Es posible que hayas escuchado hablar del concepto de nuevas masculinidades, masculinidades disidentes o masculinidades no hegemónicas. Es un término que hace referencia a una nueva forma de habitar y expresar la forma de ser hombre. Una deconstrucción de lo que tradicional y hegemónicamente se ha entendido como masculino. Una invitación al cambio y a habitar otras construcciones sociales, ampliando la mirada para acoger nuevas formas de sentir, sentirse y comportarse respecto al mundo en el que vivimos.
El término ‘masculinidad hegemónica’ aparece por primera vez en a partir del 1985 con la socióloga Raewyn Connell. Se utiliza para describir la posición dominante y de control por parte de los hombres, quedando las mujeres en posición de subordinación y desigualdad en esta jerarquía de poder.
El nacimiento de la masculinidad está estrictamente vinculado con la realidad del pensamiento androcéntrico. Este no solamente pone a los varones en el centro como referencia, sino que también ignora a las mujeres. Lo difícil es darse cuenta de que no es un modelo real, pues está muy enraizado en nuestra forma de pensar y de ver forma de ver el mundo. Cuando se identifica es posible cuestionarlo, y entender cómo las sociedades se han construido en torno al punto de vista de los hombres.
Repensar la masculinidad implica inevitablemente entender los privilegios que el mundo te da por ser hombre. Implica repensar el modelo de hombre en el que te has convertido. ¿Así quieres ser o así es como siempre se ha querido que seas?
Las masculinidad tradicional
Elisabeth Badinter dice en su libro La identidad masculina, que la construcción del modelo de hombre se hace siempre desde lo que no hay que ser: si eres hombre no puedes ser un niño, no puedes ser gay y no puedes ser una mujer. Por ello, el modelo de masculinidad hegemónica penaliza mostrar una expresividad más propia de la feminidad (la llamada pluma) o que te gusten actividades asociadas a ese género.
La masculinidad tradicional o hegemónica encierra mandatos sociales como no mostrarse vulnerable, no mostrar las emociones, expresar frialdad y poca expresividad emocional. Se caracteriza, entre otras cosas, por un rechazo a todo lo que tenga que ver con lo femenino y la feminidad. En lo cotidiano, la experiencia masculina no solamente ignora la femenina, sino que la desvaloriza.
En la adolescencia, los chicos aprenden que para ser leídos como hombres tienen que poner una barrera física con los amigos y no exhibir emociones. Porque, de lo contrario, se puede cuestionar su heterosexualidad, y por tanto serían menos hombres. No se tocan, no se abrazan. Al contrario, se saludan con frialdad o golpes. No saludan efusivamente ni hacen ruido al saludar. En la construcción tradicional del ser hombre, la ternura está prohibida porque se acerca a lo femenino y los hace vulnerables, lo contrario de la idea clásica de fortaleza.
En el caso de los hombres cisgénero heterosexuales y blancos, parece mucho más difícil que el cambio se lleve a cabo. Es más difícil aceptar que se tienen privilegios cuando la vida te ha puesto todo tan fácil. También es más difícil deconstruirlos cuando en esa posición todo son comodidades y facilidades. No obstante, la fragilidad y el malestar de convertirse en un modelo de hombre que no ha aprendido a gestionar y expresar emociones de forma saludable, permanece.
Este modelo sienta las bases de la desigualdad y la justificación de violencias patriarcales. La desvaloración de las mujeres y sus capacidades se asume como algo natural, pues son leídas como son más sensibles, menos fuertes, más capaces del cuidado y más incapaces de la razón, cuando todo esto no deja de ser una construcción social disfrazada de biologicismo. Se valora el riesgo, la valentía, la rigidez emocional y la agresividad.
El disfraz del hombre que socialmente se espera que seas puede adquirir diferentes facetas, como estudiar una carrera más asociada a lo masculino (Derecho, carreras técnicas). Se adoptan roles y características de un modelo frío y distante. Este modelo, más que darle libertad a un hombre, se la coarta mucho al no permitirle conectar con lo más humano que hay: la emoción y la expresión del afecto y la ternura.
Asimismo, no es casual que la mayoría de hombres blancos heterosexuales cisgénero no vayan a terapia porque pedir ayuda se entiende como muestra de debilidad. Las novias se convierten en las confidentes que no encuentran en sus amigos. Pero los hombres no pueden con todo, necesitan pedir ayuda, no tienen que ser héroes, no han de ser y mostrarse fríos. Son humanos y tienen emociones que se han de expresar.
Para avanzar hacia las masculinidades no hegemónicas necesitamos referentes hombre. En España, destaca la labor del escritor y activista Roy Galán. De lo contrario, seguiremos fomentando una forma de ser hombre muy solitaria y erosiva. En la construcción de la masculinidad participa toda la sociedad de manera colectiva.
La complicidad masculina en la masculinidad tradicional
El concepto de complicidad masculina no tiene que ver con la amistad entre hombres, sino con un apoyo entre ellos para defender sus privilegios y proteger sus comportamientos basados en la masculinidad tradicional.
El apoyo mutuo parte de la base de un trabajo en conjunto por justificar y defender cuestiones patriarcales, que buscan legitimarse desde un discurso neomachista. Los hombres que trabajan desde esa complicidad buscan la validación de otros hombres que respalden ese comportamiento, en lugar de criticarlo. De este modo, se crea una comunidad de iguales, de hombre heridos e incomprendidos que ven atacada su forma de ser y estar en el mundo por un discurso feminista que cuestiona sus privilegios y violencias tradicionalmente naturalizadas.
Todo esto refuerza la estructura de poder patriarcal que normaliza prácticas y comportamientos como reírse de los chistes a los amigos, hacer bromas lgtbifóbicas, hacer comentarios misóginos, frivolizar con las violencias disfrazándolas de humor, permanecer silencio ante actitudes machistas, apoyar las conductas que cosifican a las mujeres etc. Se premian los comportamientos machistas normativos y dañinos.
Esta masculinidad gira en torno a la idea de comunidad fraternal. Una familia de hermanos que buscan la aprobación del otro (estoy contigo, hermano). Salirse de esta dinámica implica el riesgo de ganarse la enemistad del grupo de hermanos, y que te aparten al no reconocerte como parte de ellos. Porque ‘Los hombres de verdad’ no caen en las trampas de los feminismos.
Asimismo, la posición de poder sienta sus bases en la dominación del otro y en el control sexual como mandatos patriarcales. Las mujeres se muestran como objetos en lugar de como seres individuales e independientes con agencia. De ahí que primen discurso basados en lo sexual, lenguaje vulgar: las mujeres que me fo*, las que me llevo a casa, las que logro cazar o conquistar. Se legítima el discurso de la conquista sexual, blanqueando y silenciando violencias.
Hay una vuelta al ser masculino falocentrista, como si el impulso sexual no pudiera frenarse y diera valor como hombre, dejando el consentimiento en un cajón. Se despersonaliza a las mujeres, cosificándolas, reduciéndolas a cuerpos para el consumo que no se respetan y premiando los comportamientos en esa línea (eres un crack, tío).
Las masculinidad mata
La masculinidad tradicional mata a hombres y a mujeres. Una de las causas de la violencia de género tiene que ver con el poder y el dominio de la otra persona. Y es que si en una educación diferencial de género a los niños se les educa para que no se muestren vulnerables y tapen sus emociones, no es casual que su gestión emocional sea la que vemos.
Los comportamientos que conforman una forma de ser hombre violenta y perjudicial, a nivel individual y social, se construyen sobre la falta de empatía y la insensibilidad emocional. Se normaliza la violencia de género, la lgtbfobia, las violencias sexuales y los mandatos patriarcales.
Quizás tendríamos que empezar a resignificar las palabras, y dar a entender que es de valientes pedir ayuda y no hacer las cosas solo si no podemos. Pensar que ser fuerte es precisamente abrazar nuestra ternura, sensibilidad y parte emocional para relacionarnos con las personas y con uno mismo de manera más saludable y humana. Es reconocer que nos habitan las vulnerabilidades.
Algunos datos (España) que muestran las consecuencias de la forma en que construimos la masculinidad revelan que:
- El 93% de los delitos son cometidos por hombres. Mientras que el 90% de las mujeres y 96% de hombres que son asesinados en el mundo ha sido a manos de otros hombres
- Prácticamente el 100% de las muertes por balconing ha sido de hombres
- El 92,1% de los presos son hombres
Está claro que la masculinidad tradicional, además de hacer daño es peligrosa. Podemos encontrar otros ejemplos como la velocidad cuando se conduce y la tendencia a competir y querer adelantar. No es casual que los hombres sufran más accidentes de coche. Tratar de demostrar que eres adulto y valiente poniendo en riesgo tu vida y la de los demás nos invita a cuestionarnos si estos modelos de hombre nos hacen algún bien.
Finalmente, en el proceso de la construcción de la identidad masculina intervienen tanto factores individuales como colectivos. Nuestra interacción con el entorno explica la posición que ocupamos en el mundo y cómo nos relacionamos con las demás personas. Para llegar a plantearse cambio es preciso que algo te haga reaccionar y empatizar.
Avanzar hacia un modelo de masculinidad más igualitaria es una invitación a repensar cómo hemos construido todo este sistema. Es empezar a caminar hacia un modelo menos agotador, más sano y más habitable.
Bibliografía