiental a la que estaba condenando esta industria a la humanidad. Primero, con la contaminación causada por la producción y el uso de fibras sintéticas, que daban paso al daño en las aguas; el fast-fashion que inundaba los vertederos de ropas de uso desechable; y, el uso de materiales nocivos para el medio ambiente.
De allí que se planteara el problema que significaba esta industria en los vertederos de ropa, porque al ser un material no biodegradable podían filtrar contaminantes en el suelo y, eventualmente, en las aguas. También, el maltrato animal al que estaba sujeta esta industria, con las vestimentas que requerían materiales provenientes de especies animales que eran cazadas para terminar en algún almacén de ropa.
En el movimiento LGBTIQ+ se ha usado lo Antifashion como una estrategia en contra de la relegación que ha vivido el sector en esta industria. Por lo mismo, la cultura del ballroom burlaba esos criterios de inclusión y exclusión al permitirse ser lo que socialmente se les había hecho creer que no estaban destinades a ser. De allí que varias categorías imitaran los eventos más importantes de moda; pero, también, promovieron espacios de creación más sostenible y desestigmatizantes.
Lo Antifashion en Bogotá
Según Juan Diego Rosas, en Bogotá esta estética tomó fuerza y nombre en el 2010, cuando el Issue Colectivo, liderado por Andrés Bernadette, abrió una zona para creadores experimentales que tuvieran un estilo más desafiante. Esta iniciativa contracorriente tuvo origen en la galería de arte Cero y, junto a diseñadores, se creó un espacio alejado de lo comercial y que promovía el uso de nuevos patrones, formas, telas, colores y demás.
Así, junto a Julián Pinzón, diseñador con estéticas glam y futuristas, convocaron al primer Antifashion. En él, participaron 25 modelos con características no convencionales en el mundo de la moda e hicieron una pasarela en la que la extravagancia y la elegancia alternativa se tomaron el escenario. En este caso, también muy inspirado por el ballroom, tuvieron como centro el baile, las poses, las categorías y la inclusión de personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas.
Hoy en día ese movimiento ha tomado mayor fuerza y se ha presentado en lugares como la Bolera San Francisco, galerías de arte y en otras ciudades. Desde el 2019, muchos de estos eventos se han realizado en Kaputt Club en Bogotá, que desde su ambientación se posiciona en contra de la elegancia. De la misma forma, se han realizado otros eventos alternos a este en donde algunas casas, como Abismal House, realizaron un Antifashion Ball en donde las personas asistieron con su vestimenta más extravagante, recursiva, creativa y de protesta.
Estos eventos se suelen realizar con entrada libre o con aporte voluntario, debido a que se lucha también contra el lucro excesivo del arte. Este espacio y movimiento permite que las personas reflexionen sobre la creación de lo estético, de las nuevas formas de arte, sobre la diversidad de la belleza y sobre la importancia de crear lugares en donde se presenten conversaciones sobre ámbitos e industrias que pueden afectar la vida cotidiana.